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(Foto: Mathieu Riegler / Kyro)

Los velocistas españoles nunca vivieron una semana mejor que aquella de mediados de marzo. El sábado, en la Via Roma de San Remo, Óscar Freire ganó su segunda Milano-Sanremo con un sprint bellísimo y espectacular. Su palmares empezaba a parecerse al de una leyenda (tres Mundiales, dos Sanremos) y ese año parecía que podría volver a correr el Mundial en un trazado en Stuttgart permitía soñar con el cuarto arcoíris. Además, cuatro días antes, Koldo Fernández de Larrea, un ciclista de 25 años del Euskaltel-Euskadi, había ganado la última etapa de la Tirreno-Adriatico al sprint.

Era la primera victoria de la carrera de Fernández de Larrea, que hoy ha anunciado su retirada con 33 años y tras pasarse cuatro temporadas sin ganar. Cuando levantó los brazos en San Benedetto del Tronto se desataron ciertas esperanzas –entiéndase lo de ciertas: nadie pensó que fuera a ser el Petacchi vitoriano– que nunca se llegaron a cumplir, así que no debían de estar muy fundadas. Koldo era un caso único: un sprinter nacido en España y que además corría en Euskaltel – Euskadi. Aquello no podía salir bien.

Durante unos años estuvo bregándose como la bandera del equipo naranja en los sprints de las grandes vueltas. Hizo algunos puestos meritorios en alguna: fue segundo tras Freire –¿cuántas veces una llegada masiva de una gran vuelta habrá sido encabezada por dos españoles?– en Logroño en la Vuelta 2007, segundo otra vez en Lorca en 2010 –detrás de Farrar, delante de Cavendish–, tercero en varias ocasiones en Vuelta y Giro… daba la sensación de que rozaba alguna victoria grande de la misma forma que rozaba a sus rivales en las llegadas: era un sprinter un poco peligroso en las rectas finales.

Igual que les ha pasado a otros velocistas españoles, Koldo tampoco remataba cuando bajaba el nivel. En total se ha retirado con diez victorias y la última etapa de la Tirreno-Adriatico 2007 es la mejor con claridad. Su año más destacado fue el siguiente, en el que ganó cuatro etapas en distintas vueltas españolas (Murcia, Castilla y León, Euskal Bizikleta y Burgos) y el Tour de Vendée a final de año, una carrera que también ganó en 2010.

Solo aquel año y en aquella llegada de San Benedetto había parecido un buen sprinter. Con el tiempo y en vista de la falta de éxito, Fernández de Larrea se fue reciclando a otros menesteres. En 2012 firmó por Garmin – Barracuda y ya asumió que, como mucho, las volatas las iba a probar en las carreras secundarias del equipo de Vaughters. Ser español, sprinter y firmar por un equipo extranjero significa que o eres Óscar Freire o renuncias a los codazos, los empujones y los golpes de riñón. Y más si llevas una victoria en dos temporadas.

Empezó a funcionar más como gregario y nunca abandonó del todo su doloroso idilio con el suelo. En ese sentido, tiene un hito que es probable que solo haya conseguido él en la historia del ciclismo: abandonó dos vueltas grandes seguidas (Vuelta 2013, Giro 2014) por caerse en la contrarreloj por equipos inicial. Tantos golpes seguramente hayan adelantado su retirada, la de un ciclista de aspecto amable pese a todo.

Fernández de Larrea deja la bicicleta convertido en otra pieza del museo de velocistas españoles sin éxito. Salió Poblet, 40 años después apareció Freire y, salvo asteriscos puntuales, España es incapaz de producir un sprinter. Siempre se dice que apenas hay clasicómanos nacionales porque aquí no se aprecian esas carreras. En cambio, si España produjese un hombre rápido que pudiese ganar tres etapas en el Tour, ¿no lo valoraría la afición? Mientras se plantean estas preguntas, habrá que esperar que el cuarto puesto de Juanjo Lobato en San Remo no se convierta en otro San Benedetto del Tronto.