Noruega no es considerado como un país de los clásicos en el mundo del ciclismo. Su historia más que estar marcada por los logros conseguidos como país están escrita por las metas alcanzadas por cuatro aventureros que lograron situarse en la élite en las últimas dos décadas. Triunfos en el Tour de Francia, Giro de Italia, grandes clásicas como la Gante-Wevelgem o Harelbeke e incluso un Mundial en ruta. Kurt-Arle Arvesen y Thor Hushovd encarnaban la figura del pionero de un deporte minoritario en el país escandinavo pero que a su vez formaba parte del pequeño grupo de deportes no invernales que sumaba un estatus a nivel mundial. Las victorias conseguidas por ambos ciclistas abrieron la puerta a los más jóvenes.
Uno de estos jóvenes con talento es archiconocido. Edvald Boasson Hagen va encaminado a recoger el testigo de Hushovd siendo, a día de hoy, una versión mejorada del campeón noruego. A su estela aparece otro nombre. Un rastro que ocasiones queda cubierto y ensombrecido. Alexander Kristoff (Ålgård, 1987) es de momento el tercero en discordia. Pese a firmar su mejor temporada después de tres años en la élite queda, todavía, un escalón por debajo de las dos grandes figuras del ciclismo patrio. Tres ciclistas, tres perfiles similares. Suma de potencia, velocidad y un gusto por las clásicas de primavera.
Formado en el equipo de Birger Hungerholdt no acabó de despuntar como sub23. Tres temporadas en los predecesores del actual Joker-Mérida –Team Maxbo-Bianchi y Joker-Bianchi- donde se caracterizó por encarnar la figura del segundón. Rozando la victoria una y otra vez. Más segundos que primeros puestos. Tan sólo el sorprendente triunfo en el nacional de 2007 por delante de Hushovd y dos etapas en el Ringerike GP relucen en su palmarés en la último ciclo antes de saltar al profesionalismo. Su rapidez como su talento eran patentes así como la falta de remate. Dieciséis segundos puestos contemplan sus dos últimos años como sub23.
Dicho dato no fue un impedimento para dar el salto. No lo hizo a un equipo cualquiera. BMC llamó a su puerta con un contrato bianual. Debut asiático en Qatar y Omán para comenzar una temporada donde ofreció los primeros detalles en las clásicas. El décimo puesto en el Scheldeprijs dio el pistoletazo de una serie de buenos resultados en las pruebas de un día que culminaron con el cuarto puesto en la Vattenfall Cyclassics o el quinto en el GP de Fourmies. Balance positivo para cerrar el primer año pro.
En su segunda temporada después de una gris mitad de ciclo donde sólo sobresalen el séptimo puesto en el Scheldeprijs y el debut en el Giro de Italia que significó el estreno en una grande, la conquista del segundo título nacional le dio alas. Rozó la victoria en Wallonie, Polonia y en el GP de Fourmies finalizando los tres últimos meses de competición con diez puestos entre los diez primeros siguiendo poniendo de manifiesto una clara regularidad al que le faltaba un punto para poder acceder a la victoria.
Después de dos temporadas abandonó BMC en busca de mayor protagonismo en un equipo donde tras los fichajes realizados quedaría en un segundo o tercer plano. En su llegada a Katusha disparó sus registros. Optar de nuevo por la preparación en la península arábiga escapando de las malas condiciones climatológicas en Europa tuvo su recompensa un mes después. Tras quedarse cerca de la victoria en los dos primeros parciales de La Panne, en la tercera etapa encontró el primer triunfo profesional fuera del título nacional. El primer sector, cita por excelencia para los velocistas, fue el lugar. Después de ser duodécimo en La Panne en De Ronde demostró ser algo más que un simple velocista al llegar en el grupo perseguidor el trío de cabeza ocupando la decimoquinta plaza final.
Finalizada la primavera el Giro de Italia le avistaba con otra perspectiva. Tras una experiencia previa, tuteo la victoria en Cervere donde sólo Mark Cavendish fue capaz de superarle. Con cinco puestos entre los diez primeros finalizó su segunda participación. Después de un merecido parón, Polonia vio su regreso. Preparación para la cita que acto seguido encendía el calendario. Seleccionado para defender los colores nacionales en la prueba olímpica en ruta firmó una de las cuatro medallas que consiguió la delegación de Noruega. Tercera plaza, un bronce que sabe a oro. Tan inesperado como creíble. Su nombre pasaba a la historia del deporte en su país.
Del éxtasis de un tercer puesto pasó a enfrentarse a la cruda realidad. Una realidad que dejó patente su todavía segundo escalón en el sprint. Sólo una única victoria –cuarto parcial de la Vuelta a Dinamarca- por un sin fin de puestos de honor que cerraron su mejor temporada como profesional. Dos únicas victorias, treinta y dos ocasiones entre los diez primeros. Simetría en resultados a lo largo de un vasto año donde supo dar un salto de calidad que le supuso galones en un equipo que tras la despedida de Oscar Freire y el positivo de Denis Galimzyanov dejan una vacante que el noruego está dispuesto a ocupar con creces. Tan sólo le falta un punto para explotar en el número de victorias. 2013 apunta a ser su año.
Falta otro gran noruego que lleva dos años dando que hablar… Lars Petter Nordhaug
Lo sé, pero el enfoque del texto no es el ciclismo noruego si no el perfil de un corredor con una características muy próximas a Thor Hushovd y Edvald Boasson Hagen -salvando las distancias-.