En la salida del Tour de Francia, en Leeds, todos hablaban de la batalla que se iba a dar en carrera entre los dos máximos favoritos, el vigente ganador Chris Froome, y el único ciclista en activo que ha repetido victoria, Alberto Contador. Dos nombres por encima del resto, que se esperaba dieran espectáculo en las semanas venideras. También en Yorkshire, vestido con la tricolore que le acredita como campeón italiano –su única victoria del año lograda unos días antes– estaba Vincenzo Nibali, tercero en discordia de los favoritos. Su inicio de temporada, nada brillante, unido al buen momento de Contador, y al miedo que da Froome en cada carrera a la que asiste, hacían ver al tiburón un escalón por debajo de sus rivales. Unos días antes del Tour, todos se vieron las caras en el Critérium du Dauphiné y, en la dramática última etapa en la que Froome sufrió una pájara y Contador apeló a la heroica fallida, mientras los dos capos se vigilaban y atacaban, el italiano, sin las fuerzas de sus rivales, aprovechó un momento de calma para jugar sus cartas.
Aquello fue un preludio del inicio del Tour. Una semana más tarde, Nibali viste el maillot amarillo, suma ya una etapa y es sin duda el rival a batir por todos los aspirantes a la victoria. Alberto Contador está a casi tres minutos y Chris Froome, víctima de las caídas, ha tenido que abandonar. De esta manera también sorprendió a todos en 2010, se llevó la Vuelta a España gracias a su constancia en todas las etapas y, mientras que el resto de favoritos caían uno a uno, él aguantó hasta el final. No brilló, pero supo esperar su momento y terminar batiendo al olvidado Ezequiel Mosquera. Aquella Vuelta fue su primer triunfo en una carrera de tres semanas.
Siempre al ataque, Vincenzo Nibali es uno de los ciclistas más queridos del pelotón por su estilo vistoso. Aunque no tenga suerte, siempre se lleva los aplausos. En la Liège – Bastogne – Liège de 2012 atacó a unos veinte kilómetros de meta. Mucho remar para morir en la orilla víctima de Maxim Iglinskyi. También lo intentó en la Grande Boucle del mismo año cuando cayó presa de la soberanía de Team Sky. Inferior a sus rivales en la contrarreloj y muy sometido al control en la montaña, no quiso limitarse a ser un mero acompañante en el podio y lo probó sin fortuna en los descensos.
Un año después llegó su gran victoria, el Giro de Italia. Mítica es ya su imagen alzando los brazos en Tre Cime di Lavaredo bajo una tremenda nevada. Lo squalo quería su foto un día antes de llegar a Brescia y atacó. A final de año, sin encontrarse con las mismas fuerzas para seguir sumando éxitos, no le faltó el hambre. En el Angliru obligó a Chris Horner a desgastarse para ganar la Vuelta, y en los Mundiales de la Toscana fue el espectador de lujo de la victoria que Alejandro Valverde y Joaquim Rodríguez le ofrecieron en bandeja a Rui Costa. El cuarteto –quinteto antes de la caída de Rigoberto Urán– que se jugó el arcoíris se había formado por un movimiento del siciliano.
El Tour de Francia es para los valientes y Vincenzo lo es. El segundo día de carrera, entre las selfies de Sheffield, el tiburón atacó para dar el primer mordisco a la carrera. Etapa y liderato que confirmaría tres días más tarde en el infierno del norte convertido en etapa de Tour de Francia. El pavé estuvo acompañado de lluvia y barro, las caídas se sucedían, Nibali solo miraba hacia adelante y su osadía le hizo ganar más tiempo contra sus rivales. Vestido de amarillo, ha sido el más fuerte de la primera semana. Todo antes de la esperada montaña, con tan sólo una contrarreloj en el horizonte y con dos semanas por delante para llegar a París. Sus rivales tratarán de derrocarle, veremos si aguanta, o si se convierte en CaNibali y logra una victoria épica destrozando a sus rivales.