Nunca es fácil cumplir con las expectativas. Mucho menos si están en el cielo. Lars van der Haar adelantaba un año su salto a la élite –con merecido permiso de la UCI- tras haber conseguido dos campeonatos mundiales en categoría sub23, señalándole, entre otras cosas, como el heredero de Lars Boom para el ciclocross neerlandés o a la gran baza para apaciguar la dictadura belga tras el salto de Zdenek Štybar a la carretera. Ahí es nada. Unas esperanzas que chocaron con la realidad de un ciclista que en su primer invierno se mostró inmaduro, inexperto e inconsistente, si bien quedó patente en más de una ocasión que bajo sus menudas piernas había talento. Sólo faltaba pulirlo, amén de sacudirse la presión y aprender el oficio.
En definitiva, madurar. Dar un paso adelante en todos los sentidos que le permitiera pasar de ser una promesa a ser una estrella y luchar definitivamente por victorias que, sin ninguna duda, podemos afirmar que ha logrado dar. Seis victorias, el campeonato nacional y, sobre todo, la victoria en la Copa del Mundo y el primer lugar en el ránking mundial atestiguan una mejora que le ha situado, sino en el trono, sí en la zona noble del barro internacional.

Pequeño, pero matón. El salto de Van der Haar le ha transformado de candidato de segunda fila a favorito allá donde participe / Foto: @jtpman
A sus apenas veintidós años, sus cualidades físicas han entrado en una nueva dimensión, pasando de gaseosa a whisky con cuerpo. Sus célebres explosiones a media carrera han pasado a ser cosa del pasado gracias a una evidente mejora de su fondo, bien palpable en un rendimiento que claramente ha crecido en los trazados más exigentes tanto en forma de barro como de pendientes, el punto flaco de un neerlandés que acostumbraba a naufragar en tales circunstancias y requería de campas secas y sencillas para dar lo mejor de sí mismo. Además, se muestra más consistente y regular, sin perder una pizca de explosividad, ofreciendo carrera tras carrera un buen rendimiento a pesar de no encontrar sus mejores piernas, consecuencia de su paso adelante físico, pero sobre todo del psicológico.
Y es que ha sido su crecimiento mental la cuestión más importante en los resultados que ha ido cosechando la presente campaña, impregnando en su rodar una tranquilidad e inteligencia que se ha traducido en una mayor eficacia táctica. Nada de salir como un kamikaze e intentar romper por lo civil o lo criminal; ahora espera, mide los tiempos de la carrera, deja la manija a otros ciclistas y no se deja llevar por el nerviosismo, guardando fuelle para los momentos culminante. Este era el ingrediente necesario que, unido a su natural e increíble determinación, le ha permitido llevarse el gran objetivo para el que había planteado la parte inicial de la presente campaña: el maillot blanco. Ha sido en sus pruebas en las que ha mejor ha rendido, sabiendo sobreponerse a la presión, jugando tácticamente con sus rivales y superando situaciones adversas a base de confianza, coraje y concentración, como ocurrió en Namur –donde pese a caerse en la primera vuelta remontó hasta la cuarta plaza- o en Roma –donde se supo recomponer de su mala salida y el jaque a su liderato para acabar segundo a meta-, demostrando que ha aprendido a ofrecer su mejor versión cuando llega la hora de la verdad.
Y no hay momento más importante que el Mundial, para el que a tenor de lo vivido el campeón neerlandés se presenta por primera vez como candidato serio a la victoria final tras el bronce logrado en Louisville. Con la motivación extra que supone correr en casa, resulta casi imposible pensar en él hundiéndose o pasando desapercibido en un día como ese y en un trazado que conoce a las mil maravillas –no en vano ha subido allí al podio en las tres últimas campañas-. Un oro sería, simplemente, la culminación de un desarrollo fugaz que ya ha colocado a Lars Van der Haar, sin ningún género de dudas, en la élite de ciclocross mundial.