Lo normal es que a un niño pequeño le impresione mucho que un tipo con cuernos, tridente y una gran barba blanca, vestido de rojo y negro, aparezca mientras él ve el Tour de Francia por la tele. A mí me pasó. Era una presencia inquietante en la “tete de la course”, y todavía parecía más inquietante verle año tras año. ¿Sería el mismo hombre? ¿Había una cuadrilla de diablos repartida por las montañas de Francia para animar a los ciclistas?
Cuando llevas 200 kilómetros en las piernas, ¿realmente te anima ver a un diablo o te da ganas de dejar la bici en la cuneta y meterte en el coche con una manta? Nunca supe la respuesta a esta pregunta, pero sí a las anteriores: El Diablo era Didi Senft, un ciudadano alemán apasionado por la bicicleta.
En este fragmento de The last kilometre, Senft da a entender que el origen de todo estaba en la televisión. Nacido en la República Democrática Alemana, veía carreras ciclistas en la televisión del Oeste capitalista. “Siempre llamaban al último kilómetro la vuelta del diablo rojo. Yo nunca vi un diablo rojo, así que me convertí en uno”, dice Senft.
Empezó a ir a las carreras en 1993 y poco a poco se convirtió en un elemento del folklore ciclista. Iba sobre todo al Tour y al Giro, y The last kilometre le enseña durmiendo en su caravana, solo en las montañas más altas de las grandes vueltas. Aparece guardando en su vehículo el cubo de pintura para firmar las carreteras en medio de la más profunda oscuridad.
Son modos de un amante del ciclismo que supo construir dinero desde su afición. Senft diseña bicicletas de todo tipo –muchas de ellas son extraordinariamente raras– y se financiaba los viajes a las carreras –puede que en los buenos tiempos alguna cosa más– a través de pequeños patrocinadores. A tanto llegaba su notoriedad pública que había marcas que querían pagar al Diablo para que llevara su imagen en su ropa o en su caravana.
Las vacas flacas no duraron para siempre y El Diablo, según informa el diario alemán Bild, se retira. Senft no encuentra patrocinadores y, además, su salud es algo más débil. Tiene 62 años y se perdió el Tour 2012 porque le tuvieron que operar de un coágulo en el cerebro. Se recuperó y desde entonces ha vuelto a las carreras, pero ahora lo deja. Nadie volverá a quitarle el tridente, como hizo Julio Alberto Pérez Cuapio en el Giro 2007.
A estas alturas, Senft era un nexo de unión entre el ciclismo de los noventa y el de ahora, un personaje de fondo pero moderadamente entrañable. No solo se ha hecho mayor, sino que El Diablo ya se ha convertido en un recuerdo de infancia.
Seré un sentimental, pero me parece la peor noticia del año
Las tardes de Julio ya no serán iguales.