Ya lo veis. Es imposible hablar de la estructura ciclista de Jean-René Bernaudeau sin hacerlo de Thomas Voeckler. Su trayectoria es tan conocida como parece serlo su figura, seguramente la más estereotipada de todo el pelotón internacional. Pero su caracterización en el imaginario popular de las gentes del ciclismo no responde de forma exacta a quién es.
Sí, Voeckler es indisociable de sus “caritas”, de sus posturas, de su heterodoxo estilo de ir en bici. Eso es algo que ha patentado y que ha utilizado en su favor para engrandecer su figura tanto para sus rivales -todo el pelotón le conoce y le teme- como para el gran público, sobretodo en Francia, dónde le adoran por su expresividad, coraje y carisma.
Cuando llega el Tour de Francia, Voeckler, al que llaman “le chouchou” (el preferido), sabe utilizar los focos para absorver toda su energía, como si de una planta haciendo la fotosíntesis se tratase y usarla en su favor. Es un ciclista muy versátil y completo, que brilla durante toda la temporada y en todo tipo de carreras (desde 2011 ha sido Top10 en Flandes, Lieja y el Tour, algo que en la última década no puede decir nadie más), pero que entra en otra dimensión cuando llega la Grande Boucle, a la que ha convertido en su cortijo, dónde hace y deshace como si de una carrerucha se tratara.
Desde sus heroicos diez días de amarillo de 2004, conmovedora ascensión a Plateau de Beille mediante, hasta la milagrosa recuperación en carrera que terminó con una exhibición en la mítica etapa Pau-Luchon via Aubisque, Tourmalet, Aspin y Peyresourde, todos coronados en cabeza, han sido muchas las caras, muchos los ataques y las fugas, muchos también los éxitos cosechados. Tantos, que le han llevado contra pronóstico a convertirse en la gran figura del ciclismo francés y uno de los mejores ciclistas del pelotón mundial.
Pero más allá de lo deportivo, hay otro Voeckler distinto. Un tipo de carácter reservado y muy fiel a los suyos. En el ya muy conocido episodio de finales de 2010, con la continuidad del equipo casi quimérica, Voeckler no sólo esperó mucho más allá de lo razonable (en octubre todo el pescado del mercado ciclista está vendido) sino que rechazó una oferta de Cofidis muy superior (se dice que de más del doble) para continuar con Bernaudeau, su mentor y su segundo padre. Titi perdió al suyo cuando era un niño y vivía en Martinica. Un día su padre se marchó en su barco y desapareció, nunca más se supo de él. No es casualidad, pues, que cuenten de él que es un hombre extremadamente familiar y muy celoso de su intimidad cuando está fuera de las carreras.
Bajo esos cambios de fachada, esas mil caras mezcla de estrafalariedad y sufrimiento siempre se ha escondido un ciclista con las cosas muy claras, un tipo fuerte, corajudo y sobretodo muy listo. Un corredor imprescindible.