En 2012 quedó claro que Romain Bardet era un corredor, por decirlo de alguna manera, inquieto. La ofensividad del galo quedo clara, sobre todo, en carreras como Amstel Gold Race y Lombardia (casi nada), donde atacó y tiró, luchó y peleó, hasta que el despiadado pelotón lo engulló. Gustaba a la afición y su calidad era evidente, pero tenía que confirmarlo.

Dicho y hecho. No espero mucho el espigado corredor para dejar claro que se trata de un ciclista con condiciones dignas a tener en cuenta. Su buena actuación en L’Etoile de Bessèges (7º en la general), en la Classic Sud Ardèche (3º), y sobre todo, en la Paris-Niza, confirmaron que Romain Bardet es un corredor que se maneja bien en vueltas cortas.

Pero el bueno de Romain, en la fogosidad de su juventud, con la ambición que demuestra en cada carrera que corre, se presentó en la Classicissima con ganas de demostrar que en las carreras de un día también había que apuntar su nombre. En la carrera que une Milán y San Remo firmó un más que decente 17º puesto llegando en el grupo perseguidor, y se aproximó al tríptico Amstel-Flecha-Lieja con los dientes afilados.

En la clásica cervecera no logró el protagonismo del año anterior, pero de alguna manera, se resarció en la Flèche Wallone, donde lo intentó a falta de 40 kilómetros en compañía de Laurens Ten Dam, sin demasiado éxito. En Liège-Bastogne-Liègè sí, dijó “aquí estoy yo”, y tras pasar La Redoute en cabeza de carrera, finalizó en 13º lugar.

En ese momento podría decirse que Romain Bardet había satisfecho las altas expectativas que se tenían en él, pero esas carreras sólo fueron el preludio de su temporada de confirmación a nivel mundial en el ciclismo. Y es que el de Brioude se asomaba al sueño de cualquier ciclista francés: su debut en el Tour de Francia.

Sin presión por parte de Vincent Lavenu, y con Jean Cristophe Peraud y John Gadret como figuras del Ag2r,-La Mondiale, su objetivo era conocer el Tour y ver cómo se desenvolvía en una carrera de semejantes dimensiones, tanto de exigencia física, como mediática. La primera semana parecía propicia para que un corredor como él lo intentara, etapas revoltosas donde era posible pescar en río revuelto. Bardet estuvo ahí, cerca de la cabeza, pero no fue hasta la llegada a AX3-Domaines y, sobre todo, la etapa de Bagneres de Bigorre, en la que lo intentó en el ascenso de L’Hourquette de Ancizan, donde demostró que también se atrevía a dar la cara en una carrera como el Tour.

Para desgracia del Ag2r-La Mondiale, Jean Cristophe Peraud tuvo que dejar la Grande Boucle tras tocar brutalmente el suelo en más de una ocasión y al segundo a bordo, a John Gadret, ni se le veía, ni se le esperaba. Había llegado la hora de que Romain Bardet cogiera las riendas del equipo, y vaya si lo hizo. Con una última semana de enmarcar, acabo su estreno en el Tour de Francia en una ilusionante 17ª posición. Tras una buena Clásica de Donostia, llegó su primer triunfo en una general por etapas, en L´Ain. Un broche para enmarcar una gran temporada.

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