Siempre había deseado Enrique Franco, director de la Vuelta a España entre 1982 y 2003 y fallecido hace ya dos años, que la Bola del Mundo terminara siendo un final para recordar en la carrera que dirigió durante más de 20 años. Este año, y desde bien pronto, el actual director de la carrera, Javier Guillén, promocionó el final en el cemento rasgado de la subida madrileña a bombo y platillo. Diseñó una Vuelta apostando porque el final en la extensión de Navacerrada fuera juez y parte de la la carrera. Y lo consiguió.

Cuando la crono de Peñafiel -y el pinchazo de Nibali a mitad de carrera- situaron a Mosquera a algo más de 30 segundos del italiano (aunque después perdieron varios segundos en Toledo), las expectativas de los organizadores se cumplieron por completo. Una Vuelta que se había estado moviendo en pocos segundos y que disfrutó de varios cambios de líder (Purito, Antón y Nibali), llegaba al penúltimo día de competición, el decisivo, con los dos corredores más en forma en disputa del triunfo en la general. El italiano, Nibali, de rojo y con la firme intención de correr mejor que en Pal, donde el gallego consiguiera sacarle de punto. Y éste con la imperiosa necesidad de morir encima de la bicicleta buscando la victoria de etapa, con sus segundos de bonificación, que le pudieran acercar aún más a una victoria que daría con el culmen en la carrera del de Teo.

A 5 kilómetros para meta saltó Mosquera, con decisión, ritmo, plato y sin mirar atrás. La distancia se hacía mayor con el siciliano, que veía como su objetivo, el de terminar ganando la general de la Vuelta, podría esfurmarse a medida que se enfrentaba a las rampas de cemento rasgado de la Bola del Mundo. Fue entonces cuando demostró la talla de corredor que es. Sin forzarse ni cebarse reguló el ritmo hasta coger al gallego a los pies del acople de Navacerrada. Justo después de afrontar las primeras rampas de dos dígitos, Mosquera consiguió volver a distanciarlo, pero nunca lo suficiente para poder llegar a tocar el rojo que portaba con orgullo Nibali. Dos corredores que se enfrentaban con destinos encontrados, el destino que ofrecía la primera ocasión real del italiano de ganar un GT, y la gran oportunidad nunca disfrutaba del gallego de hacer lo mismo. Los últimos 4 kilómetros se resumieron en una lucha épica entre dos corredores que lo estaban dando todo antes miles de personas. Una afición entregada a unos corredores que terminaron por convertir el final soñado en la Bola del Mundo de Enrique Franco en una realidad palpable y con hechos consumados.

Hechos que dieron con el extranjero como ganador de la general, pero que el triunfo parcial en la subida madrileña por Mosquera, su impenitente esfuerzo, así como su simpatía, cercanía y humildad, dejaron satisfecha a una afición que tenía tantas expectativas en este último día de carrera como miedo a que terminara conviertiéndose en un bluff.

Javier Cepedano