15 de Abril de 2001: Si a la Paris-Roubaix la llaman el Infierno del Norte es por días como el de hoy. Barro hasta en los rincones más insospechados de los maillots, cada palmo de carretera brillando como si la acabasen de encerar. Los aficionados de fiesta, los corredores puteados: ciclismo, vaya. En el grupo de cabeza, ya de solo siete corredores, un valiente se decide a no mirar atrás. De sus seis compañeros de viaje, tres comparten sus colores, y entre ellos están el más rápido y el más fuerte de la carrera. Una buena opción para obligar a unos kilómetros de esfuerzo a sus rivales y allanar el camino al triunfo. Otro sacrificio de un gregario de los de verdad.

Pero tal superioridad táctica crea dudas incluso en los que ven la victoria alejarse cabeceando con el número tres a la espalda y un maillot distinto al suyo. No se atreven a vaciarse ante la certeza de que les rematarán en la llegada, así que dejan hacer al gregario, convirtiéndolo en héroe. Atraviesa el pavés final de Roubaix y llega al velódromo con tiempo para recrearse, incluso para girar su cabeza y ver a su compañero, el más fuerte, llegando en solitario en segundo lugar, aventajando a un grupo al que, por supuesto, somete su compañero, el más rápido. Otro gregario ilustre del equipo entra en quinto lugar, completando la cuadratura del círculo. El equipo es la clave del triunfo, pero, al final, sólo el ganador pasa a la historia.

Y el ganador fue Servais Knaven (Lobith, 1971), protagonista de este homenaje a una carrera. El ciclista holandés abandona el ciclismo en 2010, tras 16 años y muchos kilómetros de sacrificio a sus espaldas. La crónica de su victoria en Roubaix es sin lugar a dudas el capítulo estrella de su biografía. ¿Flor de un día? Lo que parece claro es que Knaven no fue un ciclista ganador. Apareció como una promesa en el ciclismo de pista amateur, triunfando en varias modalidades a nivel nacional. Y tras su paso a profesionales en ruta con el TVM (1994) logró un éxito temprano, un campeonato nacional de fondo en carretera en 1995, con tan sólo 24 años. Pero con este prometedor inicio y un nombre de pila tan heroico como Henricus Theodorus Josephus no basta para llegar al estrellato, por lo que el bueno de Servais se tuvo que conformar, tanto en TVM como en Domo-Farm Frites a partir de 2000, con su excelente trabajo de rodador, puestos de merito en el pavés y una victoria en la Scheldeprijs Vlaanderen (1998), flanqueado en el palmarés histórico de la prueba por multitud de sprinters de postín. Hasta que llegó su gran día.

Servais Knaven

¿Y después? ¿Fue un punto de inflexión aquella victoria? No. Knaven asumió su sorprendente logro y siguió a sus labores. Acompañando a su director, Patrick Lefevere, abandonó el Domo-Farm Frites en 2003 para enrolarse en las filas del potente Quick Step, donde añadió a su palmarés de obrero una etapa del Tour (2003), sorprendiendo a sus compañeros de escapada-bidón a 15 kilómetros de la meta. Finalizado 2006, ya en declive y sin resultados destacables, alargó su carrera con dos campañas en la estructura del también puntero T-Mobile (Team High Road en 2008) y la finaliza tras competir 2009 y 2010 para otro equipo Pro-Tour alemán: Milram. Sin victorias desde Etten-Leur en 2007, aún tuvo un último momento de gloria en su carrera fetiche. Knaven, un seguro en los adoquines, terminaba en 2010 la Paris-Roubaix por decimosexta vez consecutiva, igualando el record de Raymond Impanis, ganador en 1954 y, a diferencia de este, lográndolo sin abandonar en ninguna de sus participaciones.

Servais Knaven, en contraste con su melena de “trequartista” italiano de toda la vida, nos deja la historia de un trabajador infatigable. Un currante que fue estrella por un día. ¡Y que día!

Alejandro Menéndez