¡Hola de nuevo!

Estoy ya de nuevo en casa tras una nueva experiencia en Sudamérica, la cual no ha ido todo lo bien que me gustaría, ni a mí ni a ninguno de mis compañeros del MMR Bikes que nos juntamos para acudir a la Vuelta al Táchira. Pero que como siempre me deja cosas positivas y un bonito viaje que os voy a contar para que veáis que lo que allí nos encontramos nada tiene que ver con lo que vemos día a día en Europa.

El viaje empezó muy pronto para nosotros, ya que nos adelantaron los billetes unos días y eso hizo que fuésemos cada uno con nuestra bici en lugar de poder contar con las MMR que íbamos a llevar. En mi caso tuve que poner a punto la Trek, que ya con seis años a sus espaldas iba a cruzar el charco en un viaje inesperado para ella y para el que no sabía si estaba preparada porque, como os digo, no sabíamos nada de lo que nos íbamos a encontrar. No conocíamos rutómetros, ni estado de las carreteras, solo que estaríamos en una zona tropical, donde iba a hacer mucho calor pero algún día caería alguna tormenta.

Tras un largo viaje, haciendo noche en Caracas, nos desplazamos a Barinas donde empezaría la Vuelta, y ya empezamos a ver muchas cosas nuevas para nosotros. Teníamos que salir del hotel con escolta, tanto a entrenar como a hacer la compra (esto último finalmente nos lo saltamos) y además negociar con la puntualidad venezolana; el “ahorita mismo” que significa “en una horita” los primeros días no lo interpretábamos bien.

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Otra de las cosas que más nos sorprendió, fue la gran cantidad de baches y de “guardias acostados” que hay. Los primeros eran muy peligrosos como ya vi al apostre, después de haber roto dos ruedas, y los segundos casi tanto, ya que había que saltarlos de lo bruscos que eran, nada de subir suavemente con un llano arriba y bajar suavemente. No, lo más parecido a un escalón, en algunos casos incluso de cemento construido por los propios habitantes de cada pueblo que con el permiso de Chávez lo hacían para obligar a parar a los coches y que vieran de cerca el puesto de comida o café ambulante que había cada muy pocos metros. Viendo esto, antes de empezar la Vuelta, ya sabía que mis objetivos se concentrarían en uno: sobrevivir.

A pesar de saber de antemano nos dejó con la boca abierta el precio de la gasolina: medio euro por llenar el depósito, ¿¿cómo?? Sí, sí. Regalada, y así estaba la frontera con Colombia un día que me acerqué, llena de puestos ambulantes de venta de bidones de gasolina. Un gran negocio, comprarla en Venezuela y venderla a pocos kilómetros como 100 veces más cara.

Otro aspecto curisoso es el de los semáforos y las normas de tráfico que, prácticamente, se resumen en una: mientras no hagas daño a nadie, puedes hacer lo que quieras. Todos los cruces están gobernados por ceda el paso y si te saltas uno porque tienes prisa no pasa nada, siempre que no molestes a nadie. Encontrarse motos por la autopista en dirección contraria es algo habitual y te puedes cruzar con la policía en calles de sentido único sin que ni siquiera te miren.

Pasando al plano deportivo la Vuelta no empezó bien. Ya el primer día me notaba una flojera que no era normal, no sabía si el jet lag, si el calor… hasta que empecé a ir al baño más de la cuenta y me dijeron que el agua del grifo ni olerla. Un poco tarde en mi caso.

Las malas noticias no cesaron porque a las primeras de cambio perdimos a Edgar -rotura de escamondes después de una caída-, mi gran amigo y el culpable de haber ido allí y me supo fatal por él, por las horas que le había echado haciendo las gestiones y por la ilusión que llevaba para seguir dejándose ver en todos los continentes, él que es el Marco Polo del ciclismo español.

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Ya en la segunda etapa, sorpresa sorpresa, ¿dónde están las bicis? Llegamos a la salida y ni rastro de ellas. Vamos a firmar y como no hay bicis no nos dejan; total, que salimos media hora tarde, firmando sobre la marcha y siendo regañados por los jueces y nos esperaba una salida de ciclocross. Madre mía cómo salen en las carreras en Venezuela; diez kilómetros persiguiendo, con el pobre Edgar que intentó salir hasta que dijo basta. Luego en un bache Pedro metió la bici entera y adiós horquilla, otro menos. Yo por lo menos llegué a meta, a pesar de lo caótico que eran los carteles informativos, ya que entre el veinte a meta y el diez solo hubo unos tres kilómetros. Como podéis ver, en algunos aspectos allí van más a su bola y no tienen nada que ver con las normas y lo estrictos que somos a veces en Europa.

Con todo esto quiero que veáis el contexto en el que estábamos que ni mucho menos es tan malo como lo pintan, solo diferente. Te puede gustar más o menos, pero estoy seguro de que varias cosas que os contaré en la segunda parte os van a gustar. ¡Yo voy a ponerme de nuevo el mono de trabajo que ya me han dejado una bici tras una semana sin poder entrenar en condiciones!