Tom Boonen es una leyenda. Siete monumentos a sus espaldas e innumerables victorias en otros incontables escenarios así lo atestiguan. Sin embargo, sus antológicos números no honran, ni de los lejos, la magnitud de su grandeza. En cada oportunidad que sus piernas se lo permiten, lo demuestra; hoy ha sido una de esas ocasiones, en la carrera que más ha hecho por elevar su nombre a los altares del ciclismo. Ni su palmarés, ni su veteranía extinguen el fulgor que impulsa sus pedales y que hoy han puesto en bandeja de plata, como en otras ocasiones en el pasado, el triunfo a uno de sus escuderos. En esta ocasión ha sido Niki Terpstra (Omega Pharma – Quick Step), que con un ataque en las inmediaciones de Roubaix ha logrado el merecido premio a una Primavera excelsa que le ha colocado, justamente, entre lo más granado del firmamento de adoquín.

Y es que si en 2.012 se lanzaba a la aventura a más de 50 kilómetros del velódromo, en esta ocasión ha intentado llevar su hazaña un paso más allá. Tras un paso por Arenberg un poco descafeínado, con un Bjorn Leukemans (Wanty – Groupe Gobert) a la postre desaparecido estirando sin suerte el grupo, la eliminación de Alexander Kristoff (Katusha Team) tras un combo pinchazo-caída y unos primeros escarceos que tuvieron a Thor Hushovd (BMC Racing) como principal protagonista, ‘Tommeke’ desencadenaba una guerra de la que habían avisado previamente en el seno de su equipo en el paso por Beauvry, en el ecuador de la agonía apavesada, con un cambio de ritmo descomunal que le permitía entrar en un corte de calidad de una decena de ciclistas en el que destacaba la presencia de Geraint Thomas (Sky Procycling), Maarten Tjallingii (Belkin Pro Cycling), un sensacional Bert de Backer (Giant – Shimano) y el mencionado Hushovd.

No obstante, la arrancada fue solo la punta del iceberg del sombrío y abnegado trabajo de Boonen en busca de la épica. Los rivales, asustados por la determinación y el aura del flamenco, se acomplejaron ante su presencia y se adosaron a su rueda ante la desesperación del cuádruple poseedor del pedrusco, que veía como solo Thomas le echaba un guante con su cabalgada. Así, se encontró en varias ocasiones con la amenaza de la neutralización más que cercana, prácticamente consumada. Un hecho que si pasó de largo fue, únicamente, por su voluntad de hierro de seguir hacia delante, tensando la cuerda en todo momento para quemar a sus rivales y dejar a sus compañeros exentos de toda responsabilidad.

Aguantó en Orchies, de la mano de Damien Gaudin (AG2R – La Mondiale), pero a costa de perder momentáneamente al Hushovd y Tjallingii y echarse a BMC Racing y Belkin Pro Cycling casi a bloque encima de él. Una nueva piedra en su camino que el noruego iba a solventar en el siguiente tramo junto a Bram Tankink (Belkin Pro Cycling). El primero sobre las piedras y el otro a la salida, conectaban con el grupo de Boonen llevándose consigo a todo el tropel, que llegó a estar a apenas diez metros de ellos. Pero una vez más, ‘Tommeke’ apretaba los dientes, endurecía sus piernas y seguía en su esfuerzo de cara en Mons-en-Pèvele.

Habían perdonado el cuello a Boonen y ahora la situación sonreía a sus ambiciones. Había conseguido un aliado de categoría en la figura del campeón noruego y se había librado de la maquinaria pistacho de Nico Verhoeven, que rodaba con tranquilidad en la cabeza del pelotón, abogando por la vida de un corte con el que buscaban obligar a trabajar a Fabian Cancellara (Trek Factory Racing) y sus secuaces, prácticamente inadvertidos hasta entonces. Un cebo en el que no picó en un primer momento el suizo y que acabó jugando en contra de los neerlandeses, que veían como la renta amenazaba el límite del minuto y por delante no tenían, ni de cerca, un caballo ganador.

