
Foto © Laurent Brun
Yo sí que me acuerdo de Mikahil Ignatiev. El Giro 2007 había salido desde Cerdeña y ya en la segunda etapa Pavel Brutt, ciclista un tanto anónimo del rusísimo equipo Tinkoff Credit Systems, se había tirado todo el día escapado. Lo cogieron, claro, pero dos o tres días después y ya en la Italia peninsular, Ignatiev, que era jovencísimo, repitió la maniobra.
La etapa la terminó ganando Robert Förster, un sprinter alemán del Gerolsteiner al que se podría dedicar una entrada parecida a esta. Danilo di Luca ya era líder de la carrera después de que Enrico Gasparotto se la jugase en la contrarreloj por equipos (Gasparotto, por cierto, tuvo que hacer las maletas de Liquigas después de esa temporada. Pero él se vistió de rosa el primer día). A Andy Schleck todavía no le conocíamos, pero faltaba poco.
Ignatiev hizo camino con Mickäel Buffaz, pero llegado un punto, a 40 de meta, lo tiró de su grupo. Desde ahí hasta el kilómetro -18 aquello fue una exhibición fantástica aunque fuera inútil, o al menos así lo recuerdo. Aquel joven de San Petersburgo se comió lo que quedaba de escapada con una planta increíble, una figura que parecía volar sobre el asfalto pese a que el pelotón lo iba cercando. Lo más llamativo era su espalda recta, paralela al suelo, la imagen más característica de la escuela del Este.
En ese Giro vivió alguna escapada más y se fue sin ganar, pero es que era muy, muy joven. Y aun así, en aquella temporada ganó cinco carreras, entre ellas la primera etapa de la Vuelta a Burgos y el Trofeo Laigueglia. Era un rodador formidable, una especie de Cancellara de los pobres que parecía capaz de aguantar a un pelotón en el último kilómetro de una llegada llana. Un fenómeno en ciernes.
Dos años después el Tinkoff, cuando todavía no sabíamos que su patrón era un billonario excéntrico que quería cambiar el ciclismo, se convirtió en el Katusha. Makarov le quitó el equipo a Tinkov e Ignatiev, que ahí seguía siendo joven, pasó al World Tour con ellos.
Hace unos días, hablando con Eugenio González, le pregunté dónde estaba Ignatiev ahora, si se habría retirado o qué. Desde que pasó a Katusha solo ha ganado dos veces: una fue una etapa brillante en la Tirreno-Adriático 2010, aguantando desde la escapada, y la otra el Campeonato de Rusia contrarreloj en 2012. Katusha no le ha llevado a una vuelta grande en los dos últimos años.
Resulta que en 2015, con 29 años, Ignatiev va a dejar la carretera para centrarse en la pista y en los Juegos de Río, según la italiana Cicloweb. Yo le conocí aquel día en el Giro, pero alguien más avezado sabría de sobra que el ruso ganó la medalla de oro en puntuación (por delante de Joan Llaneras) en el velódromo de los Juegos de Atenas. Con 19 años. Cuatro después, ganó el bronce en Madison.
Ignatiev también ganó el Mundial contrarreloj sub 23 en Madrid 2005. En aquella prueba estaba Tony Martin. El alemán, tres veces campeón del mundo contra el crono en la categoría absoluta, terminó la prueba de Madrid 28º a 2’50” del campeón. El resultado no sería tan impactante si no fuera porque Ignatiev es catorce días más joven que Martin.
Siempre ha existido una letanía que dice que en los países del Este, especialmente en Rusia, se quema a los deportistas de jóvenes, se les sobrecarga en los entrenamientos cuando su cuerpo aún no está preparado para ello y, aunque maduran pronto, su declive empieza mucho antes. Nada parece ajustarse mejor al caso de Ignatiev: sus piernas nunca estuvieron mejor que cuando tuvo 22 años y ahora, cuando solo tiene 29, no está claro que le vayamos a ver de nuevo en la carretera. Yo sigo acordándome de él y pensando que es joven, muy joven.
Le recuerdo en Flandes en 2007, en Kappelmuur, pasó a 45 minutos de los primeros, esquivando a la gente que ya volvía andando en riadas hacia los coches, él quería acabar a toda costa. Me enamoró ese gesto desde entonces, qué clase ha tenido y tendrá siempre.