En apenas un par de meses de competición, la etiqueta de “sorpresa de la temporada” parece ya soldada al maillot de Philipp Walsleben (Kleinmachnow, 1987), cuya palpable mejoría ha empezado a poner en jaque a los grandes dominadores flamencos e incluso a su propio líder, Niels Albert. Sin embargo, ni la aparición del alemán se ha producido de la noche a la mañana ni el rendimiento que está alcanzando es casual, ni siquiera resulta tan llamativo si hacemos caso a las claras señales que, desde que Charles Palmans lo adoptara bajo su estructura hace más de un lustro, hacían ver en él una promesa en ciernes bien capaz de heredar el testigo del ciclocross teutón dejado por Rolf Wolfsholf y Klaus-Peter Thaler décadas atrás.

Se trata, pues, de una agradable novedad para unas carreras cuyos favoritos se acostumbran a contar con los dedos de una mano, pero no por ello de una incipiente irrupción ni un ataque inesperado al dominio establecido. No, el rendimiento actual de Walsleben es nada más y nada menos que el fruto esperado de las cualidades que le abrieron las puertas de barro flamenco y el trabajo realizado a la sombra durante todas estas campañas. Una perla que vio abrirse las puertas del ciclocross profesional allá por noviembre de 2007, cuando contra todo pronóstico y después de una trayectoria nada deslumbrante, se alzaba en Hasselt con la victoria en su categoría días después de coronarse sub-campeón europeo sub23. El germano repitió un mes después en Milán y las alarmas saltaron. ¿Quién es éste chico berlinés que se atreve a vencer a todas nuestras promesas, en nuestra propia casa?

De este modo se confirmaba definitivamente y conseguía una flamante vestimenta para afrontar su último año como ‘beloften’ en la cuna, cama y féretro de su deporte con expectativas difusas que no tardó en disipar. Ni los mejores augurios sobre su talento podían imaginar el abusivo reinado del alemán, que logró lo que bien podemos definir como Grand Slam: a los títulos nacional, europeo y mundial, sumó la clasificación general de Copa del Mundo, Superprestige y GvA Trofee. La élite le esperaba con los brazos abiertos, él decía ser como la pata que completara el excelente relevo generacional encabezado por Zdenek Stybar, Lars Boom y el mismo Albert, gracias a unas condiciones físicas envidiables, una energía muy superior a la de sus coetáneos y una nada desdeñable calidad técnica. En definitiva, subía al igual que los demás con el kit completo.

Con el Mundial remató una temporada de ensueño que puso el ciclocross a sus pies / Foto: Joe Sales

Con el Mundial remató una temporada de ensueño que puso el ciclocross a sus pies / Foto: Joe Sales

Pero su impacto en nada se pareció al de los arriba mencionados. El salto a la máxima instancia fue un obstáculo demasiado duro para él y la silla quedó coja durante un par de temporadas, en las que no obstante dejaba cada vez con más frecuencia pequeñas dosis de lo que podía llegar a ofrecer, finalizando entre los cinco primeros en varias carreras que incluían el Mundial, disputado ante su gente en la localidad de Sankt Wendel. Había tardado más de lo esperado, pero tras casi dos inviernos de adaptación parecía listo para el asalto de las grandes competiciones. Un verano adecuado, un año más de madurez, pero los resultados no sólo no llegaban, sino que el bueno de Philipp se hundía en las clasificaciones de forma casi ridícula para un hombre de su talla. Las piernas no iban, las ruedas no giraban y veía como prueba tras prueba era rebasado por infinidad de ciclistas.

El diagnóstico no se hizo esperar: mononucleosis. La temida enfermedad del beso había colapsado su fuerza y su temporada. O al menos eso hubiera ocurrido con alguien menos tenaz que Walsleben, quien sabedor de lo complicado que es recuperarse de un año en blanco en cualquier plano, apenas estuvo parado un mes y regreso a pesar de no encontrarse en plenas condiciones. Un duro palo que acusó durante los meses ulteriores, en los que la mejor versión del alemán no pudo aparecer en ningún momento, retrasando más de lo debido una puesta en escena a lo grande que venía reclamando desde casi su adolescencia.

Con veinticinco años, ningún triunfo internacional fuera de Alemania y con muchos de los jóvenes de su BKCP-Powerplus pedaleando fuerte a sus espaldas, era la hora del ahora o nunca para el propietario de la ‘Bundesflagge’. Y respondió como debía ya desde agosto, anotándose tres victorias en su preparación rutera de cara a un otoño que abrió también con los brazos en alto, en un circuito exigente en Baden que ponía de manifiesto no sólo su excelente estado de forma, sino también sus mejores virtudes como ‘ciclocrossman’. Aun haciendo patente su falta de explosividad para la disciplina, se mostró duro en situaciones extremas de lodo –a las que bien puede añadir nieve o frío-, dejando patente que sabe llegar entero a los finales a pesar de la gran combatividad que atesora, al mismo tiempo que un repertorio técnico nada desdeñable. Pero es su fina complexión la que le sitúa entre los mejores, sin discusión, en trazados con laderas y ascensiones. Se trata de su gran dote, la que ha eliminado en cercos como Valkenburg, Hamme-Zogge y especialmente Gavere cualquier especulación sobre su talento y le ha colocado por fin como aspirante a cualquier cosa. Contra los mejores. En el “verdadero” calendario.

Más vale tarde que nunca, dice el refrán. Walsleben se demoró, pero es ya una realidad.