Sacrificado, peligroso y vilipendiado, la mayoría de las veces desde el más absoluto desconocimiento, por un amplio sector de la sociedad como chivo expiatorio de todos los males del deporte. Así es el trabajo del ciclista que, por si fuera poco, parece el blanco predilecto del infortunio, la calamidad y la desdicha. Un golpe, otro y uno más, ya son tantos los vividos por el mundo del ciclismo que antes de levantar la cabeza la desgracia acecha para hundirte de otra bofetada. Ayer, amanecíamos con el enésimo. Rob Goris había fallecido la pasada noche como consecuencia de un fulminante paro cardiaco, en una habituación de hotel en Honfleur, tras participar en Vive le Vèlo, un talkshow del canal flamenco Sporza en el que se repasa la actualidad del Tour de Francia.
Nacido en Herentals hace solamente 30 años de edad, la historia de Rob sobre la bicicleta se remonta hasta hace un puñado de años. Anteriormente su pasión y profesión había sido el hockey hielo, deporte en el que, siempre con el equipo de su ciudad, dominó el campeonato nacional y fue internacional hasta que abandonó la disciplina del equipo, con 27 años, para intentar hacerse un hueco en el mundo del ciclismo. Una arriesgada decisión con la que pasaba de ocupar un lugar reconocido a partir de cero para hacerse un hueco en el súperpoblado pelotón belga, del todo a la nada.
Pese a sólo tener experiencia en kermesses, la fuerza heredada de sus tarascadas en el hielo le reportó unos excelentes resultados que no pasaron desapercibidos. El mítico equipo Palmans confío en el potencial del bueno de Rob, y éste respondió con victorias en la Antwerpse Havenpijl y, sobre todo, en el nacional de élites sin contrato profesional en Hooglede-Gits. Una victoria de resonancia nacional que rápidamente le puso en el punto de mira de equipos profesionales y que le llevó a firmar bajo la disciplina de Thierry Marichal. En apenas unos meses había pasado de participar en carreras veraniegas por diversión a ser profesional. Su reconocido sueño de ser gregario de Tom Boonen se había convertido en algo que estaba al alcance de la mano.
Aunque de momento tenía que superar el peaje obligatorio de todo novato, aunque él contara ya con 28 años: sería gregario de cualquier líder que presentara la escuadra de Roeselaere. Eso no suponía ningún inconveniente para él, que como un niño con zapatos nuevos disfrutaba del nuevo mundo que se presentaba ante él (“me gusta trabajar para que mi compañero Van Dijk luché en el sprint”), con las mejores intenciones. Incluso conseguía reconocimiento por parte de ciclistas como Boonen o Gilbert, que no tuvieron reparos en felicitar a Goris por su excelente actuación en la contrarreloj de la Vuelta a Bélgica del pasado año, sobre todo para alguien que aseguraba que “nunca había tenido una ‘cabra’“. Un desempeño premiado con la oportunidad de participar las dos últimas campañas en De Ronde.
Pero ese sueño que tan parecía tan realizable hace sólo dieciocho meses se desvaneció la noche del 4 al 5 de julio de un plumazo en un pueblo de la costa normanda. Ni las cuchillas en el hielo, ni los coches en la carretera. No. Su vida fue finalmente sesgada por su corazón, el mismo que le había llevado a alcanzar sus grandes éxitos deportivos fue el que le traicionó antes de tiempo de la forma más cruel.
Desde aquí queremos mandar nuestro más sincero y sentido pésame a toda su familia, a su novia Katrien van Looy, a sus amigos y compañeros tanto dentro como fuera del deporte en estos momentos de dolor.
Descanse en Paz, Rob Goris.