Puedo aceptar y acepto que es uno de los mejores corredores del mundo. Puedo aceptar y acepto que para cualquier aficionado, fiel o neófito, verle resulta un espectáculo. Puedo aceptar y acepto que estuvo mucho tiempo en mi lista de filias deportivas antes de pasar a co-capitanear la de fobias, con otros ilustres como CR7, Carlos Boozer o Sébastien Chabal. Puedo aceptar y acepto que si yo fuese director de algún equipo, él y Edvald Boasson-Haggen serían los primeros ciclistas a los que intentaría firmar. Puedo aceptar y acepto que es este tipo de corredores el que mantiene a la gente en pie y sin descanso de 16:00 a 17:30, ya sea para venerarlo o para lanzar tomates contra el televisor.

Lo que dudo que pueda aceptar, y si lo hago me costará mucho trabajo, es que se califique a Thomas Voeckler como un ciclista ambicioso. Ni lo es él ni lo fue su predecesor, el ínclito Richard Virenque, mucho más cerca de Norman Bates que de Rick Blaine pese a su origen bedawa. Y es que Titi reúne condiciones para ser mucho más que un gran cazaetapas. Para intentar, porqué no, el asalto al podio de una Gran Vuelta (lo hubiera conseguido el año pasado de no ser por su obsesión por las cámaras camino de l’Alpe d’Huez). Y pido encarecidamente a quien me lea que no malinterprete mis palabras. Esto no es hacer de menos a Thomas Voeckler, sino quizá todo lo contrario. Exprimirle. Exigirle que saque el 100% de lo que puede dar porque, en la humilde opinión del que suscribe, aún no lo hemos visto.

Para muestra un botón. La etapa de ayer que realizó el corredor de Europcar fue uno de los mayores ejemplos de conformismo que se han visto en este Tour de Francia. Si me hubieran dicho que el marcaje al hombre que durante toda la jornada realizó sobre Frederik Kessiakoff (Team Astaná) era el que le hizo Gentile a Maradona en Sarriá en 1982, lo hubiera creído a pies juntillas. Ni un sólo relevo le dio al sueco en los más de 80 kilómetros que ambos pasaron juntos. Una actitud tan lícita como lógica de cara a conservar su preciado maillot de la montaña. Y si yo me hubiese visto en esa situación hubiese hecho exactamente lo mismo. Pero entonces, señores, no lo tilden de ambicioso.

Ayer Thomas Voeckler vio poco más que el culotte de Kessiakoff.

Pero claro, ahí ya entramos en que un servidor valora mucho lo que comunmente se califica de manera bastante despectiva como “puestómetro”. Porque qué quieren que les diga. Que Nicolas Roche (Ag2r-La Mondiale) esté en 11º lugar a las alturas de Tour en las que estamos me parece más meritorio que el triunfo de etapa de Pierrick Fedrigo (FdJ-Big Mat). El irlandés ha estado batiéndose el cobre diariamente para estar todas las jonadas cerca de los mejores. El de Marmande, mientras tanto, estaba llegando a diez, doce, quince minutos de él en cada etapa. Esperando a una de esas jornadas en las que el pelotón permite que los fugados se jueguen el triunfo. Y entonces sí. Entonces el Fedrigo, Luisle o Voeckler de turno destapan el tarro de las esencias, sacan a relucir la clase que sin duda atesoran, y se apuntan una nueva muesca en su palmarés.

Pero no quiero meter a todos los francotiradores del pelotón en el mismo saco, porque hay una cosa que diferencia a Thomas Voeckler de la gran mayoría, como diferenciaba a Richard Virenque. Su potencial es mucho mayor. El de Casablanca alcanzó el podio en los Tours de 1996 y 1997, y el actual icono del ciclismo francés regaló el pasado años su escalón en París por un error táctico. Thomas Voeckler tiene la capacidad necesaria para intentar hacer algo más grande. Para devolver a Francia al podio que no pisa desde, precisamente, 1997. Pero no. Es más fácil conformarse con su etapa anual. Con su espectáculo ante las cámaras. Tan loable como buscar ese Top10, Top5, Top3 o porqué no, en un año tonto, intentar algo más grande. Pero como escribía hace unos días Carlos Arribas, esta generación de ciclistas franceses ha crecido viendo como Richard Virenque conseguía más portadas ganando una etapa que perdiendo el Tour.

Ahora la prensa francesa reconoce que fue un error comportarse así. Creyendo que no podían ofrecer otro ciclismo, vendía portadas populistas con el gran ídolo del pueblo galo, Richard Virenque, alzando los brazos sobre cualquier línea de meta, obviando la lucha por la clasificación general. Y con esa imagen se han forjado los Pierrick Fedrigo, Sandy Casar, Pierre Rolland o Thomas Voeckler. Pero se han dado cuenta de su error a tiempo. A tiempo para salvar al mejor de todos. A tiempo de que Thibaut Pinot no sea otro Richard Virenque.