Ya en el hotel después de la carrera uno suele reflexionar sobre ella. Hoy no ha sido un buen día ni para el equipo ni para mí. Setos, badenes, separadores, rotondas, subidas y bajadas y sobre todo curvas y más curvas. La Amstel Gold Race es lo mas parecido a una montaña rusa en versión ciclista.

Luis Angel Maté

Es la carrera más difícil que he tenido la oportunidad de correr y, por desgracia, en las dos ocasiones en las cuales he participado me he visto obligado a abandonar en el mismo punto: km 220. Este año por suerte no ha sido por una caída, aunque no han faltado los imprevistos. Tres veces pie a tierra en los diferentes muros, con sus respectivos cortes y sus tres consiguientes reentradas en el grupo, o mejor dicho en la cola del mismo… Lo que en otras carreras es la oficina aquí es la sala de tortura, donde no paras de recibir latigazos. Y es que en la Amstel es imprescindible rodar en las primeras posiciones. Y para ello, como dicen los italianos, hace falta “limare” muy bien. Después de eso, un pinchazo de Rein Taaramae en un momento difícil siendo nuestro coche el número 24 de la fila; le cambio la rueda y a esperar a que llegue la bici de repuesto. Por cierto: el pinchazo de Rein es gracias a alguien que había tirado chinchetas en la carretera, porque había tres en la misma rueda. Ésa fue mi sentencia de muerte: es una misión imposible volver al grupo después de esperar tanto tiempo. Además, la Amstel no es una carrera normal; hasta el ir entre coches es algo distinto y peligrosísimo, una gymkana a 50km/h.

A pesar de todo esto, la Amstel tiene un sabor especial. Es un auténtico lujazo correr con un público así donde el ciclismo se vive de una manera muy especial. Como dicen por mi tierra, la Amstel tiene duende. Yo por mi parte espero que el duende me sonría un poco mas en futuras carreras… ¡Un saludo a todos!

Luis Ángel Maté