El pasado domingo 7 de Febrero fallecía a los 45 años de edad Franco Ballerini, actual seleccionador italiano de ciclismo, cargo que ocupaba desde 2001. Durante el transcurso de un Rally en la zona de Larciano, donde Ballerini participaba como copiloto, el Renault New Clio Sport R3 que conducía el toscano Ciardi tuvo un grave accidente al chocarse con un muro. El golpe fue absorbido por el lado donde viajaba Ballerini, quien fallecía en el cercano hospital de Pistoia. El deporte italiano entraba en estado de shock y las últimas horas han visto el constante agolpar de las condolencias, las muestras de afecto, de un ciclismo sumido en la tristeza.
No sólo se consternaba el suelo italiano. Unos adoquines al norte lloraban por segunda vez. En abril de 2001 la tierra bautizada con un sol negro, fina y helada lluvia que cala los huesos, otorgaba una mínima consideración hacía un hombre que la veneraba. Un claro en el cielo permitía observar con diáfana luz la entrada, última, al Velódromo de Franco Ballerini, en el puesto 32º, a más de 8 minutos del vencedor, Servais Knaven. Su sonrisa resquebrajaba el barro que cubría el rostro, tras otra clásica bajo un clima infernal. Su maillot, abierto de par en par, daba paso a la camiseta interior, con una inscripción tallada que agradecía a los vecinos de Roubaix, a cada tramo de pavé, por su extraña calidez y por haberse convertido en su segundo hogar. Ballerini abandonaba la práctica del ciclismo en casa de su gran amor. Un hombre de pasiones. Debutó en la clásica compitiendo en la edición de 1989. Se convirtió en su obsesión, su día marcado a fuego, cúmulo de desilusiones, fracasos, adversidades, que daba paso a los éxitos más preciados. Ballerini, excepcional rodador, la conquistó en dos ocasiones, 1995 ante Tchmil y 1998 junto a su compañero Tafi. Antes de su primera conquista el monumento francés le había mostrado su cara más ruda. Caídas, frío y lluvia en tierra extraña, la victoria que le birló en el Velódromo Duclos-Lasalle en 1993. Un año después fue tercero, antes de su primera victoria en 1995. La clásica que le atrapó, admiración que le quitaba el sueño. En su debut, la París-Roubaix le deparó un clima infernal. Así se conocieron. Amor a primera vista. Ballerini forjó su trayectoria alrededor de ella. Fue uno de los Virgilio que guió al Mapei a través del Infierno del Norte, ayudando a escribir la Divina Comedia del denominado como “Dream Team del pavé”. Labor de equipo, entre Johan Museeuw, Andrea Tafi, Gianluca Bortolami o Wilfried Peeters. Franco Ballerini esculpió sus piernas en piedra, barro que tatuó su piel.
Otras carreras copan su palmarés. La Tre Valli Varesine (1987) inició el lustre de su historial, posteriormente ganaría una París-Bruselas (1990), un Giro del Piamonte (1990), una etapa en el Giro de Italia (1991), la Het Volk (1995) el GP de Wallonie (1996) y sus dos París-Roubaix. Incalculable su legado como hombre de equipo. A las órdenes de Alfredo Martini disputó con la Nazionale cinco mundiales. Aquí fraguó su carrera una vez abandonada la práctica activa del ciclismo. Franco Ballerini se hizo cargo en 2001 del comisionado técnico de la selección. Sus logros son innegables. Primero, vieja enseñanza de la París-Roubaix, unió las mil y una familias en las que se consumía el ciclismo italiano, a partir de ahí sentó las bases para un próspero futuro. En su primera participación como director técnico, Bettini sumó la medalla de plata. Un año después, en Zolder, Mario Cipollini lograba el maillot arco iris, devolviendo a Italia una década después el título, desde el doblete de Gianni Bugno a inicios de los ’90. Un bronce de Luca Paolini, dos oros mundiales y uno olímpico de Paolo Bettini, y un nuevo título arco iris logrado por Alessandro Ballan, otro rodador imponente, son el preciado botín, precioso legado que deja Franco Ballerini al frente de la Nazionale. Su otra pasión, el automovilismo, le arrebató la vida en Pistoia, tan cercana de Florencia, su ciudad natal. Por segunda vez lloraba el adoquín del Norte, su hogar de adopción, gélido calor que hacía cobrar vida la pasión de Ballerini, alejada de los procesos alérgicos que le aquejaban rumbo a la estación de verano, que le alejaban de las grandes vueltas. Clase, alimento, entre bosques y tramos de pavé. Merci, signor Roubaix.
Imanol Martínez Otxoa
Sensacional necrológica sobre uno de esos rara avis que como ciclista se lo debió y se lo dió casi todo a la carrera más singular que existe y que mejor conserva la épica de otros tiempos.
Pero si su figura fue grande encima de la bici, diría que cuando se bajó de ella cogió más relevancia todavía. Su labor al frente de una selección con tanto potencial como caos habia hasta su llegada es un legado que el ciclismo italiano (y también el no italiano) le deberá agradecer por mucho tiempo, demostrando que se puede poner a grandes figuras al servicio de un equipo y que correr al ataque en el ciclismo moderno no es sinónimo de fracaso.
Grazie mille, Franco