Geraint Thomas: la gran sorpresa del Tour viene de Cardiff (© Team Sky).

Lo vienen rumiando Dave Brailsford y los técnicos de Sky ya desde su oro de Pekín. La creación del equipo patrocinado por la ‘TV network’ de las Islas, a partir de buena parte del grupo técnico de British Cycling que rozó el sueño de meter a todos sus pistards en el podio del velódromo de Laoshan (falló el rebelde Cavendish, autor de una paupérrima Madison junto al entonces ya laureado Bradley Wiggins), daba carta blanca a aprovechar las condiciones físicas adquiridas en el velódromo para encumbrar a varios británicos en el Olimpo del ciclismo.

El año pasado, con distinta y forzada casaca pero con inherente supervisión, era precisamente ‘Wiggo’ la gran revelación del Tour. Y no fueron sólo las ‘patas de pollo’ en la Roubaix, los experimentos subiendo quién sabe si el Tourmalet o el Agnello, los siete u ocho kilos perdidos en el camino hacia la cuarta plaza en la Grande Boucle. Todo ello no era más que el convencimiento de que unas condiciones físicas excepcionales y un trabajo técnico y de mentalización podían allanar un poco esas montañas accesibles; hacer realidad lo que, en semblanza, era incertidumbre.

Aquella cuarteta de persecución por equipos que logró el oro en Pekín la formaban el propio Wiggins, Ed Clancy, Paul Manning… y nuestro protagonista, Geraint Thomas (Cardiff, 1986). Poco a poco y sin hacer nada de ruido, este discípulo de Claudio Corti -que pasó hasta en dos ocasiones como stagiaire, primero con Heppner en el antiguo Wiesenhof y luego con Matxin en Saunier Duval- ha progresado durante las últimas campañas, para convertirse en un verdadero candidato a dar guerra en la ronda gala y, por qué no, a eclipsar a la otra gran embajadora del pedal en País de Gales, la ex-campeona del mundo en Varese Nicole Cooke.

Sorprendente en la etapa de Arenberg, su estampa ya no es ajena a los seguidores del Tour (© Team Sky).

En este 2010 hemos visto hacer a Geraint prácticamente de todo, con un marchamo de auténtica promesa pero sin la promoción que reciben otros de su quinta: trabajar durante la primera parte de campaña; enfrentarse por primera vez en su carrera a las clásicas del Norte -en las que ya destacó como juvenil, categoría en la que fue campeón del mundo en el siempre difícil Scratch-; y, a partir de Mayo, de la Vuelta a Baviera, como el mismo Wiggins, dar ese pequeño salto de resultados que ponga los tests físicos en perspectiva.

Desde entonces, Thomas ha destacado en cualquier terreno: se ha metido en los accidentados sprints del Dauphiné, ha destacado en las contrarreloj, ha buscado fugas de tronío en los terrenos más difíciles y ha conseguido una victoria de postín -el infernal Campeonato británico, disputado ‘a cara de perro’, con ataques y contraataques, sobre un recorrido técnico y muy duro-. Ese maillot británico, unido a la ya consabida presencia de Edvald Boasson Hagen para los sprints, forzó -o, deberíamos decir, justificó- su presencia en la Grande Boucle en detrimento de Greg Henderson, quien se frotaba las manos pensando en unas volatas muy desorganizadas -en realidad, salvo el ‘oasis’ del ahora defenestrado tren de HTC-Columbia, los últimos años son reafirmación de lo que sucedió ayer en Reims y probablemente seguirá sucediendo en estos dos días- como las que le llevaron a vencer, por ejemplo, en París-Niza.

No podemos ocultar que todo estaba previsto: sus resultados en el presente Tour de Francia delatan al de Cardiff, sorprendente mejor clasificado de los de Brailsford en un peligroso prólogo de Rotterdam para el que los ‘brits’ presentaban muchos y mejores candidatos. Como de casualidad, pero de nuevo con sentido, Thomas acaba colándose en el corte decisivo de la etapa de Arenberg, donde aguanta sin problemas el ritmo de auténticos mastodontes como Cancellara o Hushovd, y sólo cede en el sprint final ante el noruego. En el pelotón se le ve siempre pendiente de su posición, y a pesar de que la versión oficial del flamante maillot blanco del Tour siga siendo la de defender los intereses de Wiggins, estamos en disposición de creer lo contrario.

Thomas ya conoce lo que es el Tour: lo acabó, sufriendo como un perro, como el más joven de la prueba en 2006, aún como neo en su etapa en Barloworld. Sin duda, ello debe ser un apoyo fundamental para el éxito de un corredor que está llamado a disputarse el cartel de revelación con los mejores, pero que también tiene en sus manos -como Boasson Hagen- poner la nota fresca en un equipo que no se ha granjeado precisamente las simpatías de determinado público. Quizás purista, pero definitivamente entusiasta por este deporte como nadie, que ha atisbado en ellos una cierta arrogancia y un carácter muy poco humano. Jonathan Vaughters, que ya comprobó en su propio equipo los efectos de la ‘fe británica’ en 2009, avisa que habrá que tener cuidado con Geraint incluso para la alta montaña. Conociendo las credenciales del americano, cualquiera se atreve a llevarle la contraria.

Daniel Sánchez Badorrey