El Tour de Flandes se acerca a un centenario que cumplirá dentro de dos ediciones con un prestigio, bonanza económica y prominencia en el calendario del que muy pocas carreras de su género -quizás sólo Lieja y Roubaix, como parte del enorme paraguas de ASO- pueden presumir. Como “catedral” del calendario ciclista, en “De Ronde” brillan los nombres más respetados de la historia del deporte del pedal. Hay, como siempre, ausencias sonadas -Pino Cerami, Freddy Maertens o Sean Kelly (único monumento que le faltó al irlandés) son algunas de ellas-, pero aún más llamativos son los nombres de aquellos que han logrado más éxitos, los tres en que se sitúa el tope en la “Vlaanderens Mooiste”.
Tan sólo Fiorenzo Magni y Johan Museeuw, con sus inconfundibles estilos, gozan del favor necesario para ser parte del panteón de los mejores. Achiel Buysse, que logró sus tres victorias en los años de la ocupación nazi -si bien ésta nunca afectó en exceso a la integridad de los flamencos, mucho más amenazada en el lado valón-, y Eric Leman, quien habiendo combatido en Bélgica contra la generación más brillante nunca pudo ser campeón nacional, no tuvo una carrera larga ni encontró tanto éxito en el extranjero, son dos “bultos sospechosos” que aventajan en un triunfo a ciclistas que representan, con mayor firmeza y reconocimiento, el espíritu del ‘flandrien’. Mentar sus nombres es sólo un pequeño tributo a la historia de este canto a la cultura de un país que no quiere ni debe serlo. Acompáñennos.
De los dos primeros se recuerda menos. Gérard Debaets (1924-1927), nacido flamenco occidental y nacionalizado estadounidense al finalizar su carrera profesional, que se extendió prácticamente desde la Gran Guerra (1923) hasta el inicio de la segunda contienda mundial (1940), fue un navegante sobre la madera y hormigón de los anillos, un referente en los seis días e incluso insigne miembro del que muchos consideran el mejor equipo ciclista de la primera mitad del siglo XX, el Alcyon, al que batió en su primera victoria en Gante pero al que luego correspondió tres años después con una victoria más contundente, siempre solo sobre la línea.
Mucho más breve fue la carrera de un Romain Gijssels que alcanzó antes que nadie las dos victorias consecutivas: veinticinco años contaba el hombre apodado como “La Classe”, capaz de encadenar las tres clásicas llanas más prestigiosas de la época en un brillante 1932 con Flandes, Roubaix y la Burdeos-París. Llanero puro, sólo participó una vez en el Tour de Francia para darse cuenta, como escribía años después de su retirada el mismísimo Karel van Wijnendaele, fundador de ‘De Ronde’, que era “mucho más un dependiente en una tienda que el propio dueño. No soportaba las subidas y era reacio al trabajo duro”. Dotado de un sprint prodigioso, el que le llevó a su primera victoria, logró imponerse a lo grande en el ’32 antes de volver nuevamente al tercer cajón del podio un año después. Sólo su frágil mentalidad y el hecho de no tener el mismo cartel que otros grandes de la época, como Binda o Learco Guerra, le impidieron continuar una progresión hacia la que parecía apuntar por cualidad innata en sus últimos años como profesional.
En plena guerra (1942), como Buysse, pero también terminada la misma (1948), se impuso uno de los corredores que más fielmente entroncan con la mentalidad del pueblo flamenco: la de los ‘picapedreros’ esforzados, gente recta, sencilla, incluso huraña, que sólo conoce el trabajo y bien hecho, sin ostentación, rozando la ascética. Albéric Schotte, abreviado “Briek” en honor al ladrillo que lo catalogaba como ciclista, participó hasta en veinte ocasiones en ‘De Ronde’, en las últimas de ellas rozando la cuarentena de edad. Su imagen recia pero elegante, su espíritu siempre ligado a la tradición -fue uno de los brazos ejecutores del mítico Flandria de los ’60 y ’70- y su adaptabilidad a todos los terrenos -llegó a ser segundo en el Tour del ’48 tras Bartali- le acompañaron en la memoria de los aficionados hasta su muerte, el mismo día que Steffen Wesemann cruzaba primero la línea de Meerbeke en 2004.
