La historia de Bélgica es compleja. En el tiempo presente, el país-cuna de algunas de las más grandes figuras de la historia del ciclismo, se ha debatido en una indefinición terrible; hasta 500 días son los que han vivido los belgas sin un gobierno estable. La comunidad neerlandesa de Flandes (norte) y la francófona de Valonia (sur), al fin tienen un ejecutivo que puedan guiar con criterio, malo o bueno, los designios de un país que siempre ha vivido la cuestión territorial, costumbrista y lingüística de manera muy intensa.
Bélgica, Flandes y Valonia en conjunto, es ciclismo. El deporte mayoritario no es darle patadas a un balón, sino pedalear sobre una bicicleta. No podría ser de otro modo con mitos nacionales como Eddy Merckx, Rik van Steenbergen, Rik van Looy o Roger De Vlaeminck. De igual forma que un país se identifica con un deporte, nutriéndose de los parabienes de sus deportistas y héroes, y terminando por ser una seña de identidad más, es también el deporte el que muchas veces se sesga por las cuestiones que puedan rodear a un país. Y de esto, del sesgo político por las vicisitudes entre Flandes y Valonia, el ciclismo en Bélgica siempre se ha terminado situando en medio; como Bruselas. En particular siempre resultando el norte de Bélgica como actor principal o notable, más desde las últimas décadas, las del esplendor del deporte en general, cuando ha sido Flandes la zona rica y emergente de un país siempre a la última y con modelos de negocio productivos.
Pero el hermano ‘pobre’, siempre rebelde y presto a rememorar, en este caso particular, viejas glorias, a veces consigue estar por encima. Ahora, desde 2010, la figura de Philippe Gilbert ayuda a que la parte francófona de Bélgica pueda sentirse orgullosa de un ciclismo que siempre ha tenido grandes campeones en toda la nación. Uno de ellos, protagonista de nuestra efeméride, es Claude Criquelion (Lessines, Valonia, Bélgica – 1957).
En una época, los 80, sin un grandísimo campeón flamenco que dominase las clásicas de piedras, como sí tuvieran los 60 y 70 (Merckx, Van Looy, De Vlaeminck o Eric Leman) o las dos últimas (Johan Museeuw o Tom Boonen), el esporádico éxito vecino de Países Bajos se había hecho con rutina con los triunfos de Jan Raas, Hennie Kuiper, Jan Raas, Johan Lammerts y Adri van der Poel. Solo el Épico (con mayúscula) triunfo de Eric Vanderaerden en el 85 dejaba a los belgas medio satisfechos en la que era, y es, su gran cita del año.
En 1987, antes de los triunfos los años posteriores de Eddy Planckaert y Edwig Van Hooydonck, tanto Vanderaerden como Criquelion partían como los representantes belgas más destacados para conseguir la victoria en Meerbeke. Y no solo tenían eso en común; también podían ser considerados como corredores completos. El flamenco potente, croner (ganador de varios prólogos y cronos de importancia [Villard-de-Lans – Tour de 1985]) y con punta de velocidad. El valón, con más aptitud para subir (cinco Top10 en el Tour), pero con una considerable actitud para pasar las piedras.
Criquelion, líder de un Hitachi con Roger De Vlaeminck dando sus últimos coletazos en el ciclismo con casi 40 años, consciente de sus limitaciones, sorprendió con un ataque tras coronar el Bosberg, a varios kilómetros de meta. Sabía dónde tenía que atacar. Sabía cómo giraba el viento. Al fin y al cabo, Lessines, pueblo del valón, está en la linde entre Valonia y Flandes, a solo 25 km. de la tradicional meta de De Ronde. El grupo, con el mismo Vanderaerden (Panasonic), Sean Kelly (Kas-Mavic), Marc Sergeant (Lotto) o Steven Rooks (PDM), no pudo darle caza. Criquelion, con un aporte en su bicicleta innovador para la época, un piñón de 12 dientes, distanció al grupo lo suficiente (1 minuto) como para disfrutar de su entrada en terreno flamenco, solo, victorioso, y para delirio del ‘hermano pobre’ del ciclismo belga.