Corría el Giro de Italia del año 2007. La armada italiana, representada en esta ocasión por Di Luca, Simoni, Riccò, Cunego o Mazzoleni (!), estaba copando las primeras plazas de la general, como es norma con pocas excepciones en la última década de la corsa rosa. Entre transalpinos emergió una figura desgarbada y desconocida que acabaría siendo la mayor oposición de Danilo di Luca en su lucha por la maglia rosa. Se llamaba Andy Schleck, conocido por ser hermano pequeño del notable Fränk y porque su propio hermano había apuntado en varias ocasiones que el pequeño superaría al grande. Semanas antes de cumplir 22 años, Andy finalizó segundo en una edición muy dura del Giro, a menos de dos minutos de Di Luca. Había nacido una figura.


Ese Giro, lejanísimo ya en la memoria, fue el último en el que tomaría parte el ciclista luxemburgués. Dos años después conseguiría la victoria más importante de su carrera, una Lieja-Bastogne-Lieja tras una exhibición en solitario. La Lieja de 2009 es además uno de los pocos resultados brillantes que Andy Schleck ha conseguido más allá del Tour. No hace falta ser un erudito ni tan siquiera escribir en Cobbles & Hills para reconocer que la carrera más importante a lo largo y ancho del calendario ciclista se corre en Francia en el mes de julio. Así fue, así es y así será mientras el ciclismo siga siendo ciclismo, pues el Tour es la expresión más universal de este bendito deporte. Pero también es sobradamente conocido que el dominio del Tour, pese a todo, no desacredita el valor del resto de pruebas.

Desde que vio que podía ganar el Tour, el menor de los Schleck ha volcado sus aspiraciones profesionales en La Grand Boucle de una forma casi obsesiva. En una línea razonablemente similar a la que popularizó Lance Armstrong, hay que esforzarse para ver a Andy destacar fuera de julio. Sin embargo, hay una diferencia clave entre estos dos comportamientos: Armstrong ganaba Tours.

La presencia de un ciclista dominante como Alberto Contador siempre deja frustrados a un buen número de notables compañeros de generación. Que le pregunten a Jan Ullrich, ganador del Tour en 1997, cuántas victorias tendría de más su palmarés si Lance Armstrong no hubiera nacido nunca. Al mismo tiempo, hay que apuntar que las características de Andy Schleck son complicadas para destacar en las carreras de menos de tres semanas. Sus mediocres dotes contra el crono y su poca explosividad le lastran en las vueltas de una semana, y su punta de velocidad, aunque algo mayor de lo que se dice a veces, es insuficiente para pelear por las carreras de un día.

No obstante, estos handicaps no justifican lo que realmente daña la imagen del ex pupilo de Riis: su actitud en las carreras. Andy Schleck nunca va a ser el máximo favorito para ganar la Vuelta al País Vasco o la Tirreno Adriático, OK; pero eso no le legitima para dejarse llevar en una etapa y perder 10 minutos, o para abandonar a dos días del final de la prueba. O al menos no le legitima como estrella del ciclismo, un estatus al que un ciclista de sus condiciones debería aspirar. Y es mejor no entrar a valorar sus dos bochornosas participaciones en la Vuelta a España, con el surrealista desenlace de su expulsión por fiestero en 2010.

La situación es más dañina cuando su archienemigo Contador se caracteriza por lo contrario: competir cada kilómetro que realiza con un dorsal a la espalda. Porque, además, la fiereza competitiva del pinteño no le impide batir a su colega luxemburgués cuando se encuentran en Francia. Así, el fenómeno que se presentó al mundo en Italia hace ya cuatro años, corre el riesgo de perderse como estrella si no consigue una victoria que legitime sus decisiones, y esas mismas decisiones le obligan a que la victoria sea en el Tour de Francia. Este año no puede vestirse el maillot blanco; sólo le sirve el amarillo.