Si existe en la historia relativamente reciente del Tour de Francia una etapa que pueda calificarse como “entrañable”, muy probablemente la primera candidata a dicha calificación tendría que ser la disputada entre Montpellier y Carpentras en 1994. Fue la 14ª de esa edición e incluía en su trazado al temible Mont Ventoux, el gigante de la Provenza, cuya desolada cima se coronaba a unos 40 kilómetros de la meta. Las rampas del solitario coloso fueron testigo de un triunfo inesperado como pocos, forjado a base de sufrimiento y emoción.
Porque, sin duda, Eros Poli sería una de las últimas apuestas para la victoria en una jornada de estas características. El altísimo italiano del Mercatone Uno, rodador, imprescindible engranaje del treno de Mario Cipollini en las llegadas masivas, habitualmente sufría como pocos con sus casi dos metros de estatura y su peso para entrar dentro del control en las etapas montañosas. Acostumbrado a ocupar las últimas posiciones de la general en las grandes vueltas, difícilmente se podía esperar, ni siquiera por parte de él mismo, que su arriesgada aventura iba a ser coronada con éxito.
Pero él lo intentó. En el kilómetro 70 de la etapa, con mucho por delante por recorrer -231 km en total-, bajo el sofocante calor estival, ya marchaba en solitario, camino de enfrentarse con sus demonios particulares. La pasividad del pelotón en la planicie francesa, unida a sus dotes de potente rodador -llegó a ser campeón del mundo amateur en la modalidad de contrarreloj por equipos- le dio rápidamente una ventaja muy notable. Tanto, que cuando ésta llegó a sobrepasar los 20 minutos comenzó a pensar que quizá la locura de su escapada no lo era tanto. Si llegaba así a las faldas del Ventoux, tendría un margen de pérdida de aproximadamente un minuto por kilómetro. No parecía descabellado.
Con el Banesto de Miguel Induráin, cómodo líder del Tour a esas alturas de carrera, contemporizando el ritmo por detrás, Eros Poli comenzaba su duelo contra las rampas del gigante montañoso. Gorra colgada en el manillar, maillot abierto, agua de las botellas de los aficionados por el cuello; todo parecía poco ante el abrasador calor, magnificado por la lentitud de su pedaleo. El ritmo del Festina de Luc Leblanc y Richard Virenque en el pelotón iba limando su ventaja sin piedad.
Afortunadamente, su hueco aún era grande, claramente superior a los diez minutos, cuando Marco Pantani arrancó por detrás con Leblanc a rueda. El grandísimo escalador italiano, sin preocuparse de llevar al francés a rueda, impuso su insostenible marcha de crucero mientras por detrás era Indurain quien hacía lo propio, desgranando el grupo de favoritos hasta la media docena de unidades. En el momento en que Poli dejaba atrás los últimos rastros de vegetación y se adentraba en el desolado paisaje lunar de los kilómetros finales del Ventoux, Pantani soltaba a Leblanc y se iba en solitario.
Eros Poli parecía roto en sus pedaladas finales hacia la cima, pero sus cálculos habían sido buenos: su pérdida de un minuto por kilómetro le dejaba aún cuatro minutos de margen al coronar. Con 20 kilómetros de bajada y otro tanto de llano favorable hasta Carpentras, no se le podía escapar. Solamente el pequeño repecho situado en el final del descenso podía restarle algo de tiempo. Lo afrontó con fuerza y motivación, sabedor de que era su último obstáculo hacia la gloria.
Entrando ya en Carpentras, con Pantani absorbido por detrás por el grupo de Indurain, con tiempo para saborear la victoria, la cámara no engañaba; los ojos de Eros Poli aparecían empapados en lágrimas. Todas las emociones vinieron de golpe para un trabajador del ciclismo que difícilmente se habría llegado a imaginar en una situación semejante. En la recta de meta saludó al público que le ovacionaba, le lanzó la gorra, y disfrutó de un momento único en su carrera. Una de esas victorias que no solamente alegraron al principal protagonista, el corredor en sí, sino que probablemente todo aficionado al ciclismo disfrutó y celebró, por merecida y emotiva.
Siempre he recordado esta etapa y a su protagonista, porque llamó la atención su forma de ganar. Recuerdo (y mira que han pasado años) que cuando empecé a ver la etapa por la tele alucinés con la cantidad de tiempo que le llevaba Poli al pelotón. También alucine con esa forma de rodar para sacar el mayor tiempo posible en el llano (hizo el primer paso por la meta de Carpentras que se pasaba antes de subir el Ventoux como un rayo). Pero lo más curioso de ver fue como al llegar al Ventoux y empezar a enfentarse con sus rampas, Poli empezó a retorcerse encima de la bicicleta (lo digo sin exagerar). Hubo momentos en que Poli apenas se movía pese a dar pedales, era como ver a un hombre que buscaba evitar el fuera de control, peleando por la etapa, algo ciertamente sorprendente. Encima por detrás le recortaban tiempo sin parar y uno deseaba que Poli llegase, porque veía lo épico de su situación, lo extraño y en cierta forma todos los que vimos esa etapa pensamos que el se la merecía mucho más que nadie. El final fue apoteósico con un Poli que lo había dado todo y yo (que era un crío de 12 años dando gritos en el sofá de casa viendo como un hombretón de casi 2 metros ganaba la etapa de su vida).