Rafael Valls Ferri (1987) es uno de los pocos corredores en el universo ciclista actual capaz de crear un carácter propio que le haga distinguirse entre los demás por algo más que su hoja de resultados. Sobrio y reservado en el trato directo, el socarrat -nombre popular con el que se conoce a los habitantes de la alicantina Cocentaina-, sólo tres temporadas en profesionales -la del debut, en 2009, con José Andrés Izquierdo en el Burgos Monumental, últimamente revelado como verdadera gran cantera del ciclismo patrio; después, dos años junto a Gianetti y Matxin en Footon y Geox-, desata su garra sobre la bicicleta, con un estilo de pedaleo muy particular que recuerda al de los escaladores de época, esos que no corrían a todo color y en HD. Puede también que al de “Chava” Jiménez, con quien exageradamente -por bagaje- se le ha llegado a comparar entre sus directores.

Una foto poco habitual de Valls: pedaleando con los colores de Geox-TMC en 2011, un año donde las cosas no salieron en ningún momento como quería.

Sea como fuere y venga o no grande esta comparación a día de hoy a “Barselleta” -su apodo cariñoso entre los miembros de la peña ciclista “Menut i Collonut”, que comparte con otro de los profesionales de la tierra: David Belda, “Beldeta”-, el español de 24 años se ganó a pulso en 2010 una oportunidad para el protagonismo en las mejores carreras que no le pudo ser correspondida en el pasado ejercicio. Dominador de la ascensión a Potrero, sólo dos días con el dorado y negro de Footon, y únicamente inferior a todo un Vincenzo Nibali en la general del Tour de San Luis, una lesión de rodilla le impidió brillar en toda la primavera, y tan sólo a partir de la Vuelta a Suiza volvió a exhibir un potencial que refrendó en el Tour, poniendo a los aficionados el corazón en la garganta con su persecución al francés Chavanel camino de Les Rousses o con una cabalgada frustrada en solitario en el Port de Pailhères, al comenzar la tercera semana de carrera.

Sin embargo, todos los elementos convergieron en su contra al mudar en el blanco y amarillo de otros pies, los de la firma de Polegato, a cuya horma Valls nunca se hizo. La llegada de dos grandes nombres como Sastre y Menchov que nunca rindieron al nivel que apuntaban sus millonarios contratos y le dejaban de antemano en la segunda fila, además de una mononucleosis que acabó con él camino del Zoncolan en el Giro y también le dejó fuera de su primera Vuelta -la carga de carreras y emociones ya le impidió estar en la grande de casa un año antes-, cortaron una ilusión generada entre los aficionados por saber hasta dónde llegaría el longuilíneo joven nacido en Alcoy.

Estirado sobre la bici y con pedaleo desgarbado, Valls saca a relucir su clase con las grandes velocidades en las cumbres. En Vacansoleil espera hacerlo de nuevo.

Finiquitado su viaje chez Matxin por la caída en desgracia de la estructura cántabra tras el plantón de Geox, Valls ya cuenta las horas para volver a cambiar de traje, esta vez por el azul de Daan Luijkx. El gusto del director neerlandés por los españoles -y eso que su primera gran apuesta le salió “rana”-, así como las buenas relaciones de su entorno con el equipo de las “roulottes”, permitirán que su cuarto año en la elite tenga la resonancia requerida, por mucho que -y es algo a lo que debamos de acostumbrarnos pronto- sea fuera de nuestras fronteras. Aún es pronto para valorar detalles como su calendario, aunque cualquiera de las grandes -el Giro por recorrido, el Tour y la Vuelta por repercusión mediática- le conviene para brillar, si bien su primer objetivo serán a buen seguro las pruebas de casa en el inicio de año -Catalunya, País Vasco-. Un talento puro para las rondas por etapas y un buen rematador al que sus paisanos podrán disfrutar en 2012 en su salsa, sin el blanco y negro que le cubrió entre sinsabores en un once maldito.