Como comentaba mi anterior artículo, lo que realmente engancha del deporte son las historias que cuenta, y las emociones que despierta en quien lo está viendo. Por ello me remonto a uno de los más claros recuerdos de infancia (no es tan triste como pudiera parecer por este ejemplo), la historia de la cena y la bomba de Alfred Hitchcok:
Suspense y sorpresa:
Frases clave: “Cuatro personas están sentadas alrededor de una mesa, hablando de béisbol o algo, durante 5 minutos. Realmente aburrido. De repente estalla una bomba. ¿Que tiene la audiencia? Diez segundos de shock. Coja la misma escena, pero diga a la audiencia que hay una bomba bajo esa mesa, y que explotará en 5 minutos. Entonces la emoción de los espectadores es totalmente diferente”.
Suspense y misterio:
Frases clave: “El misterio es un proceso intelectual, como en ¿quién lo hizo?. El suspense es un proceso emocional”. “En el periodo antes de llegar a esa revelación de 5 segundos (quien lo hizo), no hay emoción. Cuando estás leyendo un libro, estás tentado de mirar la última página, pero eso es solo curiosidad”.
Lo realmente genial de estos conceptos es que se pueden aplicar a casi cualquier cosa, al sexo por ejemplo. La primera escena de la simple explosión sería lo mismo que pagar por los servicios de una meretriz durante media hora, mientras que la segunda se correspondería con el juego de la seducción y la conquista de una bella dama hasta llevarla al catre. Si bien el segundo caso no asegura conseguir el objetivo, resulta mucho más interesante.
También se pueden aplicar al ciclismo, y una de las fuentes de emoción en una carrera ciclista es el recorrido de la misma. Como el Maestro del Suspense decía, “no hay ningún terror en un disparo, sino en la anticipación a él”. La anticipación es una fuerza poderosa, ¿por qué sino íbamos a pegarnos a la pantalla con los nervios de punta mucho tiempo antes del Bosque de Arenberg? Ocurre lo mismo incluso con La Redoute, ¡y eso que allí ya nunca pasa nada!.
Una etapa diseñada para que todo ocurra al final prescinde del suspense para convertirse en un “whodunit”, en un misterio sobre quien ganará, en poco más que una revelación del orden de llegada. Como con el libro de Alfred, estás tentado de pasar a la última página para ver quien era el malo, que en ciclismo se traduce en verlo luego en Youtube o dormir la siesta hasta que faltan 10 km a meta.
La etapa del Mirador de Ézaro fue la perfecta exposición de la bomba sorpresa de Hitchcock. Lo cual convierte hasta en gracioso que la muletilla favorita de Unipublic hoy en día sea la “explosividad”. Sin embargo, imaginemos una etapa de media montaña plagada de pequeños puertos uno tras otro, o ese etapón con un coloso de paso tras cuya bajada aparece un final en alto más suave. Ahí entra el suspense en acción, convirtiendo a ese programa de televisión llamado Ciclismo en algo mucho más atrayente y que engancha. Se consigue en la audiencia la sensación de que en cualquier momento puede pasar algo, y además ese algo puede provocar grandes diferencias en meta que den un drástico vuelco a la clasificación, un gran giro argumental en la historia.
Este tipo de recorridos tienen un riesgo, de nuevo relacionado con las emociones. Si se crean unas expectativas que luego no se cumplen, donde los corredores “se fuman” las etapas casi enteras para entrar en un juego de segundos dentro de las vallas, el público se sentirá decepcionado. Si solo se promete ese juego de segundos en las vallas, este ocurrirá casi con total probabilidad, y no habrá decepciones. Por ello puede darse una interpretación muy diferente del espectáculo visto pese a que en carrera, objetivamente, ha habido la misma lucha.
Pero yo siempre disfrutaré más con una etapa ambiciosa y con un recorrido que intenta trascender antes del recurso palomitero fácil de los chepazos finales. Prefiero un recorrido que emociona. Sentir esas ganas de que llegue el día D, ese “que pasará”, ese imaginarse diferentes escenarios de épica batalla con los que matar el tiempo en un foro, esa ilusión por volver a ver el ciclismo que me enganchó… incluso si nada de eso ocurre y acabo pensando “que se vayan a la mierda”, “no vuelvo a verlo más”, “es un insulto subir así el Tourmalet”, “funcionarios del sillín”, etc.
Reflexión final: si te gusta la Flecha Valona deberías sentirte “sucio”, es la versión ciclista del Chupacabana.