Lo que pudo haber sido… el titular que podría resumir el año de Joaquim Rodríguez, un temporadón más que añadir a lo que viene siendo habitual en el último lustro, pero falto de alguna de las victorias muy especiales que estuvo a punto de conseguir: la Lieja-Bastogne-Lieja y el Mundial. Son sus dos grandes sueños, él siempre lo ha dicho así. En ambas se quedó este año a un peldaño de la gloria. Además, “solo” ganó cuatro carreras y “solo” una, el Giro de Lombardía, puede ser considerada como una Gran Victoria. Sus victorias de etapa en Omán, en Tirreno e incluso en la Vuelta son menores para un ciclista de su categoría.

Y aun así, su nombre merece un hueco en nuestros cinco mejores ciclistas del año. Claro, bien es cierto que su enorme victoria en Lombardía, el muy meritorio tercer peldaño del podio en el Tour y sus grandes prestaciones en Lieja y en el Mundial, además de una tremenda regularidad para brillar de febrero a septiembre sin discontinuidad le permitieron llevarse el número uno del Ránking Mundial, un galardón más simbólico que otra cosa, pero que empieza a coger una relevancia especial cuando uno lo gana tres de los cuatro últimos años.

Además, todo ello lo logró dejando definitivamente atrás esa imagen de especialista en los muros que se había ganado en años anteriores. Sí, es el mejor en eso, pero además es un escalador con motor para atacar en pendientes menos extremas y más sostenidas además de un clasicómano ya curtido con la visión de carrera y el fondo físico para reventar una carrera pasado el kilómetro 250.

Foto: EPA

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El problema, que más que un problema es un elogio de su nivel y una bendición para cualquiera, es que Purito ha llegado a un nivel como corredor que le hace exigirse retos de un nivel muy selecto, quizá demasiado, sobretodo tratándose de un ciclista que hasta los 30 años fue gregario (de lujo, pero gregario). Nadie -excepto él mismo, que fue quién apostó por ello- le veía llegando adónde está, siendo con regularidad uno de los mejores ciclistas del mundo. Por eso fue una pena que ese estatus no quedará sobradamente reflejado, como por méritos debería haber sido, en la Lieja o sobretodo en el Mundial. Daniel Martin y Rui Costa, dos corredores más jóvenes y sin, almenos todavía, el nivel que el catalán ha logrado, le birlaron esas carreras cuando ya saboreaba su triunfo.

El año que viene lo volverá a intentar, además de regresar a un Giro de Italia dónde (con la precaución que un pronóstico así a meses vista requiere) es probable que haya que colocarle, como el máximo favorito a conseguir la Maglia Rosa final.