Foto: Tour of Beijing

Foto: Tour of Beijing

Entre la absoluta indiferencia del mundo ciclista, al Tour de Beijing le queda un día de vida. La carrera que vio la luz en 2011 para transmitir la globalidad del ciclismo tiene fecha fijada de defunción, y ya se puede decir que si ese era el objetivo, la misión ha tenido más de fracaso que de otra cosa. Nadie echará de menos a la primera carrera de la máxima categoría ciclista disputada en Asia.

En el mejor de los casos, el Tour de Beijing nunca ha pasado de ser algo mejor que un engendro de los nuevos tiempos. En lo organizativo, la carrera nunca ha conseguido que las virtudes –principalmente, una participación siempre notable– superasen a los defectos. En cada edición se hablaba más de la terrible contaminación de la zona y las alertas generadas que del espectáculo deportivo, y lo mismo sucede con las cunetas, casi despobladas de aficionados en los alrededores de la capital china.

En tres años, ninguno de estos factores ha mejorado y de poco se puede culpar a los organizadores. La responsabilidad sí que reside en la elección del lugar: era de esperar que los pekineses sintiesen indiferencia ante una carrera ciclista disputada en su región –al fin y al cabo, esto también sucede con otras carreras consagradas en el calendario europeo–, mientras que la contaminación de la ciudad nunca ha sido un secreto para nadie. Este año, la segunda etapa de la prueba tuvo que ser acortada por los insanos niveles de polución.

El seguimiento de la carrera en Europa y el resto del mundo que sí vive el ciclismo tampoco ha sido exitoso. Los organizadores defienden que la audiencia televisiva de la prueba es gigantesca –al celebrarse en China, imágenes de la carrera son incluidas en informativos nacionales que llegan a una audiencia mastodóntica–, pero el interés es bajo pese a ello.

El horario de la prueba no ha ayudado a que se siga en Europa, con la carrera terminando en la mañana del Viejo Continente debido al cambio horario. El atractivo ciclista tampoco ha hecho mucho por promocionar el Tour de Beijing: la primera edición estuvo compuesta por cuatro etapas llanas, resueltas todas al sprint, y una contrarreloj (celebrada el primer día) en la que ganó Tony Martin. Sin cotas, porque el recorrido apenas salía del casco urbano de Pekín.

En la segunda introdujeron un final en la Gran Muralla China que no impidió otra nueva victoria de Martin. En las dos últimas ediciones han sustituido la contrarreloj por un final en montaña, y la carrera ha salido de la capital hacia el exterior (vaciando más las cunetas). Las subidas chinas ofrecen algunas imágenes genuinamente exóticas, pero es el mismo tipo de atractivo que tendría un partido de fútbol disputado en el techo de un rascacielos; algo novedoso y marciano, y por lo tanto seductor, pero también algo intruso.

No parece que ni Philippe Gilbert, líder de la carrera a la hora de publicar estas líneas, vaya a echar mucho de menos el Tour de Beijing. Si no estuviera en China, a lo mejor podría haber vuelto a ganar la Paris-Tours. Y tal vez Daniel Martin no tendría una etapa World Tour, pero sí que podría haber sumado el Giro dell’Emilia ante algunos de los mejores clasicómanos del pelotón. Desde luego, estas pruebas y alguna otra más, dos de las carreras con más tradición del calendario europeo, se han visto muy perjudicadas por la aparición del Tour de Beijing, y respirarán aliviadas sin su presencia.

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Dos “pandas” esperan a los ciclistas en China. (Foto: Tour of Beijing)

Es necesario aclarar que el primer actor en acabar con la prueba no fue la UCI, sino el propio gobierno de Pekín. La carrera era parte del proyecto de Pat McQuaid, muy interesado en globalizar el ciclismo. En principio, Global Cycling Promotions, la empresa propiedad de la UCI encargada de organizar la carrera china, iba a desarrollar más proyectos como este en India, Brasil y Rusia. Sin ninguna de estas carreras hecha realidad y con un nuevo cuerpo directivo al frente de la unión ciclista, GCP va a desaparecer.

Lo confirmó Brian Cookson durante el Mundial de Ponferrada. “No vemos a la UCI convirtiéndose en un organizador de grandes carreras más allá de los Mundiales y las Copas del Mundo”, dijo el presidente de la unión. El paso atrás de la UCI es un beneficio para el resto de organizadores, como ASO y RCS Sport, y un camino para que las relaciones entre las grandes vueltas y la unión ciclista no se enquiste.

Una de las grandes dudas es si el ciclismo seguirá caminando hacia la globalización o no. En ese sentido, la propuesta de Cookson era desde un principio muy distinta a la de McQuaid, que convirtió la extensión del ciclismo hacia nuevas tierras en una bandera de su mandato. Si la globalización sigue hacia adelante –lo que parece necesario para el deporte de la bicicleta– y si aparecen nuevas carreras en horizontes lejanos, tendrá que ser a través de los organizadores tradicionales.

Estos respirarán tranquilos ahora, sin el conflicto de intereses frente a la UCI. Aunque el Tour es inalterable, tanto Giro como Vuelta eran víctimas potenciales de las nuevas carreras, y sus organizadores tenían miedo de verdad a verse desplazados. Podría producirse una rivalidad Giro-Tour –no parece muy probable–, pero cualquier nueva carrera compartirá el mismo techo que las vueltas grandes, por lo que no las dañará.

El gran problema del Tour de Beijing ha sido que los equipos y los ciclistas también estarán contentos de decir adiós a la carrera. El episodio de Contador y Valverde escaqueándose consecutivamente al no estar en juego el número uno del ranking UCI es el mejor epitafio posible para la carrera, un experimento fallido del ciclismo global. Hasta siempre, oso panda ciclista.