Por Aida Nuño
Solemos medir el paso del tiempo por la sucesión de acontecimientos periódicos. Algunos utilizan los cumpleaños, las estaciones, los cambios de gobierno, las Nocheviejas… Otros nos damos cuenta de lo fugaz que es todo cuando llega octubre, o cuando llega el ciclocross, que para ese “nosotros” viene a ser sinónimo.
No sé por qué sucede. Pero cuando una temporada termina, todo son ganas de que el tiempo pase rápido. Quieres que llegue pronto la siguiente para hacer aquello que esta vez quedó incompleto, o para repetir, o para hacerlo un poco mejor. Ves la temporada venidera y eres capaz de dibujarla. Pero aún quedan muchos meses que completar con otros deportes o con otras disciplinas. Y de repente, el tiempo se escurre. Los últimos meses cogen carrerilla y tú necesitas un poco más de tiempo. Unas semanas, unos días más… Pero uno nunca está listo del todo para esas citas que te crean mariposas en el estómago. Necios de nosotros, no acabamos de comprender que el tiempo no nos espera ni nos ampara, que va a su ritmo y no comprende nuestras necesidades. Imparable, implacable, se convierte en única realidad global.
Y aquí estamos. Por decimosexto año, esperando a que se abran las puertas del cole en el primer día de curso.
Hace ya unas pocas temporadas, durante uno de tantos desayunos de oficina, hice una promesa. Si lograba el cuarto título nacional élite en esto del ciclocross, dejaría de “perder el tiempo” en las carreras para dedicarme a otras labores… Lo prometí, seguramente, porque conocía lo improbable del hecho, y porque una parte de mí escondía en esa casi-certeza la baza de poder seguir entre las cintas año tras año, con la disculpa de un objetivo inacabado. Lo que quizás no fui capaz de explicar es que, mucho más allá de un número, está la simple tranquilidad de trabajar por un objetivo, la satisfacción de emocionar a otros, el placer de compartir pasiones, o la posibilidad de evadirse de una realidad que no siempre toma la forma que esperamos. Por eso, y porque sé que de algún modo me comprenden, confío en que me perdonen por faltar a mi palabra. No es el momento de cambiar de tercio, sino de disfrutar de una ocasión que ya dábamos por perdida.
Ahora sí, ya no queda nada. Estemos más o menos listos, las puertas se abren. Volveremos a escuchar los ya desgastados lugares comunes de “no he entrenado nada”, “es el segundo día que cojo la bici”, y todos los demás que ya conocéis. Viviremos los reencuentros, la tensión de los minutos antes, el esfuerzo de la competición, los gritos tras las cintas, lo amargo de los errores, la emoción de las miradas y la exaltación de un viaje de vuelta con muchas curvas que contar. Y con cada uno de esos momentos repetidos dibujaremos una sonrisa, porque esas sensaciones añoradas nos harán darnos cuenta de que estamos en casa, de que hemos hecho de este deporte nuestro hogar.
Sin más, ¡demos paso al espectáculo!. Pero no sin antes dar las gracias a Cobbles & Hills por este espacio, y a tod@s vosotr@s, por compartir unos minutos en este, desde hoy, nuestro rincón.