Pequeño y musculoso, cuando Andrea Guardini (Tregnago, Italia, 1989) aparece en el vestíbulo del hotel para mantener una agradable charla de 20 minutos sobre las vicisitudes de su carrera deportiva, rápidamente se intuye su condición inevitable de velocista puro. Uno de los habilidosos, capaces de buscarse la vida a 80 por hora y con una aceleración fulgurante en los últimos metros. Como su ídolo y ejemplo, que no duda en señalar: Robbie McEwen, con el que incluso llegó a competir -“y me ganó una etapa del Circuito Franco-Belga”. Tras una entrada estrepitosa en el pelotón en 2011 -ganó cinco etapas en Langqawi, su primera carrera entre los ‘pros’- y dos años de bastantes éxitos en la Farnese Vini, la familiar estructura de Luca Scinto, Guardini se topó con el profesionalismo a lo grande cuando fichó por Astaná. Un equipo con una plantilla enorme y con ambiciones e intereses distintos a los de un joven sprinter recién llegado al World Tour: “en la Farnese era todo más familiar, más modesto, tenía una cierta sensación todavía de ‘dilettante’, pero nunca me he arrepentido del fichaje por Astana”.
Firmó por dos años con la vitola de ser el siguiente gran proyecto de velocista italiano, continuador de una serie de nombres como los de Cipollini -cuyo póster ganando la Sanremo todavía cuelga en su habitación- o un Petacchi ya en el ocaso de su carrera, pero Guardini no correrá su primera gran vuelta con el equipo kazajo hasta que tome la salida de la contrarreloj por equipos en Jerez. “He tenido bastantes problemas físicos que no me han permitido conseguir buenos resultados, y éste es un equipo con muchas ambiciones con Vincenzo (Nibali) y también ahora Fabio (Aru) en la clasificación general, así es lógico que no sea fácil encontrar hueco para un velocista”, reconoce Guardini con modestia y sin ningún trazo de resquemor en su expresión. “Ahora tengo mi oportunidad en esta Vuelta”, quizá la prueba que puede definir el devenir de su carrera deportiva.
Un nuevo 2014
La temporada 2013, su primera en el World Tour, se saldó con una única victoria también en Langqawi, su carrera fetiche, un balance pobre para un corredor que tiene que vivir del casillero de victorias a final de temporada. Y 2014 no empezó de mucha mejor manera. “Después de la Vuelta a Bélgica estaba mal, tuve que parar, los problemas físicos en el pie no me permitieron estar al 100% y mi confianza se resintió”, admite el velocista veronés, que por segundo año consecutivo se perdió el Giro de Italia. >Regresó en agosto, en la Vuelta a Dinamarca, y lo hizo “con la sensación de empezar una temporada nueva, un nuevo 2014”. No tardó en probar que así era. Dos victorias de etapa con bastante autoridad a las que dio continuidad luego en la primera jornada del Eneco Tour, sumando ahora sí en el World Tour. Los velocistas funcionan muchas veces por rachas, y ahora Guardini ha encontrado la suya: “sí, es cierto, I’m on fire”, un momento que pretende alargar en esta Vuelta.
En las carreteras españolas se encontrará con varias oportunidades para lucirse y un buen elenco de rivales a los que intentar vencer. Así describe el panorama de las llegadas masivas: “está Bouhanni, al que vi muy bien en el Eneco y tiene un equipo fuerte a su disposición, creo que será el hombre referencia, y también Degenkolb, con el Giant-Shimano que es un equipazo e incluso Sagan, que tendrá ganas de meterse en los sprints porque aunque parece increíble parece que este año le cuesta ganar”. Astana llega con una escuadra “mixta”, en la que la presencia de varios hombres con ambiciones en la general, como Aru, Landa o Kangert, no ha impedido la presencia de un pequeño grupo para arroparle en las llegadas que le satisface: “tenemos a Guarnieri y a Lutsenko, que me lanzó muy bien en Dinamarca y puede tener su oportunidad en los finales más complicados”.
Aglutinar un pequeño grupo de corredores que trabajen en las llegadas masivas es uno de los objetivos del velocista italiano, que nombra a un par de jóvenes kazajos -Kamyshev y Fominykh- que “tienen buenas condiciones”. Guardini cree que “con un velocista carismático y que consiga buenos resultados, el equipo, que nunca ha trabajado la disciplina, creerá más en ello”, y a ello se agarra de cara a un futuro para el que no se cierra ninguna puerta: “termino contrato y quiero estar en un equipo en el que tenga oportunidades”. En la Vuelta las tendrá. También tendrá que superar las montañas, dónde está su otro gran objetivo: lograr superarlas y llegar a Santiago. “Terminar una gran vuelta te permite crecer atléticamente y sería muy positivo para mí de cara al futuro. Hace dos años no pude terminar el Giro, pero ahora soy más fuerte”, apunta antes de que le recordemos su debut, ya hace más de dos años, en una grande.
Subir el Pampeago, más grande que ganarle a Cavendish
El estreno de Guardini en el Giro de Italia, en 2012, no fue el de un cualquiera. Muy esperado en las primeras etapas, aquel año en la llanísima Dinamarca, Guardini pagó la novatada y no consiguió ni tan siquiera meterse en la pelea: “me faltaba experiencia, gastaba todas mis fuerzas antes del sprint y luego no podía hacer la llegada”. Sin embargo, lejos de dejarse abrumar por la grandeza del escenario, el joven Andrea peleó por mantenerse en carrera hasta que encontró su momento. Fue en la décimoctava etapa, una jornada llana metida entre maratones alpinos en la que Guardini logró hacer “la ‘volata’ perfecta”, lanzándose en el momento justo para batir al rey de los sprints, un Mark Cavendish que por entonces era campeón del mundo. Una victoria que le confirmaba como gran promesa de la velocidad y que disparó las expectativas: “luego todo el mundo usaba ese triunfo como parangón cuando las cosas no me salieron bien”.
Quizá por ello de lo que mejor recuerdo tiene Guardini no es de esa jornada triunfante, si no del día siguiente. 198 kilómetros camino de una doble ascensión al Alpe di Pampeago, previo paso por el tremendo Passo Manghen. “Me metí en la fuga de salida y empecé a subir el Manghen con trece minutos. Lo coroné con el grupeto”, explica con orgullo Guardini, que luego ya pasó por primera vez por el Alpe de Pampeago el último, en solitario. “Pero llegué a meta. Me acuerdo perfectamente, hice 7 horas y 21 minutos encima de la bici y en los últimos metros, totalmente agotado, me emocioné pensando en mi padre, que fue quién me empezó a llevar a las carreras de pequeño. Allí fue cuando me di cuenta de lo grande que era lo que había conseguido. Ese es mi mejor momento encima de una bicicleta”, concluye su relato todavía algo emocionado un Guardini que demuestra haber recuperado ahora esa pasión que un ciclista necesita tener por su deporte.