Niki Terpstra aprovechó perfectamente la superioridad / Foto: @altaspulsacione

De tal modo, no tardaron en cambiar la tercera por la quinta marcha en el grupo con un doble objetivo: acercarse a la escapada y preparar el primer aguijonazo de Sep Vanmarcke. Pont-Thibaut iba a ser el testigo de la potencia del belga, que requería al fin la presencia de Espartaco, que guardaba como una lapa a su rueda a un Lars Boom concentrado en su papel de salvaguarda y secante. Un movimiento que no hizo daño más que a los eslabones más débiles y que fue la lanzadera perfecta para Peter Sagan (Cannondale), quien hasta el momento se había dejado llevar. Junto a él se marchaba Maarten Wynants (Belkin Pro Cycling) para ennegrecer aún más el destino de Cancellara.

Por suerte para él, se abría un claro en el futuro en las bielas de Jesper Stuyven (Trek Factory Racing), ganador de la pasada Ronde van Vlaanderen beloften, que permitía estrechar el cerco de una escapada en la que Sagan se había integrado… y que posteriormente había dejado atrás ante los visos de exasperación de Boonen, que seguía reclamando sin suerte colaboración. Se aproximaban a Camphin-en-Pèvele y la aventura de Boonen se veía ya cercana al colapso, más aun cuando Vanmarcke decidió hacer del tramo su particular lugar de lucimiento. De la mano de Cancellara, fue rebasando rivales con pasmosa facilidad hasta verse como líder de la persecución de Sagan, con el suizo, Zdenek Štybar (Omega Pharma – Quick Step) y John Degenkolb (Giant – Shimano) a su rueda, copiando con un infiltrado alemán la situación del pasado año de cara al Carrefour de l’Arbre. Un pequeño problema mecánico, por su parte, relegaba a Boonen a un segundo plano tras su titánico esfuerzo.

Llegaban las cinco estrellas, que se esperaban dilucidadoras de la carrera, pero nada más lejos de la realidad. El esfuerzo previo había mermado el ‘punch’ de los grandes candidatos, a quienes su ritmo solo les sirvió para alcanzar al eslovaco, que fue capaz de aguantar la dureza del mítico sector 4 no sin sufrimiento. Había hecho lo más difícil, ya que Gruson, Willems à Hem y el testimonial adoquín de Roubaix no debía suponer problema alguno para. Sí el grupo que se había formado a su estela, en el que Sebastian Langeveld (Garmin – Sharp), Bradley Wiggins, Thomas, De Backer, Terpstra y un imperial Boonen se lanzaban a la deseperada búsqueda de la cabeza de carrera.

Todos estaban interesados. Para los Sky y el neerlandés, eran su única opción, De Backer buscaba ir en ayuda de su líder y los blanquinegros una superioridad numérica vital para jugarse la victoria. Unos condicionantes que, con el palpable cansancio que había delante, facilitaron la reintegración en cabeza. A ocho kilómetros, diez ciclistas apuraban sus opciones para lograr la Paris-Roubaix, y es que el único cometido de De Backer a partir de entonces fue intentar llevar a Degenkolb hasta el abarrotado velódromo. Una responsabilidad demasiado grande ante tres ciclistas de la talla de Štybar, Boonen y Terpstra. El neerlandés arrancaba y sus compañeros aplacaban. Cinco, diez segundos… Thomas se unía al trabajo, pero los dos acumulaban setenta kilómetros de esfuerzo y sus pedaladas iban a resultar fútiles.

Del mismo modo que Servais Knaven trece años atrás, último ganador neerlandés en el Infierno del Norte hasta hoy, Terpstra aprovechaba la vigilancia de sus compañeros para llegar en solitario al velódromo, inscribir su nombre en la historia y agrandar la leyenda, aun perdiendo, de Boonen.