Hacía frío, mucho frío en Tábor. La nieve cubría con un profundo manto la localidad checa hasta donde se había trasladado la caravana para celebrar un campeonato mundial en el que sólo se contemplaba la victoria de Štybar enfrente de su enloquecido público. Fue allí, en el mismo lugar dónde nueve años antes se había enfundado el arco iris juvenil, donde Martin Bína (Pelhřimova, 1983) hizo una de sus esporádicas apariciones en la élite rozando la medalla mundialista y el completo delirio de la parroquia local, valiéndose como casi siempre del hielo, valiéndose de Tábor para asaltar a los grandes nombres del ciclocross mundial. Acariciaba un hito que le abriría las puertas del dinero belga de par en par, pero como solía ocurrir con él, de pronto desaparecía.

El equilibrista checo iba a pagar cara su fabulosa actuación. Poco después de los mundiales su rodilla izquierda se hinchó, lo que supuso el inicio de un calvario de lesiones que le mantuvieron dos temporadas completas apartado de la competición. Al menisco izquierdo le siguió el derecho y, cuando parecía que todo aquello ya había quedado atrás, el ligamento cruzado anterior de la misma rodilla izquierda que había comenzado a abultarse quince meses atrás quebraba y le dejaba otra campaña en blanco. Para muchos otros, con 28 años y formando parte de un mundo tan sacrificado y poco lucrativo, esto hubiera supuesto la retirada, pero Bína se afanó a la acupuntura y la rehabilitación en busca de un tercera oportunidad de reclamar un sitio entre la flor y nata que no iba a tardar en llegar.

De nuevo, la nieve se cruzaba en su camino en un día auténticamente apocalíptico bajo el cielo de Hoogerheide y no lo iba a desperdiciar. Hecho como un guante a los circuitos técnicos y resbaladizos, fue paciente hasta que encontró el momento idóneo para lanzar su órdago, jugándose el tipo en cada curva, ante el que nadie pudo responder. Bína se hacía con la mejor victoria de su carrera y, sobre todo, con la atención del nuevo proyecto de Adrie van der Poel ávido de talento extranjero para el calendario belga, que se harían finalmente con sus servicios tras repetir el resultado en el Caubergcross y finalizar décimo en Louisville.

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Sus actuaciones bajo la nieve le permitieron conseguir un contrato, pero hay más / Foto: www.martinbina.cz

Un fichaje arriesgado en alguien que había nadado en el mar de la irregularidad y que pocas veces se había mostrado realmente competitivo sin la presencia de nevisca, pero que no ha tardado en dar la razón a la confianza que pusieron en él desde Kwadro-Stannah, haciendo ver que se trata de bastante más que un especialista sobre el hielo. Su segundo puesto en el durísimo GP Mario de Clercq –que de cualquier modo se acoplaba muy bien a sus características dado el reto técnico que suponía un trazado completamente empantanado- ha sido simplemente la confirmación de una realidad que no llega para ser una estrella, mas al menos sí una alternativa más al ‘establishment’ belga y una rueda más a vigilar en cualquier tipo de circuito.

Porque más allá de lo que pueda parecer a primera instancia, el ‘crosser’ checo está también equipado con unas piernas potentes y resistentes capaces de hacer un buen papel también en circuitos secos, botosos y rápidos, como bien muestra su victoria en la pasada Toi Toi Cup y las dos victorias logradas en los circuitos más propios de critériums de Stabroek y Hoboken –de los cuales ha sido desposeído por una normativa UCI que impide correr pruebas nacionales a corredores dentro de los 50 primeros del ránking internacional fuera de su país de origen-. Eso si sólo contamos la al Bína post-lesión, ya que durante sus primeros años como profesional consiguió otros tres puestos en el top-10 bajo condiciones favorables en pruebas de la Copa del Mundo en Hofstade, Treviso y, como no, Tábor, conseguidos con calidad y constancia, pero también con inteligencia y conocimiento de sí mismo. Basta con echar un vistazo a sus dos últimas grandes actuaciones -Hoogerheide y Ronse- para comprobar como en ambas ocasiones supo esperar el momento perfecto para cambiar de ritmo y acabar pletórico.

No obstante, el checo no es de los que se arruga y no rehúsa a intentar romper la carrera de inicio como primera opción, aunque siempre guardando un as en la manga que utilizar en el momento idóneo. Unas bases que seguirán trayendo éxitos a un Bína que, recién entrado en la treintena y con dos años en blanco a sus espaldas, ha encontrado al fin su hueco entre los más grandes para demostrar que es algo más que un especialista en nieve.