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E
n el País Vasco no hay montañas muy altas. Tampoco kilómetros llanos. Como en todo el Cantábrico, la orografía de la Península Ibérica dibuja allí cumbres bajitas desde cuya cima se puede ver el mar, y viceversa. El relieve le ofrece a la región fotografías idílicas, ciudades imposibles entre los valles de los montes y también jugosos trazados para la práctica del ciclismo. El 7 de abril, en la ciudad guipuzcoana de Ordizia, la a menudo traicionera primavera del norte de España permitía salir a la calle en pantalón corto. La etapa inaugural de la Vuelta al País Vasco 2014 llegaba allí tras subir el alto de Gaintza, donde un par de hileras de aficionados esperaban a los mejores ciclistas del mundo, con Alberto Contador y Alejandro Valverde, dos españoles, amenazando con sentenciar la carrera, una de las más prestigiosas del calendario en el primer día de competición.

Nadie diría que esto es parte del retrato de un deporte herido dentro de un país en crisis.

Nadie diría que en ocho años el ciclismo español ha pasado de tener catorce equipos profesionales a solo cuatro en 2014. El último en desaparecer, Euskaltel-Euskadi, era icónico: tenía 19 años de trayectoria y arrastraba tras él una marea naranja a los Pirineos para acercarse al Tour de Francia. Solo uno de los cuatro que quedan, además, está en la máxima categoría del ciclismo mundial, el World Tour. Los espectadores de Gaintza serían invitados perfectos para el funeral de Euskaltel.

Nadie diría que, aunque España tiene a algunos de los mejores ciclistas del mundo —Joaquim Rodríguez y Valverde fueron primero y tercero en el ranking del UCI World Tour el año pasado; Contador, decimoquinto en 2013, es el único ciclista en activo que ha ganado las tres grandes vueltas por etapas, y lidera el ranking en 2014—, ningún corredor de menos de 30 años ha conseguido terminar entre los cinco primeros en las carreras más importantes. En solo un año, los 55 ciclistas españoles que competían en la máxima categoría han pasado a ser 33.

Nadie diría, viendo el entusiasmo de los niños, jóvenes, mayores y ancianos que esperan en Gaintza, que forman parte de un deporte que en las últimas dos décadas ha perdido cerca de la mitad de su calendario nacional. Por esas mismas carreteras y otras muy cercanas, antes podían ver la Euskal Bizikleta o el Gran Premio de Llodio, y, un poco más allá, la Vuelta a Asturias. Ahora, solo la Vuelta al País Vasco, e incluso la propia Itzulia (“la Vuelta” en euskera) mendigó un tiempo atrás más fondos a riesgo de cancelar su salida. Ninguno de ellos podría asegurar que la Itzulia siguiese existiendo dentro de un lustro.

Al ciclismo español, en pie y en cabeza en una montaña hors catégorie, se le ha pinchado una rueda, y nadie sabe si el mecánico llegará a tiempo de cambiar la bicicleta.


En los años ochenta, el ciclismo vivió en España un boom colosal. Las televisiones —la televisión, mejor dicho— emitían en directo carreras plagadas de equipos españoles; las radios se pegaban por los mejores sitios en la línea de llegada, con los grandes próceres de las ondas desplazados a cada ciudad del recorrido. Y España vivía el periquismo, un fenómeno de masas explicado como la absoluta devoción por Pedro Delgado, vencedor del Tour de Francia en 1988. A Perico le siguió Miguel Indurain, que ganó cinco seguidos, más que nadie en toda la historia de la carrera, y casi parecía que el ciclismo sería el pasatiempo del verano para toda la vida. En 1994, pocos días después de que Tassotti le reventara la nariz a Luis Enrique en otros malditos cuartos de final del Mundial de fútbol, Indurain hacía que el himno español sonase en París por cuarto año consecutivo. El ciclismo era uno de los resortes de orgullo nacional que mejor funcionaba.

Indurain se acabó y lo que siguió fue una buena generación de ciclistas que se quedó lejos de producir una figura parecida. En paralelo, el público perdió la virginidad con el dopaje después de los graves escándalos del Tour de 1998, pero la tibieza en los controles mantenía la creencia de que el deporte estaba, al menos, relativamente limpio. Puede que esto cambiara para siempre en 2006 con la Operación Puerto, una investigación policial que destapó el tratamiento de dopaje aplicado por algunos de los ciclistas y equipos más importantes. El médico que lo llevaba, Eufemiano Fuentes, era español, igual que los dos equipos desaparecidos tras el caso y que la mayoría de las figuras implicadas. Ninguno de los nombres nacionales fue sancionado hasta que un juez italiano se empeñó en buscar —y encontrar— la participación de Alejandro Valverde en el caso. Basso y Ullrich, grandes favoritos a la victoria del Tour 2006, sí recibieron sanción.

