Hace unos días, mi compañero y tocayo David Vilares publicaba una emotiva declaración de amor a la Doyenne, en el que pronunciaba a viva voz ese sentimiento tal especial que sentía y le hacía por la clásica valona y que ninguna otra carrera le daba. En Cobbles&Hills, como el blog lleno de cabrones que es y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, me instigaron a que hiciera lo propio por uno de esos fetiches tan personal e intransferible que la sugerencia solo podía implicar mi escarnio y mofa pública por adorar a el Cumhurbaşkanlığı Türkiye Bisiklet Turu, o como la mayoría de vosotros lo conoceréis, Presidential Cycling Tour of Turkey.

Lo primero que debo advertiros (aunque sé que a alguno puede suponerle un horrible trauma) es que no es mi carrera predilecta. Paris-Roubaix, el Mundial o el Giro hacen crecer en mí un nerviosismo y emoción imcomparable en el mundo del ciclismo. Sin embargo, es posiblemente la prueba con la que más me divierto en toda la temporada. Seguro que alguno os preguntáis por qué. Bueno, la respuesta es compleja. ¿A qué huelen las nubes? ¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos?

Comentaristas en Turquía, personajes entrañables

Las fechas seguramente acompañen, mayo se ve en el horizonte y el invierno ya empieza a ser cosa del pasado. El sol regresa y además coincide con el Tour de Romandië, que desde hace varios años acude puntual a su cita con el ‘Club de las carreras peñazo’. Pero en 2009 me tope con una página web que aseguraba emitir la por aquel entonces estrambótica Vuelta a Turquía y no lo dudé un instante. Era una época en la que me reenganché con fuerza al ciclismo más allá de las grandes citas y volví dispuesto a ver hasta la prueba más recóndita, absurda y lamentable de todo el planeta. Y en eso llegó La Turu en plena época dorada en el germen de este proyecto llamado Hilo de Ciclismo del Foro ACB, y me encuentro con su paso por autovías de cuatro carriles con decenas de camiones a los costados y dos comentaristas a los que no se les entiende ni papa y que apenas pueden distinguir los maillots. No obstante, me di cuenta de que esa prueba era algo especial al final de la etapa, aquella que ganó García Dapena, que en la entrevista dijo que el sólo hablaba castellano y al buscar un traductor, éste no hablaba turco ¿Os he dicho que por allí nos gustaba mucho reirnos?

Pero el primer fogonazo quedó finalmente eclipsado por lo que en realidad ocurría en esa carrera. No sé que clase de fuerzas esotéricas circulan por la península de Anatolía, pero el Presidential Tour of Turkey está salpicado de innumerable situaciones difícilmente comprensibles, decisiones ridículas o momentos, simple y llanamente, tronchantes. La caída de Dapena y Fothen a falta de tres kilómetros, cuando tenían a tiro la victoria; la bronca entre dos compañeros de NetApp después de que uno saltara a neutralizar a otro, cuando tenían 14 minutos de desventaja con la fuga bidón que le dio el triunfo a Efimkin el año pasado; la gran dejadez del pelotón camino de Pamukkale, que dejó marchar a una cincuentena de ciclistas en el primer puerto para llegar con más de tres de cuartos de hora de retraso; aquel interminable descenso de Tuft en el que se escapó del grupo, atrapó a los escapados y también los dejó tirados; o el repugnante empujón de Bos a Impey formarán parte de mi vida hasta mis últimos días y eso se lo debo a los organizadores, ciclistas, equipos y medios que hacen realidad todo esto.

Por todo eso y mucho más no me avegüenza decir, “I love you, Turu”. ¡Qué la UCI no te cambie nunca!