Si hace apenas unos meses hubiéramos preguntado en foros especializados, a aficionados de toda índole e incluso a personas involucradas de forma directa con el ciclismo por el nombre de un corredor rumano, a buen seguro que muy pocos habrían podido dar una mísera respuesta. Decir que, históricamente, el país centroeuropeo ha tenido una presencia marginal dentro del mundillo ciclista sería incluso exagerar. Un panorama desolador tanto hacia fuera como hacia dentro, donde la repercusión y los medios que apoyan el desarrollo a todos los niveles son casi inexistentes.

Por eso, no es de extrañar su situación ni la de otros tantos países en todas las latitudes, y sí el surgimiento de talentos como el de Eduard Michael Grosu (Zarnesti, 1992). Al igual que una brizna de hierba en el desierto, el joven ciclista rumano ha conseguido crecer superando todas y cada una de la adversidades propias de un país marcado por el más absoluto amateurismo, el nulo interés y la falta más terrible de competitividad desde las más temprana edad.

No obstante, si alguien estaba señalado para ser el intrépido pionero que abriera las fronteras del ciclismo rumano, sin duda ese debía de ser Grosu. Hijo de Viorel Grosu, director de uno de los equipos más importantes del país tanto a nivel de base, mamó ciclismo por los cuatro costados a medida que iba creciendo entre el chirrido constante de cadenas, cambios y rodillos. Un entorno que fomentó una pasión transformada precozmente en talento. Con el off-road como principal escenario de sus virtudes, quemó etapas a velocidad de vértigo, superando en un principio a chicos que le sacaban dos, tres o incluso cuatro años tanto en montaña como en ciclocross, y trasladando eso posteriormente a la carretera.

Grosu junto a su compañero generacional Stancu

Su gran actuación en los Mundiales de ciclocross juveniles fueron su puerta al ciclismo italiano

Ganaba a todos en todo, corriendo incluso habitualmente en categorías superiores para, simplemente, competir ante la ausencia de coetáneo ni siquiera cercano a su nivel, lo que le abrió las puertas de Italia. Con la selección rumana como delegación invitada a los mundiales de ciclocross, Grosu llegó a Turín con mucha ilusión y pocas expectativas, pero los resultados acompañaron. A pesar de lo que su exotismo podía señalar, no desentonó para nada en las campas transalpinas y luchó de tú a tú con todos los capos azurros. El 27ª puesto en Tábor -por delante, por ejemplo, de toda la delegación española- fue la confirmación: Grosu se quedaba en la “bota”, además de ser invitado al World Cycling Center de Aigle.

Allí gestaría durante cuatro campañas el germen de lo que ahora empieza a brotar: un ciclista total formado en todas las modalidades y perfectamente capaz en todos los terrenos. Tras la lógica adaptación a una categoría de la dureza del amateurismo italiano, fue enseñando poco a poco, prueba a prueba, las virtudes que había cimentado desde sus comienzos en Brasov. La explosividad propia de sus escarceos con el ciclocross y la pista fue lo primero que se dejó ver, no tanto en su país de acogida como en cada una de las llamadas recibidas por la selección nacional, en la que a pesar de no haber cumplido la veintena gozaba ya la capitanía junto su álter-ego Andrei Nechita. Unos resultados al sprint que pronto encontraron alternativa en la contrarreloj, habituado como estaba a rodar prácticamente contra sí mismo; y más tarde en la media montaña, dando rienda suelta al fin al biker forjado en los Cárpatos sin grandes resultados, pero sí con presencias destacables en Biella o Guazzora para un hombre eminentemente enfocado a la velocidad.

Todos estos factores, junto con su todavía flagrante juventud, convencieron a Rocco Mena para darle la alternativa en el multicultural Vini Fantini-Nippo, donde ha respondido, y con creces, a las expectativas depositadas en él por el staff técnico. Apenas necesito quince días de adaptación el corredor rumano para empezar a cosechar resultados de valor, destacando, como no, en un sprint. Su segunda plaza en la última etapa del Circuit des Ardennes fue solo el comienzo de seis semanas excelentes en las que encadenó puestos de prestigio victorias y numerosos puestos de honor en suelo polaco con la victoria global en el Tour of Estonia.

Un éxito cimentado, como no podía ser de otra manera, en base a dos volatas sensacionales en las que demostró el enorme salto que está dando en la escuadra italo-japonesa a la vera de Grega Bole, modelo ideal para un Grosu con quien posee comunes características pero que carece de la experiencia en la élite del esloveno… al menos de momento.

Y es que los triunfos son sinónimo de puntos, la llave ideal para abrir la puerta del World Tour, más si cabe si viene acompañada de futuro. Ahora mismo, es el segundo sub23 mejor clasificado dentro del Europe Tour, clasificación en la que figura cuarto si filtramos únicamente a los conjuntos continentales. Esto es, un caramelo en toda regla que, de hacerse efectivo, le situaría como el primer ciclista rumano que alcanza el profesionalismo. Un impulso absolutamente necesario para un ciclismo desconocido que tiene una oportunidad única de la mano de una federación muy activa, la organización de una prueba como Sibiu Cycling Tour y la mejor generación de la historia. Liderada por Grosu, sí, pero con hombres como Nechita o Serghei Tvetcov igualmente jóvenes y talentosos que esperan abrir al fin la frontera cárpata.

Eduard Grosu

Grosu suma cuatro victorias en lo que va de temporada. Foto © eduardgrosu.blogspot.com