Años después, a Lance Armstrong le quitaron siete Tours de Francia porque la Agencia Antidopaje de Estados Unidos encontró pruebas evidentes de su dopaje. Durante sus años de dopaje en el US Postal, vivía en Girona, residencia compartida con numerosos compañeros de profesión. El pelotón se queja de que aunque los pecados de Armstrong fueron en el pasado, sus efectos los pagan los ciclistas presentes. Las voces en torno al ciclismo exclaman que ahora los profesionales hacen las cosas bien y que ningún deporte está más controlado; lo segundo es verdad y lo primero podría serlo, pero es algo que se viene proclamando desde hace demasiados años sin visos de autenticidad. Hay quien todavía no se fía, y dentro de este grupo, hay quien se encarga de dirigir empresas con potencial para patrocinar carreras o equipos. “Había empresas que no querían saber nada de una banda de locos que se chutaban para subir puertos”, reconoce Víctor Cordero, director técnico de la Vuelta a España hasta 2008.


Hay quien sí se fía, o quien no se fía pero le da igual. A mitad de la subida al alto de Gaintza, corta pero dura, Contador y Valverde dejaron atrás a sus rivales. Menos de un kilómetro más tarde, Contador volvió a atacar y se marchó con su clásico baile sobre los pedales, que recuerda a la frase de Muhammad Ali: flotar como una mariposa y picar como una abeja. A Ander Izagirre, periodista, escritor y fanático de la bicicleta, la etapa le pilló en un bar de la zona, y cuenta que el ataque de Contador provocó que la taberna, llena de gente, rugiera de emoción para celebrarlo. “¡Joer, y era Contador, que es un tío de Madrid!”.

El gusto por la bici de los vascos, un pueblo con una identidad nacional muy marcada, va más allá de los héroes del terruño. “La afición vasca es brutal”, dice Iván García Cortina, promesa asturiana de 19 años. Cuando corría en juveniles, correr en Euskadi le hacía sentir más profesional porque la gente llenaba las cunetas de los puertos, y en categoría amateur le está pasando lo mismo. El ciclismo vasco nunca ha tenido una figura mundial aunque Indurain sea de la vecina Navarra, y aun así nunca le han faltado razones para salir a la calle a adorarlo.

Un grupo de niños en la cuneta durante el GP Miguel Indurain. Foto: Cobbles & Hills

Un grupo de jóvenes en la meta del GP Miguel Indurain. Foto © cobblesandhills.com

A Izagirre se le ocurre que la devoción por la bicicleta tiene razones sociales y demográficas: el País Vasco siempre ha sido una tierra de industria avanzada y bastante próspera en lo económico. Allí se construyó en 1923 el estadio de Berazubi, en Tolosa, las primeras instalaciones de atletismo de España. Parte de la afición por el rugby más pasional de la Península Ibérica vive también en algunas comarcas de Euskadi. Tal vez sea la influencia de la cercana Francia. “Es una manera distinta de acercarse a un deporte”, reflexiona Izagirre. “El sustrato de la afición es más débil si te aficionas gracias a una gran figura”.

En la escuela donde estudiaba Izagirre había una tradición improrrogable: cuando llegaba la Vuelta al País Vasco, iba a clase vestido de ciclista con varios amigos, se escapaban casi con consentimiento de sus profesores y pedaleaban unos 30 kilómetros —solo de ida— para ver la carrera. “Era un rito anual superimportante”. Y esos ritos valen más que las modas.

La afición vasca tuvo su moda hooligan a mediados de los 2000, cuando Iban Mayo, entonces en el Euskaltel, apuntaba a competirle el Tour de Francia a Armstrong. Esos años trajeron incidentes nunca vistos en el ciclismo, como abucheos a los deportistas, insultos o pequeñas agresiones sobre el mobiliario de los equipos, lo que, siendo reprobable, representa la devoción que se sentía por el Euskaltel. Cuando terminaron aquellas efímeras aspiraciones, los hooligans se fueron y continuó la afición. Pero ni con una masa social tan poderosa se pudo salvar Euskaltel de la muerte deportiva.


