Cuando hablamos de Paris – Roubaix y de sus tramos adoquinados, dos son los que nos vienen directamente a la mente, la Trouée d’Arenberg y el Carrefour de l’Arbre. La propia naturaleza del primero, una recta infernal de 2.400 metros flanqueada por una espesa arboleda, no necesita presentación alguna. Es sin lugar a dudas uno de los iconos de la Primavera ciclista. Mientras el segundo con su peculiar Café en medio de la nada como símbolo, por su situación acostumbra a ser juez de la carrera. Dos de los tres tramos catalogados con cinco estrellas, dos tramos que eclipsan al tercero, Mons-en-Pévèle.

Situado a una cincuentena de kilómetros de meta, su importancia es capital. Tras una primera selección en la Trouée d’Arenberg y el posterior reagrupamiento parcial, a Mons-en-Pévèle siempre acostumbra a llegar un grupo más nutrido de lo deseado, pero a partir de entonces la carrera cambia. El ritmo aumenta y se separa el grano de la paja desgranando el pelotón y dejando la carrera en buena situación para que pueda acabar de romperse en los tramos inmediatamente posteriores y que finalmente los más fuertes puedan medirse en el Carrefour de l’Arbre o en última instancia el Velódromo decida.

mons-en-pévèle

Con desniveles del 1% en algunas de sus partes apenas perceptible a los ojos del espectador pero bien notorios para las piernas de los ciclistas, los 3000 m. de longitud del sector comienzan con un breve tramo de 300 m. descendente. A este le sigue otro de 800 m. ascendente, para luego tomar un giro de 135º a derechas tras el que los corredores encuentran un tramo totalmente llano de 800 m. Justo después, un cambio de dirección en ángulo recto a izquierdas, a la recta de 1100 m., en la que tras dos kilómetros de castigo los supervivientes en el grupo deberán afrontar una pendiente ascendiente del 1,5%, misma recta que, en sentido contrario, acometerá el pelotón en el próximo Tour de Francia.

A pesar de sus más de 35 inclusiones en el recorrido de Paris-Roubaix y la dificultad de su adoquín, Mons-en-Pévèle ni ha sido ni es uno de los símbolos del Infierno del Norte. Será porque en estos días que corren allí no se gana la carrera, sino que simplemente se selecciona, porque se encuentra lejos de meta, porque carece del misticismo de otros puntos de la carrera o porque su nombre no está asociado a ningún mito del ciclismo por más que Cancellara en 2010 y Boonen en 2012 lo intentasen. Mons-en-Pévèle es el gran olvidado.