Rodeado. Acorralado. Sumergido en la inmensidad de un mar de corredores en el que él es el único eslabón de su equipo. Un capítulo más de la lucha de David contra Goliat. El vivo reflejo de su debut en el Tour de Francia. A él le ha tocado bailar con la más fea. Ser sprinter y no poder contar con la ayuda de compañeros es una situación compleja. “Tienes que sprintar dos o tres veces antes de la meta” repetía una y mil veces Oscar Freire, un vivo reflejo de la situación de Juan José Lobato.

El andaluz, a pesar de ello, está corriendo sin complejos. En medio de la nada, en una posición en la que un corredor de Euskaltel-Euskadi no se había enfrentado antes, intenta luchar por sus opciones. Unas opciones que pasan por la maestría en el movimiento en las primeras posiciones. Y la inteligencia. Un aspecto que hace pasar de la sexta o séptima posición a luchar por la victoria. El arma que está explotando en las primeras llegadas masivas de la Grande Boucle.

En su situación, es el punto diferenciador. Diferenciador porque corre solo. Un naranja solitario en la serpiente multicolor. Aunque sus compañeros lo intenten, no están preparados para desempeñar un trabajo efectivo en los últimos kilómetros. A pesar de ello, en el final de la quinta etapa entraron en cabeza del pelotón. Una cabeza de dos serpientes luchando por la hegemonía del gran grupo. A un lado Euskaltel-Euskadi, al otro lado Omega Pharma-Quick Step. Una imagen que desvelaba la paradoja de la situación del equipo vasco.

Perjudicado por la posición de los lanzadores al dejarse caer, Lobato finalizó séptimo en Marsella. Un resultado notable. Una muesca más de un destacado comienzo. En el primer día de su primer Tour optó por la fuga. Podio y maillot de la montaña fueron el botín. Una actuación que elevó su autoestima. Al igual que el resultado. Montpellier, primer sprint puro, fue su mejor demostración. Por detrás de los cuatro más grandes del sprint hoy en día -Mark Cavendish, André Greipel, Marcel Kittel, Peter Sagan- el de Trebujena parecía el primero de los mortales. Quinto puesto. De nuevo la soledad en una lucha desigual como bandera. Pero la motivación puede romper barreras.

Entre la inmensidad, el naranja de Lobato. / Foto (c) Bettini Photo

Entre la inmensidad, el naranja de Lobato. / Foto (c) Bettini Photo

Así se encuentra, más motivado, más confiado. Situación que está viviendo en la presente campaña. Atrás quedaron las dudas y los miedos de los sprints. Atrás quedó la caída en Córdoba en la Vuelta Andalucía de 2011. Lobato apostó de nuevo fuerte por el sprint. Euskaltel-Euskadi lo agradeció. De los nuevos fichajes él es el más destacado junto a Ioannis Tamouridis. Suma una de las cinco victoria que ha cosechado la formación de Igor González de Galdeano en 2013. Fue la que consiguió en Palencia, final de la segunda etapa de la Vuelta a Castilla y León.

Un triunfo que le hizo dar un paso más. Los resultados lo demuestran. Después de un comienzo dubitativo fue su punto de inflexión. Apostaron por él en Romandia, Bayern-Rundfahrt y Luxemburgo. No desaprovechó la oportunidad. Metido en la lucha por la victoria, fue quinto de etapa en Suiza, prueba World Tour. Mejoró en Alemania. Allí Heinrich Haussler se interpuso en su camino con la primera posición. Finalizó segundo por delante de nombres como el de Gerald Ciolek o Arnaud Démare. Antes ya había finalizado tercero, misma posición que en Luxemburgo.

Resultados que no hacen más que confirmar la línea que está desarrollando en el Tour. Una línea que parece corroborar una progresión que a sus veinticinco años parece no conocer límites. Con dos tercios de carrera por delante restan aún varios sprint por disputar, muchas plazas por conquistar. Su nombre comienza a sonar.