Las declaraciones admitiendo cuestiones de dopaje, suelen comenzar con declaraciones de amor por el ciclismo. Declaración con un propósito, entonar el mea culpa reconocer que ha habido errores, bien personales bien colectivos. Un acto que, ligado al ciclismo, en ocasiones contadas se utilizaba cuando se entra en el tabú que es la cuestión del uso de productos prohibidos. El miedo. El dopaje. La palabra prohibida. Hablar de doping es cruzar la línea, declarar el uso de sustancias dopantes romper cualquier barrera.

Eso era antes. Ahora está ‘de moda’. Ciclistas, la mayoría estadounidenses, que se encuentran en el ocaso de su carrera o, simplemente, están retirados. Estos casos hasta antes de este verano eran esporádicos. A partir de la entrada en escena del caso de la USADA contra Lance Armstrong, los testimonios se disparan. Un hombre supuso el boom. La manera en que hizo público su pecado le devolvió a la fama y a la riqueza. David Millar fue uno de los ciclistas que fue cazado, sancionado y, después de todo, ‘liberado’ ante el gran público en un libro que se ha convertido en bestseller.

No hay un solo personaje del ciclismo que haya declarado y no esté movido por intereses; económicos, de imagen o por el rencor disfrazado de ideales. Muchos ven la oportunidad de limpiar su nombre y aprovechan la ocasión una vez acababa su carrera u obteniendo tratos de favor, como en el caso contra Armstrong. La inmensa mayoría cree ser un ejemplo para los más jóvenes a la vez que reiteran estar ayudando al ciclismo.

¿Pero cómo se puede estar ayudando al ciclismo si se ha estado haciendo trampa durante tantos años? ¿Pero cómo se puede estar ayudando al ciclismo cuando con unas palabras se hace más daño que favor? Son preguntas que, tristemente, no encuentran lógica. Una lógica que falta a la vez que lo hace la propia ética y sobre todo, la moral. ¿Cómo se puede estar haciendo daño al medio que le ha dado todo a uno? Imaginamos, sin conocerlo, que las aspiraciones y anhelos juegan malas pasadas, y que no es fácil admitir algo cuando el resto del grupo te hará ir a contracorriente. Que, al fin y al cabo, no hay tantos valientes.

Se denominan por ello víctimas del sistema. Pero como víctimas volverán a campar a sus anchas regresando a la competición como si nada hubiese ocurrido. Con sanciones de seis meses durante el invierno ofrecidos para que hablen en nombre de una persona que consiguió que se les pagara mucho y bien. No hay buenos ni malos. Justos ni injustos. Hay corredores con los valores corrompidos que si realmente fueran valientes admitirían una sanción normal, de dos años, y devolverían todos los premios conseguidos durante los años en los que se doparon. Así debería ser. Pero la política en el ciclismo existe. Y más cuando se habla de Lance Armstrong.

Lance Armstrong