Seguramente no sería atrevido afirmar que el alto de El Angliru, o L’Angliru en asturiano, revolucionó los cimientos de la Vuelta a España e incluso del ciclismo, al menos en lo concerniente a grandes vueltas, allá por 1999, cuando hizo su primera aparición estelar en la ronda española. En la retina de muchos aficionados seguirán grabadas aquellas imágenes de un día infernal desde el punto de vista meteorológico, con la lluvia que convirtió las bajadas de la Cobertoria y del Cordal en un festival de caídas, y la niebla de la que emergió victorioso José María Jiménez en la cima del coloso asturiano.

El impacto mediático y deportivo creado por su ascensión no dejó a nadie indiferente, y en la edición siguiente volvía a incluirse, con triunfo de otro gran escalador, Gilberto Simoni. Desde entonces se ha regresado al Angliru en tres ocasiones más: 2002, cuando ganó Roberto Heras, 2008, con Alberto Contador, y 2011, donde se vivió el gran momento de Juanjo Cobo. Este palmarés permite constantar que, en las dos últimas ediciones, el primero en su cima ha sido también el vencedor final de la Vuelta, algo que en las ocasiones previas no había ocurrido.

Ciertamente el Angliru abrió una puerta que en los años posteriores ha sido cruzada quizá con fervor casi obsesivo por parte de los organizadores, sobre todo del Giro y de la Vuelta, pero también de otras carreras menores, en su búsqueda incesante por encontrar la siguiente rampa imposible a ascender. Hasta entonces, el símbolo de la dureza extrema era el Mortirolo. Pero incluso las crueles rampas del puerto italiano palidecieron ante el descarnado 23,5% que alcanza La Cueña les Cabres, punto álgido de la dureza del Angliru. En su momento fue algo revolucionario. Hoy está, quizá, algo devaluado por la explosión de finales en rampas de dos dígitos.

Juanjo Cobo en plena ascensión en 2011 / Foto: © EFE

Juanjo Cobo en plena ascensión en 2011 / Foto: © EFE

Aun con esa pérdida relativa de exclusividad, el Angliru sigue resultando un juez implacable para la carrera al que todos miran con respeto. Lejos de esa gran mentira, no por muchas veces repetida menos falsa, de que no es una subida para provocar grandes diferencias -teoría que trataba de sustentarse en el hecho de que la velocidad de ascensión es muy baja y que las aceleraciones son casi imposibles dada su dureza extrema-, será a todas luces un punto decisivo para el desarrollo de la carrera. A pesar, en cualquier caso, de que su situación en la carrera y el recorrido y kilometraje de la etapa puedan convertirlo en algo más cercano a un colofón efectista que a un auténtico espectáculo deportivo.

El Angliru es probablemente uno de los mitos ciclistas más recientes y que con mayor celeridad se ha asentado en el corazón de este deporte. Amado por muchos aficionados, cuestionado por otros y enemigo de algunos ciclistas. Seguramente sea necesario, y como tal hay que celebrarlo. Pero conviene también mimarlo para mantener su esencia y exclusividad. Hay más cosas en un recorrido ciclista que los finales en rampas imposibles, y colofones de carrera con mayor potencial deportivo que el puerto mediático de turno. El Angliru es positivo y espectacular, no cabe duda; pero no a cualquier precio.