-La prueba-
Último domingo de abril. Último Monumento de la primavera ciclista. Última gran oportunidad de justificar el inicio de temporada. La carrera decana del ciclismo, la Liége-Bastogne-Liége, es una de las grandes citas del año junto a los otros Monumentos, las mejores y más prestigiosas vueltas por etapas y el Mundial. Carrera que ha vivido grandes momentos, como la victoria que posteriormente relatamos de Bernard Hinault, las cinco de Merckx o la de Franck Vandenbroucke en 1999, y que podría tener como vencedor el domingo, en Ans, cerca de Lieja, a corredores del talento de Philippe Gilbert, Alejandro Valverde, Andy Schleck o Alberto Contador.
-Historia-
La historia de la Lieja-Bastoña-Lieja empieza antes que la de cualquier otra carrera. En 1892 el Pesant Club Liégois y la Union Cycliste Liège decidieron organizar una carrera para amateurs con un recorrido de ida y vuelta hacia el sur, a la pequeña ciudad de Bastoña, que hoy en día se sigue respetando y que da nombre a la prueba. ¿Y porqué Bastoña? Era el punto más lejano al que los organizadores creían poder llegar para controlar el paso de los ciclistas. Y es que inicialmente su intención era que la carrera sirviese como precursora para otra mucho más grande hasta Paris, también de ida y vuelta, inspirada en el éxito de la ahora reducida a marcha cicloturista Paris-Brest-Paris, pero ese proyecto nunca llegó a ver la luz. Las tres primeras ediciones, la tercera de ellas ya para profesionales, fueron dominadas por un mismo protagonista, el local Léon Houa, que poco después dejaría el ciclismo para dedicarse al automobilismo.
La Doyenne es la decana pero no la prueba más veces disputada, ya que la larga interrupción desde 1895 hasta 1908 y las posteriores (las dos guerras mundiales tuvieron las colinas ardenesas como uno de sus escenarios principales) hacen que por ejemplo la Paris-Roubaix le aventaje en doce ediciones. En esos vaivenes la carrera se movía entre el amateurismo y el profesionalismo e incluso ya en la década de los cincuenta, pese a haber desarrollado una personalidad propia muy marcada, el poco interés que despertaba en su propia región hacía peligrar su futuro. Los organizadores decidieron actuar y acordaron con los de la Flecha Valona la disputa de ambas carreras en un mismo fin de semana, manteniendo cada una su independencia pero creando al mismo tiempo el título de ganador del Weekend Ardennais que premiaba al mejor en la combinación de tiempos en ambas carreras. Es a partir de entonces que el palmarés de la prueba empieza a internacionalizarse y aparecen los nombres de grandes figuras como Kubler, Ockers, Van Looy, Anquetil, Merckx (quién, cómo no, tiene el récord de victorias con 5), de Vlaeminck, Hinault, Kelly, Argentin, Bartoli, Bettini o Valverde entre muchos otros. La exitosa fórmula tuvo continuidad hasta mediados de la década de los sesenta, cuando el prestigio de la prueba ya había crecido mucho, habiéndose convertido cronológicamente en la última de las grandes clásicas disputadas en la primavera, siendo la que da paso a la temporada de Grandes Vueltas, algo que se ha mantenido hasta nuestros días.
No se puede acabar este repaso histórico sin hacer referencia a la edición más mítica, la de la titánica victoria de Bernard Hinault en 1980. El 20 de abril de ese año, alejado de lo que debe ser un domingo primaveral, despertó al pelotón con un temporal de frío, viento y nieve impropio de esta época del año. Hinault en seguida anunció a su equipo que se bajaba, pero fue convencido por su equipo de continuar almenos hasta el giro en Bastoña. La mayoría de ciclistas no llegaron a ese punto, abandonando al poco de iniciarse la carrera. Muchos equipos se quedaron sin apenas representación quedando la carrera en jaque. Pero algunos valientes emprendieron el camino de vuelta hasta Lieja, adonde finalmente solo 21 llegarían. “Le Blaireau” lo hizo 10 minutos antes que cualquier otro, tras atacar a 80 kilómetros del final. Su director, el mítico Cyrille Guimard le convenció de quitarse su chubasquero, ya que la parte decisiva de la carrera iba a llegar. “El chubasquero estaba hecho de tela encerada y me cubría muy bien del frío. Hasta ese momento apenas había dado importancia a la carrera pero entonces me empezaron a temblar los dientes y no tenía protección, así que decidí que tenía que correr lo más rápido posible para mantener la temperatura corporal. Al mismo tiempo me seguía diciendo que los ciclistas que había tras de mí debían sentir lo mismo, así que si ellos podían, yo también” recuerda el campeón bretón. Hinault necesitó varias semanas para recuperar el tacto en sus dedos índice y corazón después de las congelaciones que sufrieron e incluso se dice que perdió por completo la sensibilidad en uno de sus meñiques, pero a cambio hizo un poco más grande tanto su propia leyenda como la de la más vieja de todas las carreras, la Doyenne.
-Recorrido-
Lieja-Bastoña-Lieja, 252 kilómetros que los ciclistas deberán afrontar el domingo en un camino de ida y vuelta por las sinuosas Ardenas, celebre campo de batalla durante siglos ahora convertidas en un escenario perfecto para el deporte de la bicicleta. La carrera respeta el trazado que le marca su nomenclatura salvo por el pequeño detalle que desde 1991 el final se encuentra en Ans, pequeño suburbio situado en una colina al Norte de la ciudad.
La carrera parte desde la Place Saint-Lambert, en el centro de Lieja, una ciudad que además de ser amosa por acoger este Monumento tiene el honor de ser la única que ha visto finalizar etapas de las tres grandes vueltas. El camino de ida es bastante recto y relativamente cómodo, y en sus 97 kilómetros y medio solo da lugar a un cota puntuable, la de la Roche en Ardenne (2.8 kms al 4.9%), aunque el perfil como en todo el recorrido es bastante quebrado y sirve para acumular desgaste en las piernas de los favoritos y sus gregarios y para ofrecer una buena oportunidad a los valientes que busquen la fuga del día. El punto de inflexión en Bastoña es un lugar emblemático, allí hay colocada una rotonda (le Rond Point) con un pequeño monumento que homenajea a una carrera que es el principal reclamo turístico de esta pequeña ciudad fronteriza con Luxemburgo. A esas alturas, sin embargo, todavía falta para llegar al tramo decisivo. Antes se supera la segunda cota puntuable del día, la breve Côte de Saint-Roch (800 metros al 12%) que da paso al tramo posiblemente más cómodo de la carrera, unos 40 kilómetros sin grandes dificultades aparentes que llevan al pie de la Côte de Wanne (2.7 kms al 7%). A partir de ahí no hay desperdicio. Casi 90 kilómetros de serrucho constante solo apto para superclases.
Prácticamente con total continuidad se ascienden la Côte de Stockeu (1.1 kms al 10.5%), dónde se rete homenaje con una estatua a Eddy Merckx y dónde atacó Hinault en su mítica victoria de 1980, el Col du Rosier (6.4 kms al 4%, suficientemente largo como para ser considerado un puerto y no una cota), Maquisard (2.8 al 4.5%), Mont-Theux (2.7 al 5.2%) antes de llegar al tramo más decisivo. Estas dos últimas ascensiones son nuevas este año y sustituyen a la Vécquee (6 kms al 5%) que ha sido suprimida junto a la Haute-Levée, que se pasaba unos kilómetros antes.
A partir de ahí, el tramo decisivo, con el triumvirato de cotas que más marca a la carrera. Primero la mítica Côte de la Redoute (2.1 kms al 8.5%), escenario de momentazos como la pasada de Vandenbroucke a Bartoli en el 99, que últimamente ha quedado algo abandonanda por el espectáculo por su relativa lejanía a meta. Más que por su dureza, que está ahí, es un lugar emblemático por su carreterita estrecha siempre abarrotada de público que recuerda más a un “berg” flamenco que no a una cota valona. Quién sabe si un motivadísimo Gilbert, originario de Remouchamps, localidad en el mismo pie de la Cota, no recuperará este sitio como punto decisivo para la carrera…
Luego viene una transición pestosa con el repecho de Sprimont antes de una breve bajada que conduce al pie de la novedosa Côte de la Roche aux Facons (oficialmente 1.5 kms al 9.9%, en realidad bastante más larga, ya que tras pasar la pancarta que marca teóricamente la cima, se continua subiendo durante aproximadamente un kilómetro más). Esta será la tercera vez que se afronte una subida que ha sido escenario en las dos ocasiones que se ha escalado de los movimientos ganadores. Su inclusión, provocada por los numerosos grupos que solían llegar a los últimos kilómetros beneficia a los más escaladores. Tras coronar, bajada con la habitual autovía de circumvalación, paso al lado del campo del Standard e inicio de Saint-Nicolas (1 km al 11%), quizá la última oportunidad para aquellos que no confíen en su final para marcharse en solitario. De todos modos, y pese a su cercanía a Ans, hace tiempo que esta cota no es decisiva, sobretodo desde la aparición de la Roche aux Facons. La igualdad de fuerzas de los que llegan ahí en cabeza suele ser máxima.
Después solo queda una breve bajada, propicia para movimientos a contrapie como la acción ganadora de Frank Schleck y Danilo di Luca en 2007, y la subida a Ans, no demasiado dura comparada con todo lo anterior pero que a esas alturas también hace daño, ahí por ejemplo vimos a Bartoli reventar a un impotente Jalabert en el 97. Finalmente, los últimos metros llanean y de llegar un grupo la punta de velocidad juega un papel determinante. En definitiva, un recorrido con muchos puntos calientes que ofrece infinidad de posibilidades a un amplio abanico de ciclistas a los que solo se les exige una única condición, que sean muy buenos.
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