El absoluto dominio ejercido por Miguel Indurain –hace ya casi dos décadas, ¡como pasa el tiempo!- y actualmente por Alberto Contador y, sobre todo, las victorias de segundos espadas como Carlos Sastre y Oscar Pereiro nos han dado la impresión de que Tour y España son dos términos ciclistas que van muy ligados. Nada más lejos de la realidad.
Tuvo que transcurrir más de medio siglo para que el ciclismo español se anotara su primer triunfo en la ‘grande bouclé’, catorce años más para repetir y otras quince ediciones para que llegara la tercera victoria, ya en un 1988 que no nos pilla tan lejos. Eran otros tiempos y ciclistas como Jesús Loroño, Julio Jiménez, José Pérez Francés o José Manuel Fuente –que nada tenían que desmerecer, más bien todo lo contrario, a nuestros ganadores del siglo XXI- tuvieron un papel protagonista, pero sin ese éxito que ahora nos parece tan fácil conseguir.
Y es que las glorias y miserias del ciclismo, del Tour de Francia como la magna representación de nuestro deporte, conocieron buen número de apellidos españoles, aunque el más representativo sin duda es el de Luis Ocaña, el ciclista que me hizo conocer y amar este deporte, el hombre que tuvo la mala suerte de ser el español de Mont de Marsan o el francés de Priego, en un desapego de la tierra que marcaría profundamente su carrera y su vida.
Ocaña debutó con una caída en el Ballon d’Alsacia en la edición de 1969 que le mandaría a casa; disputó enfermo la edición de 1970 –a la que llegó con la vitola de ganador de la Vuelta- en la que aun así ganó una etapa; fue el protagonista excepcional y malogrado un año más tarde; abandonó escupiendo sangre en 1972; ganó majestuosamente –con quince minutos sobre el segundo y seis etapas en su haber- un año más tarde; no disputó por lesión la edición en la que debería haber lucido el número uno, y abandonó por una forunculosis la de 1975. Aun disputaría dos más, pero con un protagonismo tan secundario como triste para un hombre que pudo haber escrito una exitosa historia de leyenda en la carrera gala, pero que ahora permanece postergado en la historia por las recientes victorias de nuestros compatriotas y por su increíble mala suerte.
Cuando se cumplen cuarenta años de aquella edición tan fantástica como trágica, quiero rendir mi pequeño homenaje, pero sobre todo traer a la memoria de los más jóvenes, la figura de Luis Ocaña, el gran campeón español injustamente olvidado, que fue capaz de plantar cara al gran Eddy Merckx –el más grande de los grandes- como ningún otro corredor lo ha hecho –quizá sólo José Manuel Fuente, pero en el Giro de Italia-. Y fue un 8 de julio cuando el conquense lanzó uno de los más monumentales ataques que se recuerdan, en uno de los primeros puertos de una etapa corta, de 134 kilómetros, sin consentir un solo relevo, dejando de rueda progresivamente a Pettersson, Merckx, Zoetemelk y Van Impe. En la meta de Orcieres Merlette, casi seis minutos sobre este último, más de ocho sobre sus principales rivales –incluyendo el Caníbal-, y más de sesenta ciclistas fuera de control.
Pero ese Tour no tenía escrito el nombre de Ocaña en su libro de oro, a pesar de que éste aguantó el ataque en tromba de Merckx camino de Marsella, y apenas cedió unos segundos en la crono de Albi. Porque en la primera jornada pirenaica, su poca sensata persecución tras el belga –que atacaba como un loco en todo momento para ganar un Tour que tenía perdido- le costó una tremenda caída en el col de Mente. Pero no fue esta, con ser bestial, la que le llevó al abandono, sino ser arrollado cuando se incorporaba por un Zoetemelk que no pudo evitar golpearle en los riñones por culpa de la niebla. Más mala suerte, imposible.
El de Priego se desquitaría dos años después, ganando a lo campeón en 1973, aunque algunos minusvalorarían su triunfo por la ausencia de Merckx, que en una decisión que no comprenderíamos ahora, ya que renunció al Tour para correr Vuelta y Giro. Una edición en la que Ocaña avasalló… a pesar de que pudo haber cambiado el primer día: en la etapa inicial un perro se metió en el pelotón, y solamente un corredor de los 132 dio con sus huesos en el suelo, aunque afortunadamente sin daños. Adivinad quien.
Luis Román Mendoza- Uluru.