Y si se puede decir que con ciclistas concretos se ha forjado de verdad la leyenda de los ‘flandrien’, los dos “reyes Rik” -el primero, Van Steenbergen, y el segundo, Van Looy- pueden asentir como culpables. Sobrio y estajanovista el viejo, presumido y altivo como pocos el joven. Van Steenbergen, el hombre de los tres mundiales, el de los más de ciento veinte días de competición en ruta, el que encadenaba pista con asfalto durante años sin desfallecer hasta que la maquinaria ya no engrasaba como antes. Le sucedió lo mismo que a Edwig van Hooydonck (1989-1991), quien se encontró con la emoción desmedida de saberse el ídolo de la afición tras un temprano doblete en la flor de los veinte. Recogió el testigo de Schotte, al que batió en 1944 junto a otros ocho ciclistas en el mítico anillo ‘t Kuipke de Gante, y repitió en solitario, con superioridad aplastante, dos años después en el primer recorrido “normal” tras el final de la guerra.
Del “Rey Emperador” se recuerdan sus juegos mediáticos. En 1959, pocos días antes de su primera victoria, amaga el golpe con unos microbios que, asegura, parecen hacerle la vida imposible, pero después conecta dos derechazos que llevan a la lona a unos rivales poco colaboradores -se viven unos años de pasiones desenfrenadas entre el pueblo y terribles envidias en el pelotón, las mismas que llevaron a Beheyt a robarle aquel Mundial en Ronse al considerado como capitán de la “driekleur”-. Primero en el Valkenberg, donde crea la selección inicial de nueve corredores; después y finalmente, en el Kapelmuur, donde sólo le seguirá brevemente un Alfred de Bruyne que luego no resistirá. Frans Schoubben y Gilbert Desmet serán quienes cedan ante él en el sprint. La superioridad de su equipo, el Faema, le dará la victoria en el ’62 con un puñado de segundos ante un quinteto con Van Aaerde, Kerckhove, Noël Foré y el británico Tom Simpson, exótico ganador sólo doce meses antes.
Eddy Merckx, el más grande de todos los tiempos, figura con sólo dos coronas ante el estupor, incluso, de quienes le vieron correr y escribieron sobre él en presente. Pero no fueron dos triunfos cualquiera. Junto a sus tres terceros puestos (ante Zandegù y Foré, ya en 1967; por detrás de Leman -en su primer triunfo- y Walter Godefroot en 1970; y nuevamente al sprint, contra el propio Leman y Freddy Maertens, en 1973) lucen dos éxitos de tronío. El primero de ellos, en 1969, llegó tras dos selecciones infernales en Oude Kwaremont y el Kapelmuur y un último ataque a falta de 70 kilómetros que llevó hasta la meta de Meerbeke con casi seis minutos sobre Felice Gimondi y ocho sobre el grupo liderado por Marino Basso.
No menos recordado fue el de 1975. Una mítica fuga junto a Frans Verbeeck, en la que el corredor del Maes Pils -eterno segundo tras Merckx, uno de tantos que siempre quiso batirle y nunca pudo- resistió durante casi un centenar de kilómetros tras el ataque del entonces campeón mundial, le vio dar su brazo a torcer donde menos lo esperaba él mismo: en el llano, allí donde el flamenco era aparentemente superior al de Meensel-Kiezegem. Las palabras de Verbeeck a Fred de Bruyne, mítico narrador de la VRT flamenca, son aún recordadas entre la afición: “Fred, tengo que decirlo como es: Eddy corre cinco kilómetros por hora más rápido que nosotros”. Todo un halago para un “Caníbal” en regresión, que clamaría repliegue definitivo apenas tres meses después al caer ante Thévenet en el Tour.
Los únicos dos hombres que rompen el carácter absolutamente belga de la lista son Walter Godefroot -con nada menos que diez años de diferencia entre su primera victoria (1968) y la segunda (1978)- y Jan Raas (1979-1983), hombres que cierran la edad moderna de una lista cuyo último contemporáneo es el “Negro de Brakel”, Peter van Petegem, que superó bajo la lluvia en un agónico sprint a Frank Vandenbroucke en 1999 antes de convertirse en uno de los últimos ‘flandrien’ con su doblete Flandes-Roubaix en 2003. La voluntad de trabajo y el imperturbable y firme aplomo de ‘PVP’ es la última muestra de quienes fueron príncipes en la tierra de los mil ducados, pero a los que la historia no les permite injustamente ser poderosos reyes.