Estoy en Narita (aeropuerto de Tokyo) y pienso lo rápido que pasa el tiempo. Hecho la vista atrás y pienso que el tiempo no es que haya pasado rápido, ha volado; ha volado tanto como lo que voy a volar yo ahora de regreso a España. Busco en el aeropuerto un sitio para cenar, un sitio japonés claro. Aprovecho para comer Rammen (una sopa especiada con fideos, carne, huevo y verdura). Fue mi primera comida en Japón y va a ser la última -aunque lo hice de manera inconsciente-. Dejo atrás muchísimos amigos, una última semana de despedidas, como las detesto.
Piensas en las carreras, en las últimas carreras, y vaya ¡justo cuando más fuerte estoy se acaba la temporada! ¡Qué me pongan un par de carreritas más! Ese cuarto puesto en Utsonomiya donde perdí el podio por un tubular (aunque en Japón suban los 6 primeros a éste) o la última en Wajima bajo una torrencial lluvia y la más dura de todo el calendario. Digo adiós a Japón. ¿Adiós? Si algo he aprendido en Japón es a no decir adiós nunca. En 6 meses nunca he oído pronunciar a un japonés sayonara. Siempre dicen Matane (o Mata) que significa hasta pronto. Yo os digo hasta pronto.
Me monto en el avión. Tengo 12 horas de viaje hasta Dubai, y bueno qué coincidencia, veo a un hombre con un pasaporte español en la mano, le saludo y le busco cuando aterrizamos en la capital de los Emiratos Árabes Unidos. Tenemos 3 horas y media de espera en el aeropuerto y siempre es mejor hacerlas en compañía. Se llama José Manuel, es de Valencia y es comercial de vinos. Viene de una feria en Tokyo y me comenta lo sorprendido que le ha dejado Japón y los japoneses.
Claro, y es que no es para menos, el choque que te produce el país nipón y su gente la primera vez es impresionante. Su educación exquisita, servicialidad, absoluta seguridad, la limpieza, la cantidad de gente que puede estar en Shibuya o Shinjuku, su comida o su manera de trabajar. Y es que los japoneses se rigen por la filosofía samurai, simplemente que ahora han cambiado la armadura por el traje negro, camisa blanca y corbata negra y la “Katana” la sustituyeron por el maletín.
Estoy en el avión destino a Madrid y me estoy volviendo loco. Me parece increíble escuchar tantas voces que hablen español. No me parece posible. Estoy un poco descolocado. La gente me habla en castellano y yo puedo contestar en castellano. No tengo que hablar en inglés ni en italiano ni en francés ni en mi japonés de andar por casa, y, sobretodo, no tengo que pensar en qué idioma tengo que hablar a la otra persona. Aterrizo en Barajas, cojo mi equipaje, cambio mis yenes por euros y salgo de la Terminal. ¿Pero qué pasa? Muchísimas cámaras de televisión…¡aaahh! Que viene la Selección Española de jugar en Panamá. Ya decía yo que por mí no podía ser.
Miro, me recoge mi amigo Javi, un abrazo, una foto… ¡qué alegría! Vuelvo a casa. Mañana por la mañana mi grupeta me espera, mis amigos me esperan. Volveremos a entrenar en Valladolid, pasaremos frío y volveré a tomar café en Puente Duero en el bar de Deme mientras intento que mis pies entren en calor. Los primeros días no pasará nada, y es que he vuelto a casa.
Edgar gracias, ha sido un verdadero placer leer tu aventura nipona y este ultimo post es magnifico. Espero que el año q viene podamos disfrutar de tus aventuras alla donde corras.
Un saludo crack.