Por Aida Nuño

 

Conocí Valkenburg una tarde del otoño de 2006. Llegué allí sobre mi bici de ciclocross, sin más compañía que una cámara de fotos y un móvil sin saldo. Me topé con el Cauberg por casualidad, vi el casino y me paré un rato a contemplar las ruinas de algo parecido a un castillo. Pero nada de esto es lo que recuerdo con mayor nitidez. La calidez de sus terrazas y la tranquilidad de sus calles me dejaron claro que, desde aquel momento, ese pequeño pueblo de la provincia de Limburgo sería lugar de paso obligado para todas las visitas que tuviese a partir de entonces. Armonía y sosiego que alcanzan su mayor esplendor cuando cae la noche.

Asentada durante un año en la vecina localidad de Maastricht, tuve muchas más oportunidades de embriagarme de la paz de esta pequeña villa, aunque en sus terrazas, he de confesar, me sirvieron muchos más chocolates que cervezas. Creo que podría decir, además, que gracias a Valkenburg descubrí un espíritu navideño que nunca antes había sentido: un perfecto compás de música y color que ninguna película ha conseguido reproducir. Por todo ello, y por muchas cosas más, correr una Copa del Mundo en Valkenburg era algo más que correr una Copa del Mundo.

Llegué a los Países Bajos con la despreocupación de los 22 años y la tranquilidad de unos estudios terminados y un título bajo el brazo. Y así me planté también en la salida de la World Cup con la tranquilidad de la experiencia y la despreocupación de no tener nada que perder, ni la necesidad de demostrar.

Valkenburg, Inicios - Foto Aida Nuño

Valkenburg, Inicios – Foto Aida Nuño

No fueron fáciles los primeros días. Con muy poco dinero y un nivel de inglés peor que malo, me descubrí allí, con una enorme maleta amarilla y muchas dudas. Poco a poco, lo difícil se fue haciendo asequible y desenvolverse en otro idioma dejó de antojarse imposible. Tampoco fueron fáciles las primeras curvas, con el ansia de la primera Copa del Mundo y las ilusiones intactas, ninguna corredora cedía su espacio. Mirar hacia atrás y ver solo dos bicis me hizo recordar la situación tantas veces vivida de ser la rival más débil. Poco a poco, las cosas fueron mejorando, la pantalla de puestos me iba acercando al objetivo y las voces desde el box se animaban cada vuelta un poco más.

Llegó un momento en que lo desconocido se convirtió en hogar; un hogar escogido y diferente al que simplemente te toca porque sí. Creo que dejé de sentirme una turista cuando me acostumbré a cenar a las siete de la tarde. Libre de heridas y ligera de equipaje, construí un remanso de paz dentro de mi desorden habitual. Tres vueltas quedaban para el final cuando alcancé el lugar en el que me encontraba a gusto. Ya dentro del Top15, avanzar más puestos no parecía fácil, pero por detrás las amenazas guardaban una distancia prudencial.

Las últimas vueltas fueron buenas para encontrar el ritmo propio, para intentar únicamente ir rápido sin preocuparse de tapar huecos o de recuperar posiciones. Y fueron buenas también para poder recrearse por un instante en la satisfacción de un objetivo ya al alcance de la mano…ese, el oficial, de meterse en el Top20, y uno un poco más íntimo, casi inconfesable, de colarse entre las 15. Ya encima de la meta me salía un gesto del que aún desconozco el significado, no pretendía celebrarlo, ni mucho menos, quizás saludar a las varias caras conocidas que había al otro lado de la línea o… no sé, salió sin más, sin contar con ello hasta después de haberlo hecho.

CdM Valkenburg 2014 -Foto Anton Vos

CdM Valkenburg 2014 – Foto Anton Vos

Tocaba ya dejar atrás ese lugar del que un día me fui con un volveré en los labios. Una sensación repetida ahora, mientras esperamos volver a meternos en ese escenario de barro y hierba… y arena… que tanto nos gusta. No falta en el viaje de vuelta un buen cargamento de Speculaas y sirope de manzana, porque cuando lo eche de menos, un billete de ida me costará solamente un paseo hasta el armario.

Tot ziens,

@tulipaida