Se acerca el Tour de la campaña mediática británica para Bradley Wiggins. Los reportajes en el Guardian y el Telegraph sobre el entrenamiento estratosférico de Wiggo, 100.000 metros de desnivel acumulado en el paisaje lunar del Teide. Su infaliblidad en la escasa competición disputada. Un equipo de ensueño, con el mismo método, a su alrededor. Confianza por las nubes porque Sky is the limit.

Comparte con él favoritismo anglosajón el dorsal 1, primer australiano en lucirlo, Cadel Evans, quién encontró su fórmula para la gloria en los Campos Elíseos el año pasado midiendo muy bien sus días de competición para correr poco pero ganar allí dónde se pusiese un dorsal. Dice Wiggins, de hecho, que su inspiración para ganar el Tour es Evans.

Ajeno a esta modernización imparable, hay quién todavía entiende el ciclismo a la antigua usanza. Thomas Voeckler sorprendió a propios y extraños el año pasado. Vistió de amarillo más de 10 días, terminó cuarto y podría haber estado en el podio si no se hubiese desfondado en el Galibier empeñado en una persecución imposible. Lo hizo tras haber firmado su mejor temporada, ocho victorias repartidas desde febrero hasta mayo, 57 días de competición antes del Tour. A Voeckler la competición le sienta bien. No entiende de concentraciones en altura ni de tablas de esfuerzo en el Excel. Lo que le gusta de la bici “es la competición” y le da igual el terreno: clásicas o vueltas, adoquines o puertos de montaña. Así que su cuarto puesto no cambió nada en su enfoque de la temporada.

Si bien con menor éxito que el año pasado -aunque levantó los brazos tras exhibirse en la Flecha del Brabante-, Voeckler ha repetido esquema. Empezó a competir a principios de febrero y no ha parado ningún mes del año. Hasta se permitió viajar a Gabón para correr en mayo la Tropicale Amissa Bongo. Para competir y ganar una etapa, claro. 55 días de comptición entre los que destacan su enorme protagonismo en dos monumentos como Flandes y Lieja, finalizando en ambos entre los diez primeros. El alsaciano es, de hecho, el único ciclista, junto a Daniele Nardello y Michael Boogerd, que ha logrado ser Top10 del Tour de Francia y serlo también en De Ronde en el ciclismo ultra-especializado de los últimos quince año. El problema es que este alarde de competitividad parece, finalmente, haberle pasado factura.

Voeckler, sufriendo en el Dauphiné

Foto: CyclingNews

Voeckler tuvo que abandonar el Dauphiné en la última etapa a causa de unas molestias en la rodilla. El día antes había rendido por debajo de sus posibilidades en la etapa reina camino de Morzine. Luego disputó, como ya tenía previsto, la Ruta del Sur. Sin mejoría. Titi aguantaba con los mejores en el Tourmalet antes que Nairo Quintana volara en solitario, pero su rodilla derecha dijo basta. Su estilo, tan histriónico como espectacular, necesita de mucha fuerza para mover el plato grande con el que le gusta demarrar, y son sus rodillas las que más lo sufren. Tras un nuevo abandono, L’Équipe pregonó el diagnóstico: una tendinitis. Ocho días sin tocar la bici, baja para el Campeonato Nacional. Emergencia en Francia, amenazada de quedarse sin su héroe a quince días del inicio del Tour.

Jean-René Bernaudeau todavía cree que su mejor ciclista llegará a tiempo para estar en la rampa de salida de Lieja, pero ya ha confirmado que no podrá correr para la general. Eso será para un Pierre Rolland que sí llegará en plena forma y que apunta a ser uno de los grandes animadores de las jornadas de montaña. En todo caso, si llega al Tour, Voeckler no cambiará. Sea cual sea su posición en la general, Voeckler será el personaje excesivo de las fugas, los primeros planos y las arrancadas a plato. Quizá el de los triunfos. En todo caso, el de siempre. El que salvó a su equipo de la desaparición. El que nos enamora. Lo será hasta dónde su rodilla llegue.