Ezequiel Mosquera nunca pudo soñar con un momento mejor que la Vuelta a España 2010. A los 32 años y sin ningún resultado destacable, Mosquera terminó quinto en la Vuelta 2007; con el tiempo, y contra la lógica, siguió progresando, y tres años más tarde llegó a solo 44 segundos del primer clasificado en la penúltima etapa de la carrera. El líder era Vincenzo Nibali, joven, italiano, de gran futuro, y el final era soñado: en La Bola del Mundo, una cima madrileña de nuevo uso, la gente se congregó para jalear el esfuerzo de Mosquera en pos de una victoria digna del Quijote.

Por un momento parecía que Mosquera lo iba a conseguir y Nibali llegó a ceder unos metros, pero se recuperó y, aunque el gallego ganó la etapa, solo le sacó un segundo en la meta. Semanas después dio positivo en un control antidopaje. Mosquera corría para el Xacobeo-Galicia, un equipo fundado por el gobierno autonómico unos años atrás. En las dos primeras temporadas se llamó Karpin-Galicia gracias al patrocinio de la empresa de construcción del exfutbolista ruso Valery Karpin, afincado en Vigo después de jugar en el Celta. Karpin dejó de poner dinero y en 2009 el equipo pasó a conocerse como Xacobeo-Galicia.

Durante aquella Vuelta a España se supo que el apoyo de la Xunta de Galicia iba a terminar y que si el equipo no encontraba otro patrocinador, desaparecería. “Estábamos tranquilos”, recuerda Marcos García, porque a los corredores como él les habían asegurado que el equipo continuaría. Según explica, todo aquello desapareció de la noche a la mañana y los 18 ciclistas del equipo se quedaron en la calle.

Cuatro años después, solo seis excorredores de Xacobeo siguen en el pelotón profesional y García es uno de ellos. Las desapariciones tardías tienen un efecto dramático añadido, y es que se suelen producir más tarde de julio y agosto, que es la etapa en la que los equipos ciclistas suelen cerrar sus plantillas. Quedarse sin equipo en las semanas posteriores es una grave complicación para encontrar uno nuevo. A punto de volver a la categoría amateur, García siguió in extremis como profesional en el KTM-Murcia, un equipo medio griego y medio español que competía en carreras menores. A mitad de temporada, el único equipo español que todavía sobrevive en la segunda categoría, Caja Rural, le firmó, y sigue allí a día de hoy. “Hace poco, en Amorebieta, coincidí con mi excompañero de Xacobeo Delio Fernández. Es de mi quinta. Él ahora está corriendo con un equipo portugués y se tuvo que pasar medio año sin correr cuando desapareció Xacobeo”.

Hubo un tiempo en que todos los gobiernos querían que su región apareciera en un maillot. En 2005, más de la mitad de los equipos profesionales españoles tenían a una comarca del país en su nombre: Islas Baleares, Euskadi, Comunidad Valenciana, Andalucía, Cataluña y Fuenlabrada. Tres años después, el estallido de la crisis económica se llevó por delante el dinero que los ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas daban al deporte, y no solo al ciclismo. El Balonmano Ciudad Real se tuvo que mudar de La Mancha a Madrid solo semanas después de ganar la Copa de Europa 2011. Dos años después, bajo la denominación de Atlético de Madrid, el paraguas económico del fútbol no pudo evitar la desaparición definitiva del club.

Poco a poco, los patrocinios públicos se fueron desmoronando ante otras necesidades más evidentes. Es posible que el ciclismo se viera incluso más afectado que otros deportes porque, por su propia naturaleza, depende más de las instituciones. “Lo público es absolutamente necesario porque es el ayuntamiento quien pone los escenarios de una carrera”, resume Víctor Cordero. Las carreras necesitan la colaboración de los ayuntamientos para llevarlas hasta las ciudades o los pueblos.

A cambio de pagar lo que piden las carreras —cada vez menos, dado el panorama; Cordero reconoce que a menudo los organizadores dan la posibilidad de pagar con retraso, ofrecen precios especiales a cambio de pactar llegadas en años sucesivos o permiten negociar el pago con patrocinadores locales—, las ciudades se llevan un impulso para la hostelería local, ocio para sus habitantes y, sobre todo, una campaña turística. Cordero cita el ejemplo de los Lagos de Covadonga, la llegada más popular de la Vuelta desde mediados de los ochenta. Antes de que el ciclismo vistiese los Lagos, en la zona solo había tres establecimientos hoteleros; ahora hay más de 60. El final de etapa de una gran vuelta es la mejor campaña turística posible. O eso venden los organizadores de las carreras.

Para que la promoción pueda ser efectiva, la carrera tiene que ser emitida por la televisión. Durante los gloriosos años noventa, Televisión Española retransmitía en directo casi todas las carreras nacionales, fuesen donde fuesen: Galicia, Aragón, Valencia, Andalucía, Murcia. El montaje necesario para emitir una prueba ciclista es mucho más costoso —motos, helicópteros, unidades móviles— que casi cualquier otro evento deportivo, así que llegó un momento en que la televisión pública, en pos de reducir gastos, recortó sus emisiones y producciones de ciclismo. Muchas pruebas regionales desaparecieron, lo que a la vez encarecía la existencia de los equipos españoles al obligarles a viajar al extranjero para competir.


Mucho antes de la etapa de Ordizia, cuando Alberto Contador era una promesa que ni siquiera había debutado en el Tour de Francia, ganó la Setmana Catalana. Fue en 2005, y la prueba no se volvió a disputar nunca. El año anterior la había ganado Joaquim Rodríguez. Su organizador, Joaquim Sabaté, explica que el coste para hacer las estructuras de la prueba se fue encareciendo poco a poco, entre otras cosas por las exigencias de la Unión Ciclista Internacional (UCI), inmersa entonces en un complicado proceso de globalización. Unipublic, la empresa organizadora de la Vuelta, cogió bajo su amparo a casi todas las vueltas de cinco días españolas. Pero en 2006 Antena 3 se hizo con el control de Unipublic y cortó el apoyo a las pruebas. “Se juntó un problema económico, con lo que costaban las estructuras, con que no venían líderes, faltaba repercusión televisiva…”. Para Sabaté, entonces trabajador de una entidad financiera, “el deporte profesional se ha desmadrado. No puede ser que España tuviera a los mejores equipos de ciclismo, baloncesto, balonmano y fútbol”. Lo que él y otros muchos piden, y parece ajustarse a la lógica ciudadana, es que el dinero público genere deporte base.

Foto: Fundación Contador

Foto © Fundación Contador

El año pasado apareció en España la Fundación Contador, una estructura creada por Alberto Contador y su hermano Fran dedicada a formar a ciclistas y ayudarles a dar el salto a profesionales. Fran Contador, a la sazón mánager general, proclama que uno de los papeles de la Fundación, con equipo sub-23 y júnior, es “ilusionar a la cantera”. El mayor riesgo de la escasez de equipos profesionales es que los jóvenes talentos de la bicicleta no encuentren acomodo en el circuito y se pierdan, lo que haría descender el número de ciclistas de élite. Sin ciclistas de élite, es probable que el público español prestase menos atención al ciclismo, lo que desincentivaría la inversión publicitaria y provocaría que hubiera aún menos equipos. Y vuelta a empezar.

Fran Contador recuerda que cuando su hermano era júnior había una gran cantidad de equipos y carreras. “Desde la Fundación queremos reanimar este asunto”. Tanto él como José Luis de Santos, director del área técnica y ex seleccionador nacional, inciden en que son muy estrictos con los chavales en que antes que la bici son los estudios.

Los equipos de la Fundación Contador competirían en el Circuito Montañés si este siguiera existiendo. Su antiguo coordinador técnico, José Ramón Leiras, un trabajador que ahora tiene 63 años, estuvo manteniéndolo con vida gracias al apoyo básico de El Diario Montañés, un periódico regional muy importante en Cantabria. En 2010 dijo basta. “Cada vez nos costaba más encontrar apoyos económicos en las instituciones y en las empresas, y cada vez era más caro organizar la carrera. Se nos terminó yendo de las manos y tuvimos que parar”. El Circuito era una carrera de mucho prestigio y a la que acudían amateurs, equipos modestos y muchos jóvenes. Era un vivero del ciclismo nacional e internacional.


Casi todos los relatos de la crisis del ciclismo español son versiones distintas de una misma historia. En 2011, el periodista Fran Reyes fue contratado por el equipo Geox-TMC para trabajar en la Vuelta a España. Les fue tan bien que su corredor Juanjo Cobo ganó la prueba contra todo pronóstico. Por problemas mitad burocráticos y mitad deportivos, Geox se había quedado fuera de la primera división y del Tour de Francia unos meses antes de ganar en la Vuelta, y tampoco consiguieron plaza en la máxima categoría al año siguiente. Una mañana de noviembre, Reyes estaba en una clase de Periodismo en la Universidad cuando recibió una llamada de Mauro Gianetti, mánager del equipo. “Me llamó para decirme que tenía que escribir un comunicado diciendo que Geox retiraba el patrocinio del equipo”. La empresa de calzado tenía su patrocinio acordado para cuatro temporadas más; Reyes cuenta que durante la Vuelta a España estuvo en reuniones de planificación de la siguiente temporada en las que gente de la propia marca italiana estaba presente. “Al final de aquel día, Gianetti me volvió a llamar, esta vez para felicitarme: el comunicado de despedida había tenido una gran repercusión. Me dio las gracias”.

Reyes fue uno de los precursores de PinoRoad, un equipo con financiación chilena y base española fundado a finales del año pasado. Justo cuando estaban a punto de empezar a competir, Juan Pablo Pino, el máximo responsable del equipo, se dio a la fuga con todo el dinero que habían invertido los patrocinadores. Algo después descubrieron que Pino era en realidad un estafador profesional con una amplia trayectoria en el oficio, pero no lo habían detectado a tiempo. Ni volvieron a ver a Pino ni el Pino Road compitió nunca en una carrera.

Urtasun, en el centro, cuando Pino Road existía. Foto: Pino Road

Urtasun, en el centro, cuando Pino Road existía. Foto © PinoRoad

Reyes había firmado para PinoRoad a Pablo Urtasun, un ciclista cuya trayectoria refleja como pocas las marejadas del ciclismo español. Debutó como profesional en Kaiku en 2005, un equipo modesto pero con aspiraciones de participar en la Vuelta a España. Justo entonces la UCI instauró el sistema Pro Tour, que entre otras cosas obligaba a que las grandes vueltas solo pudiesen invitar a cuatro equipos de fuera de la máxima división. El Kaiku nunca fue incluido y en 2006 bajaron la persiana. Urtasun y el resto de ciclistas estaban convencidos de que iba a tener más continuidad.

Sin equipo y sin posibilidades en el mercado nacional, cruzó la frontera al Liberty Seguros portugués. Se fue con miedo, pero las buenas referencias que había recibido se cumplieron. “Era una estructura muy seria con un patrocinador muy bueno”. Tras alguna victoria allí, en 2009 cumplió el sueño de fichar por Euskaltel y competir en las mejores carreras del mundo con el equipo de su tierra: volvía a casa.

En 2012 se subió a una montaña rusa: “Parece que desaparecemos, nos libramos; parece que desaparecemos, nos libramos. Y así”. A final de esa temporada el futuro del equipo pintaba mal; luego Euskaltel anunció que seguiría durante cuatro años más en el World Tour. Durante el primero de ellos, empezaron los rumores y en una reunión en agosto, la directiva les anunció que, salvo milagro, el equipo desaparecería.

Lo increíble es que el milagro estuvo a punto de suceder. Fernando Alonso, piloto de Fórmula 1 y gran aficionado al ciclismo, se ofreció a comprar la estructura y crear un equipo en el que dar cobijo a la mayoría de los ciclistas y del resto de personal. Para muchos, la creación de este equipo podría dar la vuelta al ciclismo español. “Alonso es una estrella, y cualquier cosa en la que se meta arrastrará mucho y puede producir un boom”, analiza Fran Reyes. “Creará una estructura moderna que genere mucha atención mediática”.

Es irónico que la estela de Fernando Alonso, la misma que podría salvar al ciclismo español, sea también parte de su enfermedad. Cuando Pablo Lastras era pequeño, solo podía elegir entre tres deportes en su pueblo: fútbol, atletismo y ciclismo. Eligió el último y con el tiempo se convirtió en uno de los pocos españoles con victorias de etapa en Giro, Tour y Vuelta, además de en uno de los ciclistas más respetados del pelotón. “Ahora un chico de esta edad tiene hasta diez disciplinas, y dejan el ciclismo en último lugar”, cree Lastras. El panorama en la prensa y en sus audiencias está muy lejos de los años ochenta, de la radio retransmitiendo el final de etapa y la televisión de un solo canal. Ander Izagirre habla de compartimentos-estancos, de una especialización del ocio en la sociedad con unos espacios comunes que, en los medios de comunicación, solo son ocupados por el fútbol.

Lastras va un poco más allá y confiesa que si él tuviera un hijo no sabría si apuntarlo a ciclismo por el miedo a los accidentes de tráfico. Esta es quizá la gran particularidad de la idiosincrasia de la bicicleta: el ciclista, a veces más y a veces menos, se juega su vida cuando entrena. Lo dice también Paco Antequera, seleccionador español hasta 2008: “Tenemos mucho miedo a que nuestros hijos se inicien en el ciclismo”. Es muy fácil imaginarse a un padre resistiéndose a que su hijo se pase varias horas al día en una carretera entre coches y con un casco como protección. Ni un futbolista ni un tenista ni un jugador de baloncesto se expone a un riesgo remotamente parecido.


AAlberto Contador, un aneurisma cerebral con 21 años en plena competición le provocó una caída durísima en la Vuelta a Asturias. Con 23, su nombre aparecía en los papeles de la Operación Puerto. Con 27, dio positivo en un control antidopaje del Tour de Francia, y algo más tarde fue sancionado con varios meses sin competir (y sin un Giro y un Tour que había ganado en la carretera). Pero erguido sobre la bicicleta, entre las dos cadenas humanas que dirigen hacia la cima del alto de Gaintza, todo eso pertenece a un universo distinto.

Fernando Alonso no salvó al Euskaltel, pero su proyecto sigue vivo y muchos dan por hecho que verá la luz para la temporada 2015. En el ranking del World Tour de 2013 España ganó por nacionalidades, por equipos (Movistar Team) y por ciclistas (Joaquim Rodríguez). “Ahora mismo tenemos lo mejor en un producto que se llama ciclismo”, presume Pablo Lastras, y añade: “Si miras la lista de auxiliares de los equipos extranjeros, verás que no hay ni uno sin españoles. Somos muy profesionales y hacemos lo que nos gusta; y tenemos mucha cultura”. Paco Antequera habla de una reproducción cíclica del ciclismo: primero hay una explosión, luego un bajón y luego se vuelve a repetir el movimiento.

Pese a los miedos por el dopaje y la seguridad vial, el ciclismo registró en 2013 el mayor número de licencias de su historia —65.339; el dato preocupante aquí es que apenas algo más de 2.000 son femeninas—. Solo quince amateurs han pasado a profesionales en 2014 —algunos en equipos muy pequeños de Serbia, Ecuador y Japón—, pero el año pasado Rubén Fernández ganó el Tour del Porvenir, la carrera de formación más importante del calendario. Hacía siete años que no la ganaba un español; muchos recuerdan a un desgarbado Miguel Indurain ganarla en 1986.

Cuando Pablo Urtasun, de 34 años, responde a las preguntas sobre qué pasará si no encuentra equipo, su voz emite serenidad y realismo; quien le escucha sabe que él es consciente de que lo más probable es que no vuelva a competir en el ciclismo. De momento, Urtasun sigue saliendo a entrenar todas las mañanas. Dice que le gustaría estudiar más inglés y, si decide dejar de entrenar, tomarse unas semanas para pensar cómo continuar con su vida. Pero lo dice con una resignación que a la vez transmite esperanza de una manera inexplicable. “Parece que se nos acaba el mundo con la desaparición de Euskaltel, pero hay gente por ahí (fuera del ciclismo) en las mismas circunstancias o peores. Es ley de vida”.


Contador coronó Gaintza con 15 segundos de ventaja sobre Valverde, que coronó con otros 19 segundos de ventaja sobre el grupo perseguidor. En el descenso hasta Ordizia perdieron algo de tiempo, casi insignificante. Contador se puso el maillot amarillo de líder en la primera etapa y lo vistió hasta el último segundo de la Itzulia. Entre su actuación en el País Vasco y su victoria en la Tirreno Adriático, vuelve a ser el gran favorito para ganar el Tour este verano. Cuando Valverde entró a meta, el comentarista británico de Eurosport, televisión de referencia del ciclismo en Europa, aun emocionado por el espectáculo del final de etapa, gritó:

—¡Dos españoles se encuentran en la línea de meta!

Allí, en Ordicia, un gentío espoleaba a los ciclistas golpeando las vallas y gritando a su paso. Eran tantos que hacían parecer pocos a los congregados en Gaintza unos kilómetros atrás. Si uno afinaba el oído, podía escuchar con total nitidez los latidos del ciclismo español.

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