Corría el mes de junio de 1958 y las portadas de El Mundo Deportivo hablaban de los cuartos de final de la Copa del Generalísimo. De fútbol, por supuesto. El Barça, comandado ni más ni menos que por Ladislao Kubala y un joven Luis Suárez, era “claro favorito” en la eliminatoria que le enfrentaba al Valencia. La Copa del Generalísimo compartía protagonismo con otra más global, la Jules Rimet. Es decir, con el Mundial de fútbol, que arrancaba ese 8 de junio en Suecia.
Las particularidades del fútbol español de la época que, más allá de los triunfos europeos del Madrid, vivía sumido en la posguerra más autárquica, habían alejado la selección española de la Copa del Mundo, hasta el punto que esta coincidía con la competición estatal, algo impensable hoy en día. Aun así, el periódico barcelonés no ahorraba esfuerzos en informar a sus lectores, dedicándole una página y media diaria -de las ocho que tenía la publicación- y un espacio de privilegio en su portada mosaico.
Hay cosas que el tiempo no cambia. El fútbol ha sido el deporte rey en nuestro país desde que lo trajeron como pasatiempo grupos de extranjeros a finales del siglo XIX. Pero hay cosas que sí lo hacen. En ese mes de junio, como fue habitual durante las décadas centrales del siglo XX, arriba del todo de la portada, incluso por encima del nombre del periódico, aparecía la información del Giro de Italia. El ciclismo, como los rallies o el boxeo, era un deporte que por su épica, por su complicidad con la literatura, apasionaba a las multitudes. El mismo día 8 de junio de 1958 en que el Barça jugaba un partido clave contra el Valencia y en que daba comienzo el Mundial de fútbol, el primer titular que se podía leer en El Mundo Deportivo era “Poblet venció en la etapa de ayer, la penúltima de la Vuelta a Italia”.
Miquel Poblet (Montcada i Reixac, Barcelona, 1928) era uno de los “ases” de la época. Su punta de velocidad y su potencia unidas a una gran capacidad de fondista eran una combinación fantástica, nada común en los ciclistas españoles de la época. En ese Giro se llevó la clasificación de la regularidad y tres etapas. Y pudieron ser más. En una de las etapas reina, marchaba escapado tras superar una dura jornada dolomítica. Pero a falta de tres kilómetros para el final pinchó. Su coche de equipo tardó mucho más de la cuenta en llegar y Poblet perdió la etapa. Así le relataba al Diario AS -en un artículo que ¡Tomás Guasch! le hizo por su 80 cumpleaños- un instante que se convertiría en memorable, en icónico: “Se había terminado el agua, vieron una fuente y pararon a avituallar. Pensaban que como quedaba poco, ya no tendría ningún problema. Total, que me quedé chillando desesperado y la foto que me hizo el abuelo Alguersuari refleja el nerviosismo del momento”. Hablaba Poblet de Paco Alguersuari, que a bordo de una de sus míticas Vespino estaba preparado para atrapar el momento.

Poblet grita desesperado en busca del coche de equipo (Foto: Alguersuari)
La foto, tan dramática como el momento, el tiempo y el deporte que retrataba, dio la vuelta al mundo, ganando el premio World Sport Photo del año. Se trata de una imagen que ilustra lo que fue la época dorada del fotoperiodismo deportivo, una era que se puede explicar, en buena medida, gracias al franquismo. Cuenta el historiador y periodista Jaume Fabre en su Història del Fotoperiodisme a Catalunya que “las fotos deportivas pasaban la censura con mucha más facilidad que el resto, que quedaban limitadas a retratos de autoridades o eventos folklóricos”. De todos modos, el motivo evidente era que, todavía sin televisión, las fotografías eran la única herramienta para plasmar en imágenes aquello que las crónicas intentaban acercar a unos lectores ávidos de unas aventuras que solo podían imaginar.
Y tan aventureros eran deportistas como fotógrafos. El propio Fabre repasa la figura de Alguersuari atribuyéndole anécdotas como la de la Volta de 1962, cuando “un accidente le estuvo a punto de costar una pierna. Mientras le operaban en el quirófano, Paco hizo una foto que luego le publicaron todos los medios de comunicación”. Célebre es también su curiosa técnica de emplear palomas mensajeras para enviar las fotos lo más rápido posible. Y es que “la obsesión de Alguersuari”, como la de sus contemporáneos era, como explica Emilio Pérez de Rozas en un artículo de homenaje que le escribió tras su muerte en la revista Capçalera, “estar presente en el momento clave. Importaba bien poco el cómo, o incluso el resultado. Lo importante era no perderse el instante preciso”. Como el grito desesperado de Poblet en aquella carretera de tierra en los Dolomitas.
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Preciosa anecdota y muy buen articulo. Acabo de descubrir el blog y creo que me pasare muy a menudo a visitarlo