El 18 de julio de 1995, el Tour de Francia estaba sentenciado. Sería el quinto seguido de Miguel Indurain. Sería el último, también, que ganaría. Sería la primera participación en el Tour de Fabio Casartelli. Y la última. Saliendo de Saint Girons y llegando a Cauterets, la fuga serviría para que Richard Virenque confirmara su segundo maillot de la montaña, el de los puntos rojos, y también su segunda victoria de etapa en el Tour; lo hizo aventajando en más de un minuto a Claudio Chiappucci (Carrera Jeans – Tassoni) y Hernán Buenahora (Kelme – Sureña). En el kilómetro 34, descendiendo el primer puerto del día, el Port d’Aspet, Radio Vuelta informada de una caída en el pelotón.
70 kilómetros a la hora. A esa velocidad cayeron Johan Museeuw (Mapei – GB), Giancarlo Perini (Brescialat – Fago), Dirk Baldinger (Polti), Dente Rezze (Aki – Gipiemme) y Casartelli. Todos con más o menos suerte, menos Fabio. Él no tuvo ninguna; golpeó con su cabeza contra la calzada. Iba sin casco, como casi todos los ciclistas de la época. Como dijera Indurain al enterarse de la tragedia al bajar del pódium, es algo que le podría pasar a cualquiera. El traslado en helicóptero hasta Tarbes fue demasiado para el de Albese, pueblo cerca de Como. La desgracia, el riesgo inherente a una profesión como es la de ser ciclista, dejó huérfano a Marco y viuda a Anna Lisa.
La suerte, siempre esquiva con Casartelli, lo fue para siempre ese 18 de julio de 1995. A los 19 años tuvo un grave accidente entrenando en el que vio afectadas varias vértebras -fue atropellado por un camión-. También sufrió diversas lesiones y enfermedades -mononucleosis- que fueron entorpeciendo su evolución, antes y después de su bonita victoria en Barcelona.
Casartelli tenía muy buenas trazas de clasicómano. En este tipo de pruebas destacó como amateur, y por eso fue seleccionado para correr la prueba en línea de los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92. Sus compañeros serían Davide Rebellin, del que sobra presentación, y Mirco Gualdi, Campeón del Mundo sub23 en 1991 en Japón, y que pasaría un año después, en el 93, con Lampre. La carrera, celebrada en un caluroso 2 de agosto en un circuito de 16 km. en Sant Sadurní d’Anoia -194 km. totales-, dejó a Casartelli luchando por el Oro con Erik Dekker (Holanda) y Dainis Ozols (Letonia), cuyo mayor éxito se dio en el Circuito Franco-Belga de 1994 corriendo para el Trident – Schick (donde también corrían otro letón, Arvis Piziks -8º en Barcelona-, y Peter Van Petegem).
El gran éxito de la exigua e injusta carrera de Casartelli se comenzó a gestar en la novena de las doce vueltas. El circuito era rápido. El calor, intenso, un factor que incluso afectó a los corredores locales (Ángel Edo, Kiko García y Eleuterio Mancebo). Casartelli y Gualdi, teórico líder de los italianos, se metieron en el corte tras echarse abajo la fuga del día, creada vueltas antes. En 1992 las selecciones olímpicas no podían llevar más de tres corredores, las que más, y el control se hacía casi imposible. Durante esos más de 40 kilómetros las ventajas se mantuvieron por debajo del minuto. En ese diálogo es difícil no ver a un italiano aprovechar sus argumentos. Fabio agarró su oportunidad y se fue con Dekker y Ozols. Llegaron al sprint, repartiéndose así el último oro, la última plata y el último bronce amateur en el ciclismo como disciplina olímpica.
Dekker se resignaba; era uno de los grandes favoritos. El letón se contentaba con su premio; era el más lento y su bronce supuso todo hito olímpico en su país. Por detrás, a apenas una treintena de segundos, llegó el pelotón encabezado por uno de los aspirantes en la salida; Erik Zabel. En dicho pelotón, otros tantos conocidos durante los años siguientes; Lance Armstrong (que la misma noche del 2 de agosto firmó con Motorola, para luego quedarse en España y debutar en San Sebastián), Pavel Padrnos, Lars Michaelsen, el ciclocrossman Richard Groenendaal, Pascal Hervé, Peter Luttenberger, Steffen Wesemann, Georg Totschnig o Claus Michael Møller.
Fabio pasaría a profesionales con el Ariostea de Ferretti. Varios fueron los equipos que le tentaron antes. No consiguió adaptarse al nivel de la competición; peleaba por entrar en las carreras con Bjarne Riis o Pascal Richard, y tuvo que cambiar en 1994 por el más modesto ZG – Mobili de Gianni Savio. En todo caso, hizo un gran Tour de Suisse y ganó una etapa en la Settimana Lombarda. Con Savio, las lesiones le dejaron casi sin opciones. Su amistad con Andrea Peron le hizo un hueco en el Motorola de Jim Ochowicz. Un hueco que se haría eterno portando el dorsal 114 durante el Tour de Francia de 1995. Sería su primer y único Tour. Y por ello es recordado. Pero tuvo un gran día; ser oro olímpico, el último antes de los profesionales, de los Richard, Ullrich, Bettini y Sánchez.