No recuerdo en qué momento Cadel Evans dejó de ser la Garrapata, pero lo cierto es que aquel corredor segundón que tan bien hubiera encajado en el actual Ranking de Mérito ha pasado a mejor vida. Cadel Evans ha pasado a ser un ganador y un ciclista admirado por todos los que hace unos años lo repudiábamos.

¿Cuando llegó el cambio? Pues probablemente fuese aquel Tour de Francia perdido en la última crono ante Carlos Sastre que significó el punto de inflexión en su carrera. Se había dado cuenta que esa forma de correr desagradable, un constante chupar rueda, nunca iba a darle el reconocimiento que a día de hoy ha logrado. Dos segundos puestos en el Tour, un UCI ProTour Ranking y una infinidad de Top10 en Monumentos, clásicas, carreras de una semana y grandes vueltas hacían de un gran ciclista, un ciclista que resultaba indiferente, e incluso odiado, al espectador. Precisamente por su forma de correr.

Aquel cambio de mentalidad no fue ni mucho menos cosa de un día y quién sabe si su cantada marcha del equipo Silence – Lotto influyó en la metamorfosis del australiano. Durante la primera parte de la temporada sus resultados fueron los de siempre, incluso peores teniendo en cuenta su discreto Tour, contadas victorias y algún puesto de honor. Hasta que jugándose la Vuelta a España por momentos pareció que Cadel Evans se había transformado en Alejandro Valverde y Alejandro Valverde se había transformado en Cadel Evans. Aunque el murciano ganó, algo que el australiano nunca había conseguido en una GT, el australiano subió al podio, algo que el murciano tampoco había conseguido en una GT.

Llegó Mendrisio. Cancellara estaba decidido a llevarse el arcoíris en su país en un circuito que se presentaba duro para sus características como corredor. Pero Fabian es mucho Fabian y por momentos tuvo la carrera pendiendo de un hilo hasta que sin esperárseles Kolobnev, Purito y Evans se escaparon y nadie reaccionó. Y entonces Evans lanzó su ataque para sorpresa de todos, ganó, no levantó los brazos y lloró en el podio. Parecía que iba a ser un año en que no nos alegraríamos cuando viésemos el arcobaleno.

Aunque si una cosa tiene la equipación más bonita del mundo del deporte es que obra milagros, o en este caso, acaba de darles el empujón definitivo. Evans había recalado en BMC, un equipo que despertaba suspicacias por lo oscuro del proyecto y que no levantaba ninguna admiración entre el aficionado, no parecía el mejor lugar para escenificar el nacimiento del nuevo Cadel Evans, el Cadel Evans campeón del mundo. Los primeros meses fueron malos, aunque él fue el único que dio algo de luz, hasta que llegados a la Flecha Valona, en el Muro de Huy se llevó el gato al agua.

Entonces, es de suponer que por exigencias del equipo, ocho años después acudió al Giro, donde a pesar de que no acabó de mostrarnos el gran vueltómano que años antes había sido, nos dejó una etapa que recordaremos por mucho tiempo: el sterrato volvía al Giro y Evans con el arcobaleno cubierto de barro vencía en Montalcino. Sí, probablemente fuese aquel el momento en que La Garrapata había pasado a mejor vida y todos descubrimos la auténtica grandeza de Cadel Evans.

En el Tour las cosas volvieron a no salir como se esperaba y su actuación estuvo más cercana a la de Carlos Sastre con ataques de lejos con la general perdida que a la de los que luchaban por el amarillo. En Geelong, en su Australia natal, a pesar de intentarlo no tuvo opción de defender su maillot de campeón del mundo y cedió el arcoíris a un dignísimo portador como acabó siendo su hoy compañero Thor Hushovd. No había sido la mejor temporada de su carrera, pero en absoluto tampoco una mala temporada, aunque si una cosa era segura era que superada la treintena había nacido un corredor nuevo.

Para la siguiente temporada, 2011, el objetivo estaba claro: de una vez por todas tenía que caer el Tour. El equipo se reforzó, pero continuaba siendo un lobo solitario que tenía que buscarse la vida en las pruebas de una semana. Cayeron Tirreno-Adriático y el Tour de Romandía y fue segundo en el Dauphiné por detrás de Wiggins antes de presentarse en la línea de salida del Tour donde con el escándalo Contador, el posible duelo de éste con Andy Schleck, las retiradas de otros favoritos o el mediatismo de Voeckler empezó pasando inadvertido incluso habiendo ganado una etapa en el Mûr de Bretagne. Hasta que llegó su gran día en el Tour, donde tras el ataque de andy Schleck en el Izoard tomó el toro por los cuernos y consciente de que allí morían sus opciones de amarillo en París condujo al grupo de favoritos a las faldas del coloso alpino y hasta los más escépticos se dieron cuenta que algo había cambiado.

Al día siguiente mientras Contador lanzaba su ataque quijotesco seguido de Andy Schleck y Thomas Voeckler, él, sabedor de su mejor condición contra el crono, tiró de sangre fría y a los pies de l’Alpe d’Huez contactó con ellos y se mantuvo con los hermanos luxemburgueses hasta meta. Su sueño volvía al punto que supuso la inflexión en 2008, una crono larga que le alzase a la gloria. Y esta vez no falló. Llegaba de amarillo a París. Por fin.

Había tocado el techo y el equipo estaba dispuesto a seguir creciendo, pero como ha ocurrido con el equipo BMC su primavera, más allá de la conquista del Critérium Internacional, ha sido para olvidar. Para olvidar hasta que en la primera etapa en línea del Dauphiné ha vuelto a demostrar que La Garrapata está más que enterrada, con un ataque de raza en descenso, llevando consigo a Coppel y Kashechkin, sin apenas pedir relevo, tirando como un animal en el último kilómetro, sin darles opciones en el sprint y venciendo con autoridad. Como hace el nuevo Cadel Evans. Cuánto tienen que aprender algunos vueltómanos.