Fabian Cancellara ha corrido y ganado la París-Roubaix 2010. Lo ha hecho en el mismo espacio y tiempo que Tom Boonen, Juan Antonio Flecha, Filippo Pozzato o Thor Hushovd, pero sin competir contra ellos: lo hacía contra Moser, De Vlaeminck o Merckx. Lo hacía contra el Olimpo ciclista de pleno, levantado ante dos exhibiciones consecutivas que lo tambalean. Allí saben que hay un suizo estratosférico tirando la puerta abajo de la misma forma que martiriza a sus bielas sobre las piedras. Pase lo que pase, este elegido ya forma parte de la estirpe de los más grandes.

Nos encontramos en un punto en el que la superioridad de Cancellara empieza a ser un problema para el aficionado. En Roubaix había dos (ponga el número que guste) escalones entre el líder del SaxoBank y el resto de ciclistas, incluyendo a un campeón como Tom Boonen, indigno ayer de su condición. Indigno porque la carrera se decidió cuando el campeón de Bélgica cometió un error de juvenil: a 50 km. de la meta, en un tramo asfaltado cerca del pavé de Mons-en-Pévele, Tommeke bajó hasta cola del grupo para tomarse un respiro e incluso alimentarse un poco. Cancellara lo vio, calculó la distancia y comenzó su contrarreloj individual hacia el velódromo. Por supuesto, no lo volverían a ver hasta allí.

La carrera pudo decidirse en cualquier otro momento, porque al fin y al cabo Cancellara era muy superior. Pero fue cuando Boonen falló. No fue un fallo como el de hace ocho días, cuando perdió la rueda del suizo en el Kapelmuur; aquello fue morir de pie y con la espada en alto, en plan legendario. Ayer erró de forma ridícula cuando sólo tenía una rueda que vigilar, aunque fuese una sensiblemente más fuerte que la suya. Tom Boonen ha caído sin grandeza en esta Roubaix, aunque acabara demostrando su raza y su carácter.

El resto merece poco más que una mención. Todos aceptaron su papel de invitados a la exhibición de Fabian Cancellara y ni quisieron ni habrían podido oponer resistencia. Luego pelearían por los lugares de honor -Hushovd y Flecha llegaron segundo y tercero respectivamente, tras jugárselo en el velódromo-, aunque ellos también sabían que todo el honor se había ido unos dos minutos y medio por delante. Fue una carrera sin competición, de lo intimidados que estaban todos por el coco desde el domingo pasado.

Así se llevó Cancellara la emoción de la prueba, la gloria y su segundo pedrusco. La diversión ha estado en contemplar esta exhibición de otro tiempo, precisamente poco amena para el espectador por pertenecer a esta era. Estamos gastando la palabra historia con estas gestas, pero es que la lengua no conoce una forma más precisa de definir la situación. Después de todo, cuando Fabian Cancellara se suba a una bicicleta, lo hará a la vez en el pasado, en el presente y en el futuro. Ésa es su diversión y también la nuestra.

David Vilares