andy-schleck-retirada

Era un extraterrestre vestido de blanco. Perdido en un Giro de Italia lleno de monstruos, Andy Schleck apareció como una presencia inquietantemente tranquilizadora: sereno, maduro, sin días malos, aguantando los envites de Di Luca, Mazzoleni y Riccò, y con solo 22 años. Fue segundo y la razón obligaba a que fuera ganador del Tour; ahora, con 29, se ha retirado del ciclismo.

Ha dejado la bicicleta inscrito en el palmarés de la carrera más importante de todas, pero jamás de la forma que él quería. En 2012 ganó el Tour de 2010, arrebatado a Alberto Contador, el gran rival de su carrera, por el famoso positivo por clembuterol. Irónico destino: ganó Schleck el Tour cuando ya llevaba varios kilómetros en el descenso imparable hacia su retirada de la carretera.

El nieto de Gustav –ciclista en los años treinta–, hijo de Johny –gregario de Ocaña– y hermano de Fränk –un hombre fuerte del pelotón ya cuando Andy empezó a ganar– apareció en aquel Giro de Italia de 2007 para quedarse, o eso pensamos. Cuando Fränk ganó la Amstel un año antes, su gran victoria, ya había dicho que se preparasen, porque su hermano era más talentoso que él. Sus directores y descubridores lo comparaban de manera recurrente con Laurent Fignon. Y las medidas apariciones primerizas del benjamín presagiaban una predicción acertada.

Porque no solo fue segundo en el Giro 2007, una edición francamente dura. Al año siguiente pisó el Tour por primera vez y, pese a perder diez minutos en Hautacam, dejó marcado en los Alpes que volvería para ganar. Todo el mundo se acordó del primer Jan Ullrich cuando Schleck, en Alpe d’Huez, bajaba y subía a placer por el grupo de favoritos, sin poder atacar porque por delante estaba su entonces compañero Carlos Sastre.

Lo que no sabíamos todavía es que Andy solo iba a tomarse en serio dos citas al año: el Tour de Francia y la Liège-Bastogne-Liège. La mejor victoria de su carrera, de hecho, fue al año siguiente en Lieja, ya con suficientes galones para partir en igualdad de condiciones con su hermano. El bisoño ciclista luxemburgués atacó en la Rouche aux Faucons, una de sus subidas fetiche, y el pelotón nunca se entendió para responder a su majestuosa cabalgada solitaria, una facultad que el pequeño de los Schleck se reservaba para contadas tardes de gloria. Era Andy Schleck, un nuevo dominador del pelotón. Creíamos.

andy-schleck-lbl-2009

El ataque de Schleck que le dio la victoria en la L-B-L 2009. (Foto: LesMeloures)

Al siguiente Tour fue en necesario tándem con su hermano pero, de nuevo, con libertad para volar. Le derrotó con claridad el mejor Contador, pese a que los hermanos dejaron una gran jornada en Le-Grand-Bornand. Andy Schleck era el gran rival generacional de Contador, quizás el único hombre que podía hacerle sombra. Y era difícil, pero contaba con armas para soñar con ganarle.

Alto (1,86 metros) y finísimo escalador, Schleck tenía largas piernas para defenderse en más terrenos, cualidad insospechada y desgraciadamente poco frecuente. Tenía también carácter suficiente para atacar de verdad, sin mirar atrás, pero no la constancia para hacerlo a menudo. Era un placer raro verle a solas, con su inconfundible pose con las piernas arqueadas y las rodillas rozando el cuadro, un ejercicio de heterodoxia que se veía muy poco.

Su merma, parecida, es que nunca llegó a ser completamente dominante cuesta arriba, y que nunca mejoró su gran lunar, la contrarreloj. A la postre, la lucha contra el crono le costaría su Tour y, teoría de quien esto escribe, su carrera deportiva.

La contrarreloj de su vida la hizo en Aurillac en 2010, en el Tour que ganó pero que él siempre recordará como perdido. “No es como una victoria”, dijo cuando le dieron el maillot, dos años después. “No es la misma sensación que subirse al podio”. En aquella crono asustó de veras a Contador, después de un Tour en el que había reducido tanto las diferencias con él que se decidió por un incidente mecánico.

Huelga recordarlo, lo que le costó el Tour 2010 a Andy Schleck fue el salto de su cadena en el Port de Balès. Vestido de amarillo, el luxemburgués atacó a Contador y, cuando cambió de marcha, sus pedales se detuvieron. Y ahí empezó a terminarse todo.

Siempre ha tenido Andy un halo de cierta fatalidad asociado a sus momentos cumbre. Los dos hermanos eran más bien patosos para ser ciclistas profesionales, de manejo errático de la bicicleta, sufridores en los descensos y asiduos a las caídas.

Lesiones físicas y golpes anímicos

Andy, en particular, siempre pareció débil superando los baches que su carrera, como a cualquiera, le puso en el camino. No en vano, su retirada viene a causa de dos golpes sobre la bicicleta. El primero, en el Dauphiné 2012, le rompió el sacro: nunca volvió a ser el mismo atleta desde entonces, y él admitió en varias ocasiones que, en efecto, no llegó a recuperarse al cien por cien de aquella lesión.

El segundo golpe, a la sazón definitivo, fue la caída en el último Tour que le lesionó la rodilla. El hermanísimo no ha encontrado remedio a una última lesión, según explicaba hoy en la rueda de prensa para anunciar su adiós. “No he tenido ni que tomar la decisión: mi caída en el Tour la tomó por mí. Podía correr durante tres o cuatro horas, pero al hacer una subida, mi rodilla se hinchaba”. Andy relató que su rodilla apenas tiene cartílago. “Los médicos me dijeron que había poco que hacer”.

Pero aunque su cuerpo se rompió con esas dos caídas, el descenso del Andy Schleck ciclista a los infiernos había empezado con aquella salida de cadena en Balès.

Tras no ganar ese Tour, y en edad como para empezar a correr dos grandes por año, Andy tomó la salida en la Vuelta 2010 y terminó expulsado por su propio equipo por aprovechar la carrera para salir a emborracharse con su compañero Stuart O’Grady. Este incidente aceleró una sensación que empezaba a sobrevolar sobre el campeón luxemburgués: a Andy Schleck no le gustaba ser ciclista.

Desmotivado para correr bien fuera de Lieja y Tour, Schleck siempre tuvo un aire de burgués del pedal, de niño bien sin ganas de sufrir; un chaval incluso pijo, del rico ducado de Luxemburgo, que hablaba varios idiomas y siempre corría junto a su hermano mayor. A parte de la afición e incluso de la profesión le nació cierta antipatía por él.

Hay personajes preparados para ser antagonistas, pero Andy Schleck nunca fue de esos. Y en el mundo del ciclismo era además el heredero de un negocio familiar en el que no podía decepcionar. Tal vez nadie comprendió sus peculiares ganas de agradar, tantas que en el camino dejó una obra maestra.

Porque si la Lieja 2009 es su mejor victoria en lo material, la etapa en el Galibier en el Tour 2011 es su gran triunfo carnal. Con la carrera muy difícil ante Evans, Andy atacó en el Izoard, a 60 kilómetros de meta, y atacó de verdad: lo subió solo, se apoyó en Maxime Monfort en el descenso y aguantó también en solitario el sol del Galibier para dar un golpe a la carrera. Si todo el mundo tiene un momento en su vida en el que encuentra sentido pleno a la existencia, el de Andy Schleck fue aquel, a solas con la Casse Déserte.

Si Schleck se llevaba el Tour, esta vez nadie podría poner ni un pero. Su hazaña en los Alpes la podría haber firmado su compatriota Gaul: podía ganar un Tour como un campeón legendario, pero para eso tenía que pasar por la contrarreloj otra vez. Y en Grenoble, vestido con el mismo amarillo que en Balès, sufrió la última derrota de su carrera. El K.O.

andy-schleck-tdf-2011

Andy Schleck, en la contrarreloj de Grenoble en la que perdió el Tour 2011 (Foto: Petit Brun)

Cadel Evans remontó los 57 segundos que tenía Andy de ventaja. La lucha no fue ni reñida: el australiano ganó el Tour con 1’34” sobre el segundo. Aquella no solo fue la última vez que Andy Schleck peleó por la victoria del Tour: fue la última ocasión en la que compitió por ganar una carrera ciclista en general.

Andy nunca supo volver de aquella derrota. Solo subirse a lo más alto del podio de París podría consolarle, pero 2012 torció todo. Su fractura en el sacro le impidió ir al Tour –aunque en ninguna de las pruebas previas había mostrado un nivel como para pensar en él como candidato a ganar– y en plena carrera su hermano dio positivo. Su vida deportiva se metió en un bucle del que ya no iba a salir: no estaba tan bien físicamente como para llegar a la élite, y los malos resultados le hacían perder motivación para seguir.

Era imposible recuperar la ilusión del mozo que había conseguido el récord de victorias en la clasificación de los jóvenes del Tour, compartido con Jan Ullrich (los dos, ganadores solo una vez de la carrera). Así, vestido de blanco, como en su primer Giro, dio las mejores pedaladas de una trayectoria que tuvo ese mismo lúcido color, esperanzado, y que ha terminado ahogada en lesiones. Su carrera solo dio un año a gran nivel desde que dejó de contar para la clasificación de los jóvenes.

Ahora es un padre de 29 años que se ha liberado de la carga del ciclismo. El gran nombre de su carrera ciclista, Kim Andersen, declaró la pasada primavera que, pese a sus problemas físicos, la razón para que Andy no volviese al rendimiento pasado era la falta de motivación. Pero la última lesión de rodilla fue demasiado, en lo físico y en lo psicológico. Andy Schleck era tan bueno como para ganar el Tour, pero no tan bueno como para seguir adelante sin poder ganarlo. Por el camino se nos perdió un mito de la bicicleta y se nos quedó un ciclista interrumpido pero fascinante.