El Tour preparó un postre alpino muy poco típico para su centenario. Una etapa en una zona alpina poco transitada habitualmente con puertos inéditos en su historia con el colofón del duro Semnoz, un recorrido más típico de la Vuelta que de la Grande Boucle. Eso sí, cerrando el tremendo encadenado de esfuerzos de esta última semana, esa ascensión tenía que servir para colocar las cosas en sitio, para despejar todas las dudas tras una carrera dónde el tacticismo ha jugado un papel superior al que suele. Así fue.

La victoria de Nairo Quintana le confirmó como el mejor escalador de la carrera, la gran ascensión de Joaquim Rodríguez le valió el muy merecido rango de tercer mejor corredor del Tour y el ansia de Chris Froome por ganar le da un aurea de campeón mucho más noble y humano que la del robot que podía parecer por su extraña morfología.

Nairo Quintana en Semnoz

Foto: Reuters

La etapa, pese a su brevedad, también sirvió para ver los románticos y desesperados intentos por lograr algo tangible de equipos este año desacertados como Europcar o Euskaltel, que salvo milagro vespertino en París se irán de vacío. Pierre Rolland peleó con todo lo que estuvo a su alcance (incluida la marrullería) e Igor Antón cogió el relevo de Nieve en la busqueda del triunfo de etapa desde la fuga, una quimera en una jornada tan corta y decisiva. También sirvió para que el eterno, el tremendo y sádico rodar de Jens Voigt nos regalara una enésima ¿y última? cabalgada en su disfrute personal.

Todo esto ocurrió hasta el pie del Semnoz, dónde Sky y Movistar limpiaron la carrera en la base de la ascensión para que se quedasen sólo los más fuertes. A partir de ahí, sucedió lo previsible, lo más parecido a lo vivido en Alpe d’Huez. Kreuziger se quedó el primero de los más fuertes y puso su ritmo para que cuando Contador se retrasase, lo que sucedió poco después, poder llegar a él y marcarle el ritmo. Por delante, un primer cambio de ritmo de Joaquim Rodríguez tensó las piernas de Froome y Quintana y un segundo consecutivo del maillot amarillo les alejó definitivamente del resto. A partir de ahí, una contrarreloj de Purito para conseguir el podio con los dos otros peldaños soldados a su rueda.

Hasta que cerca del último kilómetro Froome trató de ganar su cuarta etapa y el maillot de la montaña pero se topó con un Quintana superior, que remató a todos con esa solvencia y naturalidad que tanto asombran en un ciclista de su edad para conseguir una victoria de etapa que había. Dos maillots, el blanco y el de puntos rojos, una victoria de etapa y el segundo escalón del cajón en los Campos Elíseos. Un enorme botín que quizá el año que viene podrá canjear por una prenda amarilla. Eso es lo que ya se espera de él.