Ni con 19 años pude ver el Tour. Para mí los Tour de 1998 a 2001 son hitos fantasma solo compensados por la prensa escrita británica e irlandesa, y gracias a que, aunque con uno o dos días de retraso, uno podía gorronear el Marca en contador quioscos. Y por la BBC y la paciencia de una familia que no sabía qué tenía aquel chaval con las bicicletas. Allí me enviaban mis padres con la ilusión de volver bilingüe. La vuelta no hacía más que evidenciar que me preocupaba más por otras cosas, como gastar un dinero que se me entregaba para una urgencia (sic), y yo lo gastaba en cualquier cosa inútil y en discos de los Fugees.

Aquellos veranos eran una oportunidad que trataba de aprovechar pero que me dejaban sin Tour. Armstrong no existe ahora en el palmarés de la ronda gala tanto como no existió para mi entonces. Nunca le vi ganar una sola etapa en directo hasta 2004.

Porque en 2002, tras terminar el instituto, me dediqué a aprender qué es eso de tener que trabajar. En una zona de costa, como es Málaga, la temporada alta era y es sinónimo de jornadas intensivas y extensivas. De lunes a domingo. Aprendí muchas cosas de ese verano, aunque no recuerdo prácticamente ninguna.

2003 era mi año. También el de Beloki, decían. Aquel año no se me podía a escapar el Tour, carrera que no disfrutaba íntegra desde hacía mucho. Al de Lazkao tampoco. Había hecho podio en las tres ediciones anteriores; 2003 era su año. No recuerdo cuánto exactamente, pero al menos desde 1997 no podía sentarme tranquilo a ver etapa tras etapa. El Tour de 2003 nunca llegó, al menos en su totalidad, porque al padre de familia se le ocurrió la idea de hacer un viaje familiar.

El destino elegido fue Edimburgo. Las islas se volvían a cruzar en mi camino al final de una primera semana dominada por Alessandro Petacchi. Tener la posibilidad de enterarme de lo que ocurría en Francia estando en Escocia aumentaba mi frustración y me encerraba en la resignación. Hasta saber de la etapa no quedaba tranquilo. La llegada al hotel eran minutos para quedar saciado buscando que en la BBC informaran de una carrera en la que David Millar siempre podría jugarse algo. En Morzine ganó Richard Virenque. En Alp d’Huez, un Iban Mayo que era la gran esperanza del público. Ganó la Itzulia. Fue 2º en Dauphiné.

El 14 de julio, no recuerdo viniendo de qué lugar de Escocia, la BBC informaba de la caída de Joseba Beloki. Decía que Armstrong había hecho un recto mientras el grupo, encabezado por Alexandr Vinokourov, dejaba atrás a un caído Beloki, de rosa y entre lágrimas, al que su bicicleta, bajando por La Rochette, le hizo una peineta. No hacía falta saber inglés para saber lo que había pasado. El ciclismo, con sus imágenes, habla sin decir nada. A mi hermano, que comparte los mismos orígenes que yo en esto del ciclismo, le invadía la indiferencia.

No solo había perdido el Tour Joseba Beloki. También perdió una carrera, pues desde entonces nunca llegó a ser el mismo. Me marcó aquella imagen, por la manera de enterarme de ella y por la crueldad con la que el Tour dejó al líder de la ONCE como eterno aspirante a jeune en París. No a Lance Armstrong, que tras hacer sus pinitos en ciclocross y ni pinchar ni tener un solo problema en varias decenas de metros por terreno seco y árido, volvió a la carretera como si nada hubiera ocurrido. Vinokourov, desde siempre tan Vinokourov, ganó la etapa. Lance Armstrong, el Tour. Joseba Beloki, una historia para toda su vida.

TDF2003-BELOKI