En un plazo de escasos diez meses, las tres grandes vueltas por etapas del ciclismo salieron desde una localidad holandesa. La Vuelta a España 2009 arrancó desde Assen, el Giro 2010 salió desde Amsterdam y un par de meses después Rotterdam acogió los primeros compases del Tour de Francia. Pese a la lejanía entre Holanda, España e Italia, Vuelta y Giro apostaron decididamente por trasladar la carrera hasta los Países Bajos. Sabían lo que hacían: todas las etapas disputadas en Holanda fueron un éxito absoluto de público. No sorprende, aunque a la vista de los datos tal vez debería: ¡los ciclistas holandeses llevan 21 años sin subirse al podio de una grande!
El último lustro de ciclismo ha visto la aparición de notables y notorias promesas salidas de este pequeño país, la inmensa mayoría en las filas del Rabobank, equipo-emblema del ciclismo orange. En la temporada 2005 dio sus primeros pasos en el profesionalismo un tipo con estatura de base alto que un año antes había brillado en el mundial júnior de Verona y que un año después se llevaría la Settimana Lombarda y el Circuito Montañés. Se trataba de Robert Gesink, un ciclista honesto sobre la bicicleta hasta caer en la ingenuidad, y que pronto representaría la gran esperanza del ciclismo neerlandés en las tres semanas.
Debutó en una grande con 22 años y un séptimo puesto en la Vuelta 2008, a siete minutos de Alberto Contador. No había dudas de que a Gesink, después de esa Vuelta, había que soltarle de la mano y dejarle que diera sus primeros pasos en el Tour. Igual que un niño pequeño al que le extirpan los ruedines auxiliares de su primitiva bicicleta, Robert besó el asfalto con dureza cuando conoció el Tour. No pudo ni probar un poquito de su terreno cuando vivió una etapa infernal camino de Perpignan que acabaría obligándole a abandonar la carrera. Esas cosas del Tour: siempre duele en la primera vez.
Volvió a La Grand Bouclé al año siguiente con la co-capitanía relativa en la casa naranja. Fue sexto, un resultado notable pero un poco deslucido por el poco peso que tuvo en la carrera, muy por detrás de un muy buen Denis Menchov. En esta offseason el ruso y el banco holandés pusieron fin a una relación razonablemente exitosa, un movimiento con evidentes implicaciones: Gesink estaba en el Tour para quedarse. Así lo indicaban también sus prestaciones durante la temporada, con una evolución destacable en la contrarreloj (para el recuerdo quedan los prácticamente cinco minutos que se dejó con Menchov en la CRI final del Tour ’10).
En el Tour como jefe de filas absoluto de una escuadra destacada y con el peso de toda la afición holandesa a sus espaldas. Quién diría que Gesink cumplió 25 años en mayo y que si llega a París sólo será la segunda vez de su carrera. Al ciclista que llega del país sin montañas nunca se le negó su talento para superar las cuestas de la carretera. Pero ahora sus rivales parecen más temibles que el Alpe d’Huez, la montaña de los holandeses a la que la carrera llegará poco antes de París. Y es que suceder a Erik Breukink no sólo está en sus piernas y su cabeza: a veces el asfalto del Tour decide sin preguntar por justicia.
PS: Mis sinceras disculpas a Burguess, Kubrick y los seguidores de ambos y su obra por el grotesco juego de palabras del título. Mentiría si dijera que no volverá a pasar.
* Texto originalmente publicado en Biciciclismo.