Juanjo Lobato, Juan Antonio Flecha, Rémy Cousin, Cyril Lemoine y Lars Boom. Ellos, cinco en total, han sido los primeros en fugarse -de forma consentida, eso sí- en el Tour de Francia. Era la primera vez que un velocista podría llegar a vestirse de amarillo en una primera etapa en línea que se intuía nerviosa, complicada para todos y satisfactoria para unos pocos. Los cinco valientes rodaron según permitió el pelotón, perezoso a pesar de celebrarse hoy la primera etapa de la carrera más prestigiosa del Mundo.

Tranquilos, pausados como si no se jugaran nada, pedalearon durante decenas y decenas de kilómetros, interrumpiendo su tranquilidad solo para esprintar por los puntos del vert, y por un extraño arreón de Radioshack – Leopard y Saxo Tinkoff a unos 30 kilómetros de Bastia tras ser cogidos los fugados. Nada más se interpuso entre el pelotón y Bastia, absolutamente nada, ni siquiera la comercial necesidad de muchos equipos de dejarse en la primera etapa de la Grande Boucle. Sí estuvo cerca de hacerlo el autobús del Orica GreenEdge, atascado en el arco de meta de Bastia. Los nervios se apoderaron de la organización y parte de los equipos.

Según parecía, esto no alteró al pelotón, pero sí dos caídas, sin consecuencias ambas, que involucraron al campeón neerlandés Johnny Hoogerland y a Ryder Hesjedal. Mientras la cuestión de importancia en la etapa, a unos 20 de meta, era el canadiense, comenzaron a surgir imágenes del autobús del equipo australiano en la meta de Bastia. Ahí, junto al puerto de la ciudad corsa, con su conductor desesperado con las manos tapándose la cara, permaneció durante varios minutos un vehículo que nunca debió ser protagonista en el mayor evento deportivo del mes de julio.

Radio Vuelta informaba a menos de 10 a meta que ésta no estaría en su punto original sino a 3 de éste. Caos, comentarios, manos al pecho… y caída. La primera montonera del Tour sucedió a 5 kilómetros de meta. Un Omega Pharma – Quick Step, Michal Kwiatkowski o Mark Cavendish, hacía el afilador y provocaba una caída en el lado izquierdo de la calzada. Uno, dos, tres, montonera. Mientras Argos – Shimano y Lotto – Belisol, con Marcel Kittel y André Greipel intactos, cogían la cabeza del grupo, reducido pero todavía con varios velocistas en él, comenzaban a cazar las cámaras a los afectados. Peter Sagan, Mark Cavendish… y Alberto Contador. Mientras tanto, el autobús de Orica – GreenEdge, victorioso en su lucha particular contra el arco de meta, echaba marcha atrás, literalmente, para librarse de su yugo. Gracias a ello, la organización volvió a colocar la meta donde siempre tuvo que estar: en la propia meta. Y es complicado decir si para bien (la meta a menos 3 era peligrosa) o para mal (algunos equipos habían quemado varios lanzadores pensando en la meta en el punto kilométrico 210).

En el grupo cabecero, a 2 de meta, dejaba de colaborar el equipo de Marc Sergeant. André Greipel, con un problema mecánico, decía adiós a su sueño amarillo. Kittel se quedaba como favorito único al triunfo, solo con Alexander Kristoff (Katusha) como amenaza clara. En la volata, tras un intento desesperado de ese guerrero solitario llamado Niki Terpstra (OPQS), el alemán de Argos – Shimano se imponía en Bastia y se vestía de amarillo. Kristoff hacía segundo y un sorprendente Danny van Poppel, primer corredor así de joven en acabar entre los tres primeros en 82 años, tercero.

Por detrás llegaban corredores magullados y dolidos, pero sin tiempo perdido. La organización, sin ánimo de contrariar y consciente de la externalidad que supone para una carrera ciclista un autobús tapando la meta y cambiando las decisiones de ésta, terminó dando el mismo tiempo a todos los corredores. Mañana partirán todos en la misma situación clasificatoria, pero no física. Chapa, pintura y a ver qué tal se pasa la noche. Al fin y al cabo, esto es ciclismo, por mucho que el autobús de OGE se empeñara en ser protagonista.

Marcel